Tuesday, March 18, 2014

El centro del mundo, de Ercole Lissardi (Planeta)

De la calentura del alma

“Tres nouvelles calientes” es el subtitulo del libro, y en efecto la escritura del autor uruguayo (nacido en el 51) es una prosa térmica –que a veces salta, pero su regulación, su intensa aunque frágil contención, muestra la enorme distancia entre la literatura erótica y la pornografía. El primer relato es una pinturita que narra con alta galantería expresiva la trágica muerte de un efebo totalmente presa de la pasión (“El cadáver es el instante de esplendor de un mundo que colapsa”; de ahí el nombre del libro), flechado en un boliche de verano por una chica, jovencita como él, que resulta ninfómana, exhibicionista y algo masoquista, aunque esta aplicación de etiquetas congela las irrefrenables necesidades de placer que se muestran, en narrativas logradas como las de Lissardi, irreductibles a todo rotulo abstracto.
El segundo relato, “La Diosa idiota”, es acaso menos feliz, el más anclado en el ejercicio del coger y coger y coger, con momentos de monótona repetición (lo cual al fin y al cabo es fiel a la sexualidad de los personajes, que arremeten altos kilómetros de genitalidad y no llegan a sitio alguno), aunque con un triángulo amoroso finamente construido y, hay que decirlo, inevitables efectos de aceleramiento del bombeo cardíaco en el lector.
El tercer y más extenso relato es “La educación burguesa” y, aunque de prosa más modesta que “El centro del mundo” (pero de arquitectura narrativa excelsa), el que más a fondo presenta lo que pareciera ser el axioma genérico propuesto por el autor: que si la pornografía ofrece una plenitud de goce sin estorbos (cuerpos exentos de sentimentalismos, de dudas, de politicidad; pura carne gozante), el erotismo narra las desventuras de cuerpos contradictorios, atravesados por fuerzas mayores que ellos, con un placer que los acecha y que a la vez deben perseguir. En suma, que el erotismo es metafísica: narra los signos que los cuerpos muestran de su sujeción a fuerzas que los exceden (incorpóreas, o transcorpóreas). Y los efectos de la lectura en el cuerpo del lector –lo erótico se verifica en su capacidad de afectar-, son, a su vez, una patente comprobación del poder de intervención de la literatura en “la realidad”, que disuelve la vana acusación –o arrogancia- de autonomía higiénica de la literatura  respecto de la materialidad del mundo.


[RS marzo 2013]

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