Thursday, March 22, 2012

El guacho Martin Fierro, de Oscar Fariña (Ed Factotum) - Reseña

Muertos vivos

El guacho Martin Fierro – Oscar Fariña (Factotum ediciones)

Pintó el arrebato se llama el primer libro del poeta Oscar Fariña (Asunción, 1980; vive en Buenos Aires desde chico), y en este, el quinto, volvió a pintar: esta vez le arrebata el Martin Fierro a la fosilización escolar, a la vieja tradición patria que lo sacralizó y garantizó su recuerdo pero restringiendo sus usos. Con una inocencia fresca, no ingenua, Fariña se olvida del “lugar en el ser nacional” destinado al largo poema de Hernández, y lo recrea con un protagonista pibe chorro, un villero vital que sufre, goza, odia, ama y, sobre todo, canta; arrebata, Fariña –que también grafica con dibujos el relato poético-, falta el respeto, y asi homenajea y renueva la vitalidad del gran libro argentino. Manteniendo la estructura dramática y la cadencia lírica, las aventuras y desventuras del gaucho encarnaran como naturalmente en el mundo de los pibes. Yo no soy cheto estudiado/ ma si me pongo a rimar/ no tengo cuándo acabar/ y me hago viejo cantando:/ las cumbias me van brotando/ como el meo al escabiar.

La actualización histórica mantiene intocadas algunas tensiones de las que da cuenta el cantar; del orden emocional, y sobre todo, del orden de clases -y la pulsión libertaria, que, también, protagoniza el gesto del autor, una libertad sesudamente elaborada. Antecedente ineludible es El Martin Fierro ordenado alfabéticamente, de Pablo Katchadjian (2007, Ed. IAP). Dice Cesar Aira que hay literatura nacional cuando pueden surgir criticas internas; sólo cuando hay un nosotros consistente, podemos darnos el lujo de discriminar. Los trabajos de Fariña y Katchadjian ejercen una crítica que no niega lo criticado: toma lo muerto en su fertilidad renovadora.

[Rolling Stone febrero 2012]

El Estado posnacional, de Pablo Hupert (Ed. Pie de los hechos) - reseña

El Estado de las cosas

Desde que murió Néstor Kirchner salieron varios libros sobre la era política signada por su nombre con “ismo”; el de Beatriz Sarlo, el de Horacio González, el de J.P. Feinman y en buena medida el último de Caparrós, por nombrar algunos. Este, primer libro publicado de Hupert, historiador porteño nacido en 1972, probablemente sea el mejor. Exento de oscurantismos expresivos (que elitizan el pensamiento), salvado de la agenda mediática, alejado de rencillas binarias estériles, no busca criticar ni defender; busca comprender. No resuelve “el dilema del kirchnerismo” (ni los obstáculos para su profundización, ni él mismo como obstáculo para los contras), sino que lo enmarca -como ocupante en principio contingente- en una lectura de la mutación en la naturaleza del Estado, con un hito de condicionamientos populares en 2001, y una capacidad “creativa” y de “aprendizaje político” para, en los años siguientes, modificarse, sobrevivir y reproducirse –ahí sí el kirchnerismo perfila como nombre singular.

Hupert es un historiador sin vínculo con la universidad, aunque escribió un libro inédito sobre la toma de Filosofía y Letras de mayo del 99 junto al antropólogo Andrés Pezzola y al también historiador Ignacio Lewkowicz, cuyo pensamiento y obra (Sucesos Argentinos, o el fundamental Pensar sin Estado) sitúan el punto de partida de El Estado posnacional. No solo a nivel conceptual y de narración histórica, sino también de la política práctica del historiador, como oficio que estudia no tanto el pasado, sino –con el pasado como taller- el cambio, y la distinción del presente. Es una dimensión ética, porque implica totalmente a quien estudia en lo que piensa; la colección editorial inaugurada por Hupert se llama Pie de los hechos, que -dice en solapa- “no hace biblioteca, edita lo que se piensa ignorando”.

Hupert no tiene vida académica; tampoco mediática. La foto de solapa –sonrisa escuálida y simpática, un ojo mucho menos abierto que el otro, nariz y orejas que dan judaísmo al nerd humanista posando junto a su colección VHS de Cosmos y las Grandes Obras del Pensamiento Universal- invita a pensar en algún tipo de freak, mas o menos encerrado, que coordina un taller, desde 2007, en el que basa el libro, manteniendo el registro conversacional, y elabora una red de nociones para pensar ateamente al Estado que se acabó pero en realidad no, que volvió pero reinventándose, que toma como reconstrucción propia los valores impuestos por la “infrapolítica” de una sociedad movilizada. Ciento veinte paginas de aire fresco para las inquietudes que quedan fuera de la verdad dicótomica de la época, con una apuesta nunca del todo clara pero a la que se le va despejando el terreno: la “política del nosotros”.

[Rolling Stone diciembre 2011]

El niño del año, de Franco Rinaldi (Mondadori) - Reseña

No se sabe lo que puede un cuerpo

Franco Rinaldi está acostumbrado -pero no del todo acostumbrado- a que lo llamen Franquito por doquier, aunque nació en 1980. Mide un metro con nueve centímetros, usa silla de ruedas y sus huesos son frágiles “como tallarines antes de echarlos a la olla”, pero se pone a escribir y te ametralla a sopapos. Licenciado en ciencias políticas en la UBA, periodista de profesión, su primer libro es un descarnado relato yoico, de tono –y seguramente mucho contenido- autobiográfico, donde la osteogénesis imperfecta con la que le tocó nacer no es la protagonista; sí lo es una pregunta por la vida, por cómo es esto de vivir, los placeres, los dolores, la salud, los logros, reconocimientos y humillaciones, los deseos y alegrías y las imágenes del morir: preguntas comunes a todos, pero, quién sabe, acaso, “facilitadas” como necesidad de pensar para quien vive cada día con la realidad del escollo especial y su reflejo en los rostros ajenos. Ágil, rítmico, El niño del año es un texto inteligente, lúcidamente compulsivo, honesto, a veces permisivo sin argumentación ni gracia como cuando califica a Arturo Jauretche de “pensador menor” o espeta que “este país no esta preparado para que lo gobierne una mujer”. El titulo alude al “Premio persona” que Rinaldi recibió en 1992 en la categoría Niño del año (ya participaba de un programa de radio en su Salta natal). La historia de dicha “consagración” amaga articular el texto, prolongándose luego en descripciones del trato que el autor recibió por parte de personalidades como Juan Castro, Mirtha Legrand y Mauro Viale (quien le preguntó al aire si había pensado suicidarse). Sin embargo, el género principal es el erótico-romántico, las mujeres, el deseo carnal de un alma apasionada que sufre con el mismo cuerpo con el que goza y prueba lo que puede.

Pocas disciplinas son tan interesantes e inútiles como la etimología -decía Borges-, que cuenta el origen de las palabras, o sea lo que ya no significan. Sin embargo cabe recordar aquí que el término “anodino”, que nombra lo insulso, insignificante, esconde en su historia el significado “sin dolor”. Pero Rinaldi discute, complejiza la asociación entre dolor y sentido, desde la cita de Emil Cioran con que abre el libro: “Mientras no sufrimos, vivimos en la falsedad. Pero cuando empezamos a sufrir, solo entramos en la verdad para echar de menos lo falso”. La lectura de sus recuerdos de fracturas (“cuatro o cinco al año”), cirugías y “discapacidades” –alta necesidad de ayuda- no puede no dar lastima, y al mismo tiempo no puede dar lastima, por la admiración instintiva hacia la fuerza, medida por los obstáculos que alguien enfrenta y por lo que elabora con el material que le toca.

Los años de Menem, de Alfredo Pucciarelli (comp) - SXXI

Genealogía del orden neoliberal

Coordinado por Alfredo Pucciarelli, Los años de Menem (Siglo XXI) estudia los mecanismos del orden político y la conformación del modelo acumulativo de la década del noventa.

Los años de Menem es el tercer libro sobre historia reciente hecho por Alfredo Pucciarelli y su equipo de investigadores y editado por Siglo XXI, después de Empresarios, tecnócratas y militares y Los años de Alfonsín (Pucciarelli es doctor en Filosofía con especialización en Ciencias Sociales y coordina dos grupos de UBACYT). En este volumen se aborda la construcción del orden neoliberal -como reza el subtítulo-, con su conllevada pregunta por el menemismo como remodulación del peronismo. Ya en la introducción (escrita por Paula Canelo, Mariana Heredia, Mariana Gene y Pamela Sosa) se plantea que el menemismo mantuvo el característico “pragmatismo ontológico” del peronismo, pero se alejó de su tradición en cuanto borró de su cosmovisión la presencia pesada de un adversario social –los sucios oligarcas.

Este objetivo de estudiar rupturas y continuidades también es implementado por el único articulo escrito por Pucciarelli, sobre la consolidación política del menemismo en sus primeros años, donde comienza desde el progresivo ocaso del gobierno alfonsinista, y señala que las lógicas de construcción de poder bautizadas luego como menemismo, estaban ya presentes en el periodo radical, sobre todo en torno a Enrique Nosiglia, aunque también se deja planteado que Eduardo Angeloz se perfilaba netamente como administrador de la reforma neoliberal. Además, el proyecto general del libro se propone revisar la década menemista a los fines de un ulterior estudio que identifique las interrupciones, o bien continuaciones reformuladas, de sus mecanismos de producción de desigualdad, en la primera década del siglo veintiuno –cabe esperar, por supuesto, un venidero trabajo de Pucciarelli y su equipo.

La perspectiva plantea sistemáticamente una atención simultánea a lo macro y lo micro, y, especialmente, un abordaje de lo social concentrado sectorialmente. De ese modo complejiza la visión del menemismo, enriqueciendo la visión politicista de la historia con una interrelación donde dirigencia estatal, instituciones corporativas, partidos políticos, grupos económicos y profesionales técnicos de la reforma económica confluyen en un proceso cohesionado, que lleva como sello simple el nombre de neoliberalismo. Los investigadores parten de las preguntas (o “paradojas”) más insistentes en las diversas interpretaciones del período, como ser los motivos del “apoyo popular” a un gobierno anti popular, o la deslegitimación de la política durante el afianzamiento del sistema de democracia electoral.

Este abordaje sectorialista lee la época según las relaciones entre las fuerzas de poder organizadas y dominantes (así las dos partes del libro llevan en sus nombres al “Peronismo, radicalismo y las fuerzas armadas” y a los “Economistas, empresarios y Estado”). Bajo el argumento discutible de que fue una época de llamativamente baja conflictividad social, Los años de Menem cuenta una historia de los sujetos que escriben la historia –aunque no tal como esos sujetos la cuentan-, y su relato margina al ciclo de luchas populares comenzado con el Santiagazo en el 93 y con hitos como el indomable sindicato de municipales jujeños liderado por Carlos Perro Santillán, las dos Marchas Federales, la incendiaria cadena de puebladas en localidades arruinadas por la privatización de YPF, o el persistente sostén intolerante hacia la impunidad de los HIJOS, en fin: no estudia, el libro, signos del agite popular, del caldeo de formas de rabia –o de alegría alternativa- que sacudieron al sistema político el primer año de la década siguiente, aun cuando reconoce abiertamente que fue “el levantamiento popular de fines de 2001 el que terminó con el modelo de dominación hegemónica de los noventa”. Atiende a la interioridad de los poderes.

Varios artículos presentan buenos constructos de información, y así dan carnadura -nombres, números, oficinas, decisores concretos- a los procesos que el imaginario común a veces naturaliza al punto de mistificar. Sin embargo, en general el libro sobreabunda en un desplazamiento típico de la escritura académica, el pulso de demostrar y justificar prima sobre la inventiva y el descubrimiento; hay menos hipótesis que técnicas demostrativas, basadas, ademas, en citas a otros papers. Tanto trabajo en explicar lo que se va a hacer y en apoyarse en lo ya hecho por otros termina por expulsar el riesgo y la osadía investigativo-conjetural (como si se jugara con nueve defensores). Lo que resulta con demasiada frecuencia en un hasta conmovedor retaguardismo del discurso científico respecto de los saberes sociales; una sistematización sólida, inundada de superfluidad de de tan rezagada respecto del saber sensible colectivo. Se considera por ejemplo “temprano” haber señalado en 2002 que en los años noventa se produjeron “declinación económica, decadencia social y degradación política” (por Pucciarelli, quien, por otra parte, en reportajes actuales muestra una robusta lucidez en la política actual); también sucede mucho en las conclusiones finales de los textos, tomados por una demostración fría y desapasionada de lo obvio.

[Perfil noviembre 2011]