Friday, February 22, 2008

Sylvia Saitta - Roberto Arlt

“Nadie vinculado al poder puede no leer Arlt”

Roberto Arlt (1900-1942), uno de los escritores fundamentales de la literatura argentina, carece de obras completas editadas, pero tiene su biografía, El escritor en el bosque de ladrillos, publicada en 2000, agotada y recién reeditada por Sudamericana en formato bolsillo, especialmente interesante tratándose de un escritor con una imagen pública tan mitificada. Su autora, la doctora en Letras Sylvia Saitta, reflexiona aquí sobre la vida y la actualidad de la obra del narrador, dramaturgo y periodista, responsable de un estilo implacable y personajes inolvidables que ilustran paradigmáticamente –como él mismo en su carrera literaria- una época clave de nuestra era.
El libro no jerarquiza un tramo de la vida de Arlt por sobre otros, ¿a qué responde esa decisión?
La crítica literaria habla casi exclusivamente del Arlt novelista, que va del 26 al 32. Yo no quería una biografía para estudiantes de letras ni tampoco una biografía novelada; quería escribir una biografía intelectual de Arlt para pensarlo en la trayectoria de un periodista, un intelectual, un novelista, un dramaturgo, alguien metido en las tensiones políticas de su momento histórico. La figura y la obra de Arlt permiten pensar una época y una lógica de la sociedad argentina, por eso creo que toda persona vinculada al poder tendría que pasar sí o sí por Arlt; Los Siete locos es como el Facundo, no se puede pensar a un intelectual, político o historiador que no lo haya leído.
¿Cree que él sí priorizaba alguno de los Arlts por sobre los otros?
Creo que al periodista. Si uno piensa su vida, la columna vertebral es el Arlt periodista. Detrás de los viajes está el periodista (y El Criador de gorilas, su libro de relatos, es fruto de su viaje al Africa), y tanto su primera novela como su primera obra teatral tienen como motor el género periodístico: el folletín en El juguete rabioso y en Trescientos millones la crónica policial que él había cubierto como periodista, en la que se basa la obra.
¿Por qué piensa que Arlt dejó de escribir novelas?
Hay hipótesis varias. El había prometido la segunda parte del Juguete rabioso y no la hizo. Creo que ganó el teatro la pulseada (siguió escribiéndolo hasta su muerte), que había algo ahí de la respuesta inmediata del público que lo atraía, y eso también lo perfila más como periodista que como novelista. En el diario El Mundo también tenía mucha respuesta de los lectores. Por otra parte él tenía que mantener a tres mujeres, madre esposa e hija, y tenía una decisión firme de que el dinero viniera de la escritura (cosa sólo posible en esa época a partir de la masificación del periodismo), a diferencia de la mayoría de sus pares, no tenía otro trabajo. Arlt en un Aguafuerte dice que “un escritor no es otra cosa que un obrero de la pluma”, y cuando él cosifica su escritura y se pone a calcular cuántos metros de páginas publicó, esa dimensión tan material de la escritura, es porque él puso todo ahí. Tal vez el tiempo que demanda una novela no es el que él tenía; no son más hipótesis. Otra puede ser la mala recepción que tuvo El amor brujo, su última novela.
La figura mítica de Arlt, que el libro se propone desmontar, ¿habla del imaginario que tenía el propio Arlt sobre lo que debía ser un escritor? ¿Qué de ese imaginario sigue fascinando hoy?
Como todo escritor, Arlt construyó una figura pública, pero la suya fue una de las figuras más exitosamente construidas. Es la figura del que sin tener nada, el resentido, el que viene de otro lado, el autodidacta, escribió una de las obras más geniales de la literatura argentina. Por eso se lo compara con la figura de Eva Perón, esos personajes que por prepotencia de trabajo, como decía él, conquistaron su futuro. Sin heredar dinero ni biblioteca ni apellido se lo lee a la misma altura que a Borges.
¿Qué relación había entre ellos dos, congéneres, conciudadanos y hoy a veces leídos como opuestos?
En el prólogo al Informe de Brodie Borges cuenta que los hermanos Tuñón le reclamaron a Arlt que escribía mal el lunfardo y que Arlt les contestó: “me crié en la calle y no tuve tiempo de estudiar esas cosas”. En las Obras Recobradas de Borges se compilan sus menciones sobre Arlt, y sobre el Arlt del Juguete Rabioso todas son extremadamente elogiosas. Los siete locos no podía gustarle por sus tramos de novela psicológica. Pero la imagen actual de Borges es muy distinta a la del Borges de los veinte que se emborrachaba y visitaba prostíbulos como un martinfierrista más; ambos escribieron en la Martín Fierro. El Boca River con Borges y Arlt se armó en los cincuenta como operación crítica, un reflejo de la polarización Contorno-Sur y peronismo-gorilismo. Aunque la literatura de Arlt dista del populismo, está lejos de ser amable con el lector.
Sus textos también tienen incursiones metafísicas...
Sí, hay bastante obra crítica al respecto. El capta muy bien la angustia del hombre moderno en una sociedad desencantada. Eso te permite pensar el veinte, el treinta, pero también el hoy; por qué hacemos lo que hacemos, la preocupación por la trascendencia, dónde tenemos las certezas, las creencias, por qué con la posmodernidad irrumpen tantos personajes mediáticos, y bueno, porque como dice Arlt todo el tiempo las personas necesitamos creer en algo, y por eso hay que proveerle nuevos dioses a la gente. Al mismo tiempo la de Arlt es una de las pocas literaturas argentinas que dialoga tan bien con la situación mundial. El imaginario de la primera guerra mundial, lo que significó como primera guerra masiva, que desarmó la idea de campo de batalla, la guerra química, todo lo que incorporó; la desazón post-primera guerra pone a sus novelas en diálogo con las grandes literaturas europeas del momento. Pero él excede su época; capta el modo en que funciona una sociedad. Capta la estructura, no la anécdota (por más que también está), del lugar del complot, la conspiración, de la dominación de clase, y como elemento bien argentino, la lógica de la clase media, a la que Arlt odiaba profundamente.
En el libro señala la desesperanza que domina las novelas arltianas convive con una confianza pública de su autor en el provenir de la revolución.
Es que en las novelas hay más ideas de revolución que actos revolucionarios, se sueña con grandes cosas pero no se rompe nada. Y además los personajes nunca tienen pensamientos dirigidos directamente contra la gran burguesía. En un momento de Los Lanzallamas Erdosain se imagina que tira gas venenoso en Barrio Norte, pero lo que se figura entonces es a las mucamas, los choferes, los empleados, tirados retorciéndose: no a los patrones. Esto cambia en la dramaturgia, por ejemplo en 300 millones el criminal es el hijo de la patrona. Hay que tener en cuenta que escribía obras a presentarse en lo que era el Teatro del Pueblo.
¿Puede que el Arlt esperanzado políticamente no haya sido el que simultáneamente escribía novelas de impotencia sino, luego, el que escribía dramaturgia?
Es probable. Porque en tiempos históricos, el modelo soviético entra con una fuerza mucho mayor luego de la crisis del 29 y el golpe del treinta. Son años de radicalización política. No eran los setenta, pero la revolución era percibida como posible y ordenaba las posiciones, y para el Arlt novelista ese panorama no existía; de hecho hay una diferencia fuerte entre Los Siete Locos, publicada en el 29, y su continuación, Los Lanzallamas, del 31; Los Siete Locos es una ensalada rusa, y en Los Lanzallamas hay un proyecto comunista. Por eso también Los siete locos es más interesante.

Agustín J Valle - Publicado en Debate, Febrero 2008

Friday, February 01, 2008

Fabián Casas

“Que lo que las palabras digan sea la vida”
Por Agustín J Valle - Publicado en Debate, enero 2008

La publicación de Ensayos Bonsái (Emecé), la reedición de Los Lemmings y otros (Santiago Arcos) y el premio Anna Seghers –dotado con veinticinco mil euros- que recibió en Alemania, son los puntos visibles del ascenso del reconocimiento del escritor, quien –con además cinco poemarios y una novela corta publicados- hace ya quince años funciona como referencia en los ámbitos poéticos locales.

Definir su poética y narrativa como literatura barrial, biográfica y cargada de marcas histórico-culturales, es confundir lo esencial con lo transitorio, como él cita a Eugenio Montale. Hace literatura, sí, con San Lorenzo de Almagro, con el dolor por la muerte de su madre y sus historias de niño sensible y joven rockero por las calles de su barrio, pero aclara: “no tengo una inmobiliaria en Boedo ni soy propulsor del grupo de Boedo, sólo conozco sus calles y voy a comer con mi familia” - porque en su obra no importan tanto los materiales utilizados como el efecto que su disposición logra en la emocionalidad del interlocutor: “hacer sentir algo que vuelve a uno con la fuerza de una verdad”. Es uno de los escritores argentinos que más claramente está construyendo una obra personalísima, aunque se reivindica “panlingüístico”, piensa que “la literatura es algo colectivo, todos estamos compuestos por un montón de gente”, y que la obsesión de los escritores por la inmortalidad “es una discusión estéril: lo único evidente es que no va a quedar nadie”.
Ensayos Bonsái tiene una definición sobre los clásicos, ¿de algún modo discute con la de Borges?
Sí, él decía que clásico era lo que determinado grupo lee como verdad o revelación, y yo digo que clásica es la obra que establece ella misma los parámetros en los que va a ser leída. Pero los Bonsái tienen varias definiciones sobre los clásicos, que tal vez se contradicen entre sí. Algunos ensayos fueron escritos de un tirón en cuatro horas, mientras que un poema puedo corregirlo durante un año, y un relato como Asterix, que está en Los Lemmings, lo escribí a lo largo de diez años; nunca la musiquita del relato terminaba de satisfacerme, sentía que yo todavía estaba demasiado cerca del segmento experiencial del relato, los personajes todavía eran los que habían vivido conmigo, no se habían drenado y convertido en significantes. Una vez que la emoción impulsó el cuento o el poema, después lo trabajo como una máquina. Pero no tengo imaginación, en el sentido de que no creo algo desde la nada: recupero un mundo a partir de una memoria.
Ensayos Bonsái compila escritos previos, ya publicados en revistas y blogs. ¿Emecé lo fue a buscar?
Sí, querían publicarme “algo”. Puse una cláusula por la que no voy ni a la Feria del Libro ni a la televisión ni a la radio, salvo que me interese el periodista, no hago el Verano de Planeta ni nada que forme parte de la retórica de la literatura.
¿Por qué?
Me gustan los escritores que no te salen a buscar. Una vez, de vacaciones, desarmando la carpa de un amigo se cayó de adentro Molloy, de Beckett. Lo abrí al azar: “Estoy en el cuarto de mi madre, ahora soy yo el que vive acá”, uy, ¿qué es esto? Y después una parte en que Molloy -un vagabundo- va chupando piedras. Beckett te describe su sistema de guardarlas en un bolsillo, chuparlas, pasarlas a otro, como si fuera una máquina, durante páginas; es un fragmento central en su obra porque modifica la percepción de la literatura. Deleuze hace todo un trabajo sobre esa parte, en el Anti Edipo. Después leí toda la obra de Beckett, y lo que me encantó fue conocerlo así, de casualidad, sin información.
Hace poco César Aira reivindicaba la alta cultura con el mismo argumento: hay que ir a buscarla, no ataca en el supermercado o la radio.
El problema es la definición de alta cultura. Mucha gente piensa que es la que corresponde a las clases sofisticadas, pero las clases sofisticadas se comen muchos caños. Mucha gente de la alta cultura va a ver a Kuitca al Malba porque más que el trabajo de Kuitca le importa su poder simbólico, al que quieren quedar asociados, es un nivel de cliché superior. Para mí los museos son lugares en la ciudad, un valdío donde pasa algo raro, y la contracultura es invisible, cuando se vuelve visible desaparece.
En Ensayos utiliza ideas de varios filósofos, ¿cómo afectan sus estudios filosóficos a su relación con la literatura?
La turbina que me hace volar es el pensamiento filosófico. Por ejemplo, la gente pelea con uñas y dientes para ser esclava: eso es un pensamiento spinociano que me lleva a pensar que concebirse dentro de la literatura, pensarse como escritor, impide escribir. Nosotros somos como narraciones, todos, y si uno está atento puede escucharlas. Como dice Heidegger, hay que estar en estado de disponibilidad para sentir el peso del ser. Pero un montón de gente que conocí en mi barrio fue tan importante para mí en términos filosóficos como Heidegger. Los intelectuales siempre están muy atentos a ver si detectan lo que llaman populismo, y para mí el populismo es algo muy claro: ser de Independiente y decir que sos de Boca, como Maradona. Populismo es jugar para la tribuna.
¿Y las influencias literarias? ¿Por qué escritores argentinos se siente más marcado?
Ricardo Zelarayán es para mí el único argentino vivo con genio. Y es una obra que nunca será premiada, sancionada por la crítica, porque en sí misma rechaza todo eso. Para mí y gran parte de mi generación es una obra clave, junto con la de (Leónidas) Lamborghini, (Joaquín) Gianuzzi en mi caso, alguna novela de Saer, las primeras novelas de Aira.
¿Y Fogwill (a quien le dedica el cuento Casa con diez pinos y aparece en Asterix), lo marcó también como poeta?
Fogwill me parece un escritor muy muy bueno, con un gran talento narrativo, y encuentro poesía en sus relatos. Lo que me marca de Fogwill es una pulsión vital que tiene. Es una persona muy emotiva; todo el mundo habla de su gran inteligencia, y la inteligencia para mí no es un valor. El único valor que yo reconozco es el de la bondad; tampoco el valor erótico del dinero. Quique es un gran bocón con un ego demoledor que de fondo trabaja una cosa más atávica y emotiva, lee la literatura desde un lugar muy pasional y siempre está tratando de hacer surgir a los escritores jóvenes que lo estimulan. Su serie de cuentos me parece impresionante, así como Los Pichiciegos, que para mí tiene mucho más valor que ser “la novela de Malvinas”. A Los Pichiciegos siempre se le adjudican virtudes que yo adjudicaría a la publicidad, como adelantarse a determinadas cosas; la literatura no se tiene que adelantar a las cosas, no es su función, la literatura es atravesarte, hacer que el lenguaje brille y expandir tu sensibilidad. Que el lenguaje brille no significa escribir bien, porque por ahí yo no escribo bien dentro de los parámetros de lo que se supone que es escribir bien, hablo de cuando el lector interpelado por el texto encuentra ahí un sentido de su personalidad más allá de lo que le imponen las demandas sociales. Hoy la gente tiene mucho miedo y eso lleva al fascismo; además, hay una presión muy fuerte, de que hay que tener la mejor mina, le presión de los quiscos sobre el erotismo, ser un ganador en todo, y vivimos entonces en una gran insatisfacción. Nuestra cultura va hacia un colapso demoledor.
Frente a eso, ¿podría leerse su literatura como un intento por rescatar la fragilidad de la vida?
Sí, agarrar las palabras, limpiarlas y volver a ponerlas en el concierto de significados. Que vuelvan a tener fuerza vital después de tanto tiempo estereotipadas; que lo que digan sea la vida.

Pablo Ramos

“La literatura es una arbitrariedad bien manejada”
Publicado en Debate, diciembre 2007


Su reciente y aclamada novela, La ley de la ferocidad, retoma la vida del protagonista de la anterior, El origen de la tristeza, así como el estilo inaugurado con los cuentos de Cuando lo peor haya pasado (Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes y del concurso Casa de las Américas de Cuba), pero llevándolo a su extremo: literatura descarnada para relatar la vida suburbana y compartir dolores íntimos.

El padre, el alcohol y las drogas, la “angustia monetaria”, la escritura: principales temas de La ley de la ferocidad, novela con que Ramos (1966) continuó la historia de su predecesora El origen de la tristeza (ambas editadas por Alfaguara, al igual que Cuando lo peor haya pasado). A pesar de tan dolorosos títulos, hoy Ramos revela que en su casa de Paternal vive muy feliz. Quizá no sea a pesar de su tormentosa literatura sino precisamente gracias a haberla escrito: Pablo Ramos hace literatura por necesidad y urgencia. Y le va bien; con un libro de poesía y tres de prosa se perfila como “niño mimado” de las letras vernáculas y en los próximos meses sus libros estarán en librerías de España, Portugal, Francia, Italia, Rusia, Alemania y España.
“Hay mucho trabajo en el lenguaje para que a través del personaje los lectores puedan llegar a mí”, cuenta Ramos. Su alterego, Gabriel Reyes, se crió cerca del Viaducto del Arroyo Sarandi, Avellaneda, de familia humilde y trabajadora. La degradación catalizada a partir de la Dictadura es uno de los orígenes de la tristeza que, veinte años después –en La ley...- aún lo consume, corporizada en alcohol y cocaína, cuando, habiéndose enriquecido lejos del barrio, vuelve a los pagos a transitar el infierno de la muerte del padre. La literatura: un cross a la mandíbula.
Los títulos de algunos capítulos refieren a su contenido, pero otros al momento de su escritura (por ejemplo Escrito en la máquina de tinta roja un año después de la muerte de mi padre).
¿La historia de la novela es la del largo velorio del padre, o el proceso no narrado de conversión del personaje en escritor?
Ese es el libro. Esa es la historia no contada detrás de la historia contada. Si una novela no tiene una historia detrás de la historia, no interesa, no sirve para nada. El secreto del libro está cristalizado en ese pequeño párrafo sobre el hombre que lo vive y el hombre que lo escribe; algo así como: el hombre que lo vive no es el hombre que lo escribe pero va a empezar a transformarse en él cuando empiece a escribir, y va a transformarse en él cuando acabe de escribir, por el hecho de escribir. Yo soy el hombre que escribe pero aún no lo sabía, y ahí vuelvo para atrás a la historia que se cuenta. Yo creo profundamente en la ficción. Reorganizar la realidad y agregarle las mentiras necesarias. Para lograr que el lector sienta lo que vos sentiste (que es el objetivo: la comunicación plena), tenés que mentir. Porque vos no viviste un hecho real, registraste la vivencia de un hecho real, que es absolutamente distinto. No creo en las ideas literarias, creo en construcción de personajes, y el personaje construye la trama; la forma literaria construida desde el personaje hacia fuera. Al revés es muy posible que tu personaje sea una figurita recortada de cartón, que no tenga hondura emotiva. El personaje de El origen.. y La ley..., Gabriel Reyes, está construido adrede para que los lectores lleguen a mí a través suyo, que no es lo mismo que ser yo. Hay que tener mucho cuidado, es difícil escribir así, por eso hay tantas cagadas, tantos tipos que quieren imitar a Carver y sale cualquier cosa; cualquier circunstancia la convierten en un cuento.
A usted lo comparan bastante con Carver a pesar de que esta novela examina con lupa el interior de la mente del personaje...
Es que hay una incapacidad de poder leer sin pensar en nada, lo mismo otros que decían que era el continuador de Arlt; primero que Arlt no tiene continuador porque era un genio, y segundo que yo no tengo por qué cargar con el karma de continuar a nadie. Por supuesto que los tengo leídos y releídos, pero si yo tuviera que elegir una influencia te aseguro que es de John Cheever más que de Carver. También hay mucha influencia en Gabriel Reyes de los personajes de los cuentos de Salinger, que me permiten despreocuparme de la arbitrariedad. Con Salinger aprendí que al literatura es una arbitrariedad bien manejada.
Calificarlo de “continuador” es perder de vista que usted con pocos libros armó fuertemente una figura de autor, ¿no?
Es suficiente un cuento para armar un autor. El ejemplo es Rulfo.
Justo Aira hace poco señaló lo mismo de Rulfo pero como crítica negativa.
Aira no tiene vergüenza. Un tipo que tiene un talento enorme pero prácticamente promociona la idea de primero publicar y después escribir... Esta moda de hacer cuentos que no cuentan nada se la debemos a él. ¿Cómo va a hablar así de Rulfo, no lo leyó? ¿Lo leyó mal? ¿Qué importa cuántos libros? ¿Entonces Borges no era escritor porque no escribió una novela? ¿Sabés lo que pasa?, está recontra tomado por el capitalismo, un tipo que escribe una novela cada tres meses. Yo escribí muchísimo más que lo que publiqué. Sé que La ley... va a tener críticas muy buenas y también adversas, porque es un libro muy jugado, apunté muy arriba. Escribir cuentos como los de Cuando lo peor haya pasado (que eran como ensayos de La ley...) o una novela redondita como El origen... podría hacer muchísimos, tengo veinte mil anécdotas para desarrollar en forma de novela, pero no lo soporto, yo soy un artista antes que ser un escritor.
¿Y ahora qué está tramando?
Estoy escribiendo una crónica de adictos en recuperación, novelada, que se llamará Hasta que puedas quererte solo. Es algo que me dijo una vez un tipo, cuando yo iba a los grupos, llegaba siempre mamado, y él me dijo vos vení que acá te vamos a querer hasta que puedas quererte solo.
¡Qué buena gente!
Sí, lo de Alcohólicos Anónimos es bárbaro. Yo iba a la casa de un tipo, lo llamaba a las dos de la mañana y le decía loco no puedo más, ya me compré una botella, él me preguntaba dónde estaba y si tenía para el taxi, me invitaba a visitarlo, vivía en una pensión, yo llegaba y ya estaba con la olla para hacer fideos, queso y dulce, y mientras la mujer dormía él se quedaba hasta las cinco de la mañana hablando conmigo. Cuando empecé a recuperarme empezó a irme muy bien económicamente, y en todo sentido, y este tipo me decía: yo lo único que logré en la vida es dejar de tomar. Necesito escribirle un homenaje a esos tipos. Y yo escribo así: cuando algo es un imperativo.
¿Eso está vinculado a la edad en la que empezó a escribir?
Sí, empecé a escribir en serio a los 33 y ya tenía una vida vivida. Es importante haber vivido para contar algo, aunque sea un cuento fantástico, por el peso de la vida, la manera en la cual fuiste asimilando la vida, y cuando digo la vida me refiero a los golpes, porque la felicidad son momentos que se viven y se esfuman, hacer el amor, estar con una chica, comer un asado con amigos, es hermoso porque no genera una consecuencia, es un sólo por hoy precioso. Pero la vida que vas acumulando tiene que ver con el fracaso, con los golpes, el dolor, que después se asimila y te va dando una perspectiva. Cualquier personaje que vos generes, desde un personaje del realismo hasta un hobbit del Señor de los anillos, tiene una carga de vida, ¿no?, por ejemplo, un hobbit tiene una gran elaboración sobre los placeres, del amor, de la familia, del tabaco; Tolkien decía que él era un hobbit. Y fijate vos en la película lo que es la transformación de esos hobbits...cuando a mí me hablan de autobiográfico... fijate que una aventura muy dolorosa los convirtió en seres mucho más interesantes. Una aventura donde casi perdieron todo, el alma, haber llegado a la oscuridad, a un infierno propio, su propia codicia. Por eso yo creo que toda gran aventura, toda gran novela, es una aventura moral. Porque la vida es una aventura moral. Y si no viviste la vida, si no tuviste la oportunidad de pecar, muy difícilmente puedas construir una aventura moral.

Sergio Bizzio

“El humor es mi único enemigo”
Publicado en Debate, enero 2008

“Cuando llegué, dos hombres violaban a mi mujer”: así empieza la nueva novela de Sergio Bizzio, Era el cielo (editada por Interzona), séptima que publica quien también es poeta, dramaturgo y guionista de cine y televisión. Su relación con la pantalla va en aumento: un cuento de su libro de relatos Chicos fue la base sobre la que su pareja, Lucía Puenzo, dirigió la película XXY, recientemente premiada con el Balance de oro en Pinamar y representante argentina para el Oscar y el Goya, mientras que Rabia, su anterior novela, será filmada en España con producción del mexicano Guillermo del Toro, cuenta Bizzio con orgullo. Por otra parte el personaje central de Era el cielo es guionista televisivo: un “neurótico perfecto” del que Bizzio nos cuenta fundamentalmente la separación de su esposa (con quien había regresado poco antes de la violación) y el consiguiente distanciamiento de “lo único bueno que tiene”, su pequeño hijo. La soltura narrativa permite una lectura muy fluida de un relato fracturado, intermitente y con vaivenes temporales que muestran la “explosión” de la ruptura familiar; es un libro entretenido e inteligente, con humor algo cínico y acercamientos poéticos a la angustia y la belleza en torno al amor.
Escribió este libro hace tiempo, ¿en qué producciones está más metido ahora?
A mitad de año la editorial Mansalva va a publicar una antología de toda la poesía que publiqué hasta ahora, corregida, aumentada y con bastantes cosas nuevas. El volumen se va a llamar Te desafío a correr como un idiota por el jardín, que es un título que me dio mi hijo, que titula como los dioses. Sigo escribiendo poesía y ojalá siga siempre. Además grabé un disco. Yo no toco ningún instrumento, pero siempre, con cualquier instrumento que agarro, saco algo, encuentro algo. Fui doce veces a un estudio de grabación, tres horas por vez, y toqué y toqué, y después, con un ingeniero, lo editamos y articulamos de alguna forma. Grabé doce temas. El disco se llama Música para pensar sentado, un título que a algunos amigos les parece una pedantería y a mí un chiste. Tocar es mucho más divertido y relajado que escribir. Escribir es un trabajo, un verdadero sacrificio.
¿Este libro fue mucho trabajo?
Primero escribí el capítulo de la violación, lo dejé un tiempo y luego lo retomé y seguí hasta el final. Habrán sido seis meses en total.
¿La novela empieza sacándose de encima el peso de que pase algo argumentalmente fuerte?
Yo no tengo nada contra las historias. A mí las historias me gustan. Pero la historia sin embargo es la menor de las fuerzas que me llevan adelante, comparado con la construcción de las frases, las historias mismas de la escritura, el dibujo panorámico de la idea que en ese momento circula por mi cabeza, sobre la forma de las cosas, y hasta por el largo de los capítulos.
¿Usted planificó para esta novela cierta relación entre el dolor y el humor?
La historia de Era el cielo es bastante trágica, ¿no? La narración está salpicada de humor, es verdad, pero no fue un cálculo que apuntara a hacer más digerible el dolor del protagonista. A mí el humor es algo que se me impone, no lo busco, más bien diría que lo rechazo, y que es en ese rechazo donde mejor se pavonea. No puedo con él. Me maneja, me domina. Y lo odio. El humor es mi único enemigo verdadero.
Hay varios personajes secundarios muy llamativos y algo desconcertantes (una japonesa libidinosa, un misterioso hombre de saco a cuadros), ¿qué función juegan?
La verdad odio pensar en términos de “función”, aunque hay muchísimos colegas que son como relojeros de su propia obra, que saben dónde va cada pieza en el mecanismo, cómo la pusieron, por qué, y que dan la impresión de haber hecho un cálculo de probabilidades sobre su aceptación en el mercado, sobre su eficacia. Creo que la función que cumplen los personajes secundarios (mantengo la palabra “función” sólo para responder la pregunta) es la de dibujar como partículas el estallido que yo cuento, son esquirlas. La estructura de la novela es la de una separación vivida muy dolorosamente, vivida como un rompimiento de todo, no solamente de la familia o de la cotidianeidad. Y entonces empiezan a aparecer historias que no tienen ni comienzo ni final, personajes que entran y salen. Yo no veo a esta novela como una partitura musical; más bien la veo como un dibujo. Ayer estaba releyendo una novela de la que soy fan, La boca del caballo, de Joyce Cary, escrita a mediados de los años cincuenta, que cuenta la historia de un pintor genial y maldito. Ahí las frases están escritas como si fueran pinceladas. Hay una relación pictórica, me parece, entre La boca del caballo y Era el cielo.
¿Tiene guiños la novela? Por ejemplo, hay un personaje Láinez con una hija Alejandrina.
Seguro que cuando lo tuve escrito pensé en Mujica Láinez, pero nada está pensado como guiño cuando se me ocurre. Es verdad que uno después corrige, trabaja sobre lo que hizo, es la etapa más “calculadora” del proceso de escritura. Aunque no pienso en el lector cuando escribo, el lector es una abstracción. Por ahí se me aparecen determinados lectores, gente que conozco, pero siempre después de haber escrito; termino un capítulo y me digo “esto puede gustarle a tal persona”, del mismo modo que un disco que me gusta me imagino que puede gustarle a tal amigo.
Por ejemplo, la escena en que se meten en una pileta con un tiburón...
La pasé muy bien escribiendo esa escena. No sólo porque me daba escalofríos, sino porque además hacía muchos años que tenía esa idea en la cabeza, y ahí por fin estaba. Es como un cuento, ¿no?
Es una escena temeraria para un personaje temeroso, pero después envidia a la novia por haberse metido, plantea que la felicidad es “que tus intereses por las cosas sean lo más amplios posibles”.
Sí, es un poco lo que quiere él. Y Vera, la novia, es así. Pero al mismo tiempo hay un costado de hiperactividad en Vera que es parte de lo que lo hace irse a él y volver con su mujer. Es un personaje que ya no se siente tan cómodo como pensaba que iba a sentirse en el universo del impulso. Ya no es tan joven, aunque el impulso no tiene nada que ver con la edad. Conozco a un montón de jóvenes semimuertos que van todas las noches a bailar, que van a los festivales de cine, que viajan de acá para allá por el mundo como pulgas, que no se pierden nada de nada. Y en el fondo no son más que pedos en la niebla general de una vida. Mi personaje quiere otra cosa, mi personaje asocia felicidad con estabilidad emocional, social, económica, creativa, lo que quieras. Y yo estoy de acuerdo con él. Lo único que extraño de la juventud es el pelo, después está todo bien. Me gusta más escribir ahora que cuando tenía veinte. ¡Hay tantas distracciones cuando uno tiene veinte años! Oscar Wilde decía: “La vida sería llevadera si no fuera por las diversiones”.
En literatura, ¿hay cosas que esté con ganas de escribir a futuro?
Tengo ganas de escribir una novela sobre la dispersión. Me gustaría que sea larga, muy larga, algo casi imposible de leer completo. Una novela pensada para ser leída fragmentariamente, en páginas abiertas al azar. Es mi gran proyecto, yo que no proyecto nada. Y es más: ya empecé, tengo varios capítulos escritos. El narrador se distrae permanentemente. Está con un hombre que sube a un colectivo, se sienta al lado de una señora y el narrador la sigue a ella, que entra a su casa, se encuentra con su hijo, y el narrador se va con él, que sale a la calle y se encuentra con su novia, y el narrador se va con la novia, y así hasta el final. Tengo ganas de hacer eso. Ya lo estoy haciendo. Seguramente voy a escribir otras novelas en el medio ¿por qué no? El tiempo de mi novela sobre la dispersión va a ser el tiempo de mi vida. Voy a escribir esa novela hasta mi muerte. ¡Y después que se arreglen los lectores! Yo ya no voy a estar.