Thursday, October 26, 2006

Liniers

"Macanudo intenta humanizar a la gente"

Su tira Macanudo es el último fenómeno de la historieta argentina, con un espontáneo séquito de admiradores que no cesan de sorprenderse. Estudió y dejó derecho y publicidad para lanzarse a ofrecer sus “dibujitos”, y hoy quieren editarlo en España. El talento del absurdo y la ternura de un tipo a quien, asegura, la suerte agarró trabajando.


Si la lógica social valora los actos con el único criterio de la rentabilidad del capital, entonces Liniers desborda lo dado: con sus dibujos, hace sentir, hace pensar. Macanudo, su tira diaria en La Nación, es un universo tierno, triste, gracioso, delirante, poblado por duendes, pingüinos con paraguas, una niña solitaria, “gente que anda por ahí”, entre algunos de los personajes que salvan de la saturación cotidiana la delicadeza de lo simple.
Artista de la generación post dictadura, Ricardo Liniers Siri dibuja hombres con moño y sombrero y mujeres con pollera. El culto en torno suyo generó la publicación (por De la flor) de dos volúmenes de Macanudos seleccionados, que una editorial española ya quiere lanzar, y la inminente aparición del compilado de Bonjour, la tira que hizo en el suplemento No de Página 12. Además de fotologs y foros virtuales donde sus lectores comparten impresiones.
Con sensibilidad lúcida en sus pinceles, registra desacomodos, plenitudes, extrañamientos con el mundo, y así ofrece herramientas para mirar de otro modo a las personas y a la ciudad. Un cachetazo tierno al estado de ánimo, cada vez más elegido para empezar desayunos.

La historieta es un arte que combina artes. ¿Desde dónde pensás los chistes?
La historieta tiene lo mejor de dos mundos que me encantan, la plástica y la literatura; al mismo tiempo, algo de cine, de lo que también soy fanático. Las influencias vienen de todos lados, incluso de la música. Pero no tengo una forma establecida de trabajar, más bien al contrario: me baso en explorar todas las vetas y mecanismos que se me ocurran. Cada vez que vislumbro una arista diferente de humor, intento hacer un personaje para explotarla.
Lo que sí tengo claro, a partir de leer y analizar muchas historietas, es que la parte gráfica es esencial. En la primera mitad del siglo 20 había un cuidado increíble, porque les daban una página entera, pero eso se fue perdiendo.

¿Cómo cuidás la calidad de la tira?

Incluso los dibujos simples son elaborados, porque pasé muchos años buscando la forma en que quería dibujar. Por otro lado, intento aprovechar la frecuencia diaria para hacer un trabajo de pensar, de diseñar la tira, los personajes, examinar todos los costados de la historieta que me puedan gustar.
De allí el nombre Macanudo: no menciona demasiado claramente a nada ni a nadie, no me ata y puedo poner un chico, historietas absurdas, un robot, a mí mismo, lo que fuere. Al principio era confuso, pero ahora mucha gente entró en sintonía.

¿Cómo te resulta ejercer el humor absurdo en un diario que, por decirlo de algún modo, mantiene las formas?

No sabría cómo imaginar al lector promedio del diario. Mi política es: cualquier idea que me aparezca en la cabeza que me parezca interesante, la tengo que hacer. Ni siquiera necesito que sea graciosa. Nunca subestimo al lector pensando que no puede entender algo que yo sí, me considero un tipo promedio, así que al menos la mitad entenderá.
Si bien el público es tan variopinto que no puedo suponer códigos compartidos a priori, también creo que lo conservador del diario potencia el efecto descolocante de la tira.

¿No necesariamente graciosa pero sí humorística? ¿Qué buscás hacerle a los lectores?

Más que hacer que la gente se ría, lo que quiero es cambiarle el estado de ánimo. Yo trabajo sobre los humores en general: bueno, malo, cómico, reflexivo, deprimido, etcétera. Ese humor es el que maneja la tira.
El efecto que más busco es el del final de Tiempos modernos: después de perder mil veces el trabajo, ella llora y él, que camina feliz de la vida, le hace un gesto para que sonría, y se van los dos riendo. Esa confusión emocional entre la ternura, la tragedia, la gracia, me pone la piel de gallina y creo que contiene toda la filosofía de Chaplin contenida.

¿Con qué otros humoristas hiciste experiencia?

Cuando apareció Alfredo Caseros con Cha Cha Cha, no podía creer lo que veían mis ojos. También Les Luthiers, Seinfeld, Ren & Stimpy, Monty Python, Fontanarrosa, Quino, muchísimos. La clave está en la sorpresa, es la que puede arrancarte la carcajada. Si ya sabés por dónde viene, la cachetada no sacude tanto. Mi trabajo de basa en la capacidad de sorprenderme.

¿Con Los Simpson tenés relación?

Ellos me enseñaron que hay que laburar a distintos niveles para que sea más rico el producto. Un capítulo suyo te encanta a los diez años y también a los treinta. Tienen referencias oscurísimas a personajes históricos, del arte clásico y moderno que, a quienes se dan cuenta, les suma, y a los chicos no les estorba, porque ya están enganchados con la animación y la historia.
Dejó de tener sentido la idea de dibujos para chicos; a ellos ya les gusta porque es dibujito, entonces es fácil hacerlo para todos.

¿Cómo buscás la sorpresa?

Recurro mucho a la infancia, cuando todo te sorprende. El día que me dieron una fotocopia por primera vez no lo podía creer, y me la llevé a casa y la guardé. De grande perdés esa sorpresa total. Yo la encuentro en el cine, en la historieta, en la música. Ya no en los adelantos tecnológicos, porque también estás esperándolos.
Los contrastes son muy importantes para generar sorpresa. Odio el chiste de la mala palabra, el humor tipo Canal 9 que consiste en decir “je je, culo”; no es gracioso porque sí decir culo. Lo hace muy bien South Park, donde está perfectamente equilibrada la ternura de los chiquitos, la inocencia asociada a la infancia, con las barbaridades que dicen.

¿Cuál es el papel del humor en el sentido de la vida, tanto de quien se dedica a él como de la gente en general?

Para mí la vida sería una cárcel sin humor; el mejor momento del día es cuando es clarísimo que me estoy divirtiendo. Me parece que van a pasar mil cosas espantosas, pero que la única manera de zafarla es si te reís.
Por eso también rescato el cinismo, Barcelona, por ejemplo. Me encanta el humor de los tipos que van con los tapones de punta, desaforados. Creo en la fórmula de Chaplin: humor es tragedia más tiempo.
No hay algo de lo que uno no pueda reírse, porque no necesariamente reírse es negarle importancia. Roberto Benigni hizo La vida es bella y no menospreciaba el holocausto, se reía como mecanismo de defensa. Había sucedido lo más siniestro que puede pasar; el ser humano no se hunde más abajo que un genocidio. Si te podés llegar a reír con eso, sobrevivís.

¿Es esa vitalidad del humor lo que hace que tanta gente lea Macanudo antes que las noticias?

Descomprime, porque las noticias siempre son gigantes y malas. La única buena es que un taxista devuelve tres mil pesos, pero no es noticia un día común y feliz de un tachero. Hay una afición a la mala noticia muy extraña. Personalmente, ya ni compro el diario, igual te enterás de todo.
Además, no sé si es sana esa obsesión de saber todo el tiempo lo que pasa en todos lados, no sé si las noticias son más importantes que Moby Dick o Salinger o si forman más parte de mi vida que el pájaro que canta en mi ventana.
Ahora, si bien busco enfocar en lo lindo que está cerca y olvidamos, también valoro señalar la llaga, fijarse en las cosas horribles que pasan a diario. Hay personas tiradas en el piso y nadie les ofrece una mano, podrían ser cadáveres y la gente tardaría en darse cuenta. Creo que es la dinámica de esta ciudad, y Macanudo también intenta hacerle una fisura, humanizar a la gente.

¿Descargas en la tira reacciones contra cosas que te molestan?

Sí, por eso dibujo tanto el campo y los árboles y muestro una ciudad usualmente hostil. Pero no estoy de acuerdo con que la afeen los graffitis, ni el stencil; lo que me afea la 9 de Julio es un fulano de cuarenta metros en calzoncillo, recién salido del gimnasio, con una rubia raquítica acercándosele, deseosa. No he visto en otra ciudad tan poca protección a la belleza urbana frente al marketing.
De las modelos también me río, no tanto por ellas sino porque, como dice Woody Allen, un buen termómetro para observar una sociedad son las figuras que elige celebrar. Con canales que pasan biografías de minas sólo porque son lindas, estamos en problemas.

Martin Caparros

"En Argentina sobran provincias"


¿Qué es Argentina? Si a un escolar se le dice “dibujá Argentina”, dibujará seguramente el contorno geográfico de Argentina. ¿Hay algo relatable que se llame así?
Al volante de su coche, Martín Caparrós recorrió más de treinta mil kilómetros de quince provincias de la mitad norte –y más antigua- del territorio nacional, y volcó profusamente el periplo en una crónica, el género que prefiere en los últimos años y que cruza el periodismo y la historia. Pero su viaje dejó atrás Buenos Aires, porque le interesaba otro país: El Interior. Tal el nombre de su flamante libro, de más de seiscientas páginas.

¿Qué ideas confirmó y qué ideas tuvo que cambiar sobre el interior?

Me llamó la atención que la estadística en Argentina es una disciplina o repudiada o ignorada, no sé, pero que en todo caso no funciona: me resultó casi imposible conseguir los datos socioeconómicos del país sustrayendo los datos de Capital y el GBA. No está hecho, tuve que ponerme con la calculadora a sacar miles de cuentas, extrapolaciones complicadísimas, etc. Al margen de esto, una constatación fuerte de este viaje fue que Argentina está vacía. Aquí es difícil de imaginar, porque el espacio es un lujo extremo en la ciudad. Pero en el interior es casi una amenaza, el desierto acecha. Y en un mundo donde el espacio está tan cotizado es curioso que no sepamos cómo hacer valer esa especie de sobreabundancia de espacio que tenemos.

Además durante mucho tiempo se pensó que la mera tierra hacía de Argentina un país rico.

Sí, ahora volvió la idea esa de que la tierra es lo que nos salva, y si uno se pone a ver los números tampoco es tan cierto. Lo que sí es cierto es que la explotación de la soja está cambiando buena parte del país. Alguien tendría que investigar seriamente cómo es la Argentina desde que se convirtió en el sojero del mundo. La soja vacía extensiones, expulsa trabajadores y recupera un sector social que estaba muy caído, sin ningún peso en la política: los propietarios de tierras y los productores rurales. Han recuperado su peso, y lo más curioso es que tienen un proyecto político, y hace mucho que un sector de la producción no tenía un proyecto de país explícito.
Antes cuando los sectores económicos tenían su proyecto se conseguían un general o un político y hacían que lo aplicara; en cambio estos tienen un proyecto y lo difunden, hacen encuentros, congresos, hablan de cómo la modernización y la tecnificación han mejorado tanto el campo y que entonces mejoraría el resto del país. Pero habría que estudiar en detalle ese modelo, porque también expulsa trabajadores y usa la tierra de una manera totalmente punkie, arrebatada, sin saber si deja o no futuro.

¿Con ese proyecto se viene enfrentado Kirchner?

No, el enfrentamiento es con los productores de carne, a su vez enfrentados con los sojeros, quienes les comen el terreno arrendando tierras que antes servían para dar de comer al ganado, porque la soja es más intensiva y da beneficios inmediatos mayores. Es el viejo enfrentamiento entre un sector más modernizador y arriesgado, que serían los sojeros, que harían una inversión grande cada año y estarían más expuestos a los avatares climáticos, y los productores ganadores, conservadores, que saben que la plata está en cuatro patas, que no hacen grandes inversiones ni tendrán grandes réditos pero sí la tranquilidad de que la guita está segura, envuelta en cuero. Aunque obviamente algunos ganaderos están viendo cómo tecnificarse; es un tema bastante complejo

En la presentación del libro, en el pueblo entrerriano Irazusta, dijo que allí “el Estado decidió dejar de ser Estado y el pueblo existe por decisión de sus habitantes”. Si existe no por efecto del país sino de su comunidad local ¿Hay algo real que se llame Argentina e integre sus partes?

Por un lado, tengo la sensación de que el proyecto que instaló la dictadura y continuaron los gobiernos posteriores no sólo empezó desapareciendo personas sino que también luego desapareció pueblos. Muchos quedaron fuera del mapa, básicamente por el ocaso de los ferrocarriles, pero también por la concentración de la tierra que expulsó gente. Muchos pelearon por seguir existiendo, pero contra el Estado, no gracias a él. Argentina es un país donde el Estado se escapó, lo cual no es poco: también crea una unidad.
Pero hay una paradoja muy curiosa, porque al mismo tiempo que el Estado se escapó, se generó un Estado más poderoso que nunca, en el peor sentido: al dejar de proveer transporte, salud, educación, etc., la pobreza que eso creó hizo que cada vez más gente viviera de empleos estatales; más de la mitad de la gente, en ciertas provincias. Entonces la dependencia de la población con respecto al estado se acrecentó muchísimo como efecto del mismo proceso en que el Estado se aminoró muchísimo. Cuando en las provincias había fuentes de ingresos legítimas, la gente podía intervenir o no en política, pero no dependía de los políticos como ahora, cuando dependen para su subsistencia, si el intendente no les da el subsidio no comen.

¿Pero hay elementos que aúnen la dispersión argentina?

Hay causas comunes. Por ejemplo, charlé con un tipo en un ranchito en Tucumán que me contaba cómo quemaba cuerpos de guerrilleros en el año 75 porque era soldado en el operativo independencia, lo cual me ubica todo lo lejos que se puede estar de una persona, obviamente, pero al mismo tiempo somos efectos de la misma causa argentina. Este es el ejemplo más extremo; pero de más está decir que yo veía los partidos de Boca todos los domingos estuviera donde estuviera. Entre Boca y la Dictadura está lleno de cosas que tienen causas comunes a todos.

¿Haría alguna regionalización del interior distinta a la que puede trazar el imaginario porteño promedio?

Entendí ciertas cosas que no sabía sobre la regionalización, como en qué medida Córdoba es la capital del interior, lo cual allá es muy obvio, muy marcado, pero acá no lo sabemos en su verdadera medida. Aunque ahora Rosario la está pasando por arriba, y eso es muy fuerte para ellos, se arma una pelea muy complicada por ser la segunda ciudad del país.
Por otro lado, me parece que sobran provincias en Argentina. Hay demasiadas superestructuras político administrativas y mediáticas y económicas. Tenés una provincia, con su diario, su par de canales de tele, sus cinco radios, su parlamento y gobernador, sus dos docenas de influyentes que dominan los negocios, sus estructuras de servicios, y hacés ciento cincuenta kilómetros y tenés otra provincia donde se repite todo nuevamente, lo cual hace que se pierda mucha guita y, sobre todo, mucha energía. Frena mucho. Esa energía que se va en hacer funcionar esa maquinaria se podría usar en otras cosas. Encima tampoco es que el origen histórico de las provincias sea tan loable: la influencia de una ciudad, por lo tanto de un caudillo, un par de batallitas en el siglo 19, y se armaron los límites.

Un prejuicio sobre el interior dice que allí el tiempo pasa más lento, no sólo las horas, sino la evolución histórica. ¿Qué le pasa a ese prejuicio después de un viaje así?

Hay otro uso del tiempo. El tiempo personal no está tan enajenado. En Capital salís a las 8 y volvés a las 19, todo el día literalmente alienado. En cambio en el interior se corta al mediodía, se ven con la familia, descansan, y recién después vuelven a trabajar, lo que ya hace que el tiempo esté más sobre control personal. Además, como no se pierde tanto tiempo yendo y viniendo, hay más tiempo para todo.
Por otro lado, también da la impresión de que muchos de los cambios entran por Buenos Aires, y entonces tardan más en llegar a la mayoría de la gente del interior. Hay rasgos que a mí me parecen mucho más arcaicos, como por ejemplo algo que desconocía: en muchas provincias del NOA hay educación religiosa en escuelas públicas. Aquí, impensable. Muchos de ellos se jactan de ese arcaísmo, porque piensan que los pondría más cerca de las raíces y por lo tanto de la verdad.

¿Algo del menor anonimato genera también una mística de lo puro?

No, genera una picaresca de la dificultad de la trampa, en todos lados me contaban historias de lo complicado que es verse con una mina prohibida, cómo se van al pueblo de al lado o más lejos aún. Eso les da una sensación de presión bastante fuerte, se sienten –están- observados todo el tiempo. Muchos envidian la sensación de la gran ciudad de que nadie se entera de lo que hacés. Pero por otro lado les da cierta seguridad, de estar en un medio en el que existen, donde todos saben quién sos y vos sabés quiénes son todos. Me decía un juez salteño algo muy curioso: que los porteños son tan lanzados con las minas porque si se cruzan una por la calle saben que es la única oportunidad que van a tener, si no se la atracan de inmediato nunca más van a tener chance. En cambio ellos allá saben que si no la ven mañana la ven la semana siguiente seguro, entonces no hay apuro.

Por último, ¿Cómo evalúa las distintas vías de difusión de su trabajo, las distintas condiciones de comunicación?

Si yo tuviera un slogan que hacer circular y la televisión argentina no fuera lo que es, seguramente querría estar en televisión para que circulara. Pero no tengo ninguno, y la televisión argentina es lo que es: el mejor medio para difundir ideas simples, que muchas veces dejan de ser ideas. No hay espacios para pensar o discutir en serio. La radio me gusta mucho, me parece que sí ofrece más espacios para pensar un poco las cosas, pero para trabajar en radio seriamente hay que estar todos los días en el mismo lugar, y yo no quiero hacer eso. Así que lo que hago es escribir, y quiero cada vez más escribir libros. Estoy muy decepcionado de los medios gráficos argentinos, la gran mayoría son decididamente malos y no hay intención de mejorarlos, sus editores creen que tienen que ser malos porque piensan que sus lectores sólo quieren medios malos, y lo están logrando, es una perfecta profecía autocumplida. Están entrenando toda una generación de lectores a creer que leer es leer esa porquería, y va a ser muy difícil recuperarse.