Friday, October 16, 2009

Reseña de los Cuentos completos de Fogwill, en Perfil Cultura

Nota: el efecto y la apreciación de los buenos libros se maceran con un tiempo que excede al periodístico. Lo cual es parte del motivo por el que esta nota me parece salió medio feucha; pero aguanto las ideas.
Fogwill aunque Fogwill

Nueve veces está escrita la palabra Fogwill entre tapa, lomo y contratapa del compendio que abona la canonización del eximio polemista (mientras se reedita Vivir afuera, novela, se agotó Los libros de la guerra, artículos; y después de los movimientos análogos con sus congéneres Mario Levrero y O. Lamborghini). Polemista, publicista, nombre marca: ¿cuánto deberá su éxito a su comportamiento público como escritor? No: no reclamar higiénica separación entre vida pública y obra. Suprimir el contexto lleva a sacralizar al texto –sin origen, se fetichiza en palabra santa- y al autor -objetivado como abstracta figura matrizante-. Además, su personaje público se trabaja como proyecto desde los propios textos de esta movilizante colección.
Diecisiete sobre veintiún cuentos fueron escritos entre 1974 y 1983. Todos admirablemente leídos en el prólogo de Elvio Gandolfo, quien, por otro lado, abre y cierra con el rankeo, el mapeo jerarquizante de las letras argentinas, en un libro donde se ostenta repetidamente ser el más dotado del clan en potencia narrativa (por ejemplo en Otra muerte del arte, única pieza hasta ahora inédita).
En la mayoría de los primeros cuentos, esa potencia narrativa (más: enunciativa) mantiene amarres en la capacidad física de contar. Parecieran estar escritos de un tirón de aire por el mismo narrador, un yo que cuenta reflexivo y autoconciente (“siempre yo diciéndome yo”). Incluso los relatos en tercera persona centran en el narrador, porque la verdadera protagonista es la capacidad de narrar. Mucho meta relato, cuenta que cuenta y cambia las reglas de súbito, un tipo de exposición del artificio que lo aleja de Borges, Cortázar, incluso Manucho. Como si dijera: te muestro que es invento, te cambio las premisas en el camino pero seguís enganchado porque querés ver cómo termina el cuento, o más bien cómo sigue el modo de contar. El ejercicio de la narrativa es en realidad el protagonista del conjunto; explicitado con prepotencia visceral en Música, conceptualizado en Sobre el arte de la novela.
Logra un estilo de contar muy directo pero exento de estereotipo: persigue una médula generativa del habla argentina. Y mecha con zonas de complejidad expresiva con en vericuetos del lenguaje (Reflexiones), a veces problematizando la conciencia con memoria, sueños, drogas (Help a él o el impresionante Restos diurnos).
Además encontrará el lector el repertorio esperable de tópicos fogwillianos: mujeres, sexo, saberes mundanos (de rico y de campo y calle), una inteligencia advertida de todo, armas, militancia setentista, arte y literatura. Transversalmente, una preocupación por la autoridad. Fogwill diagnostica una sociabilidad guerrera y actúa en consecuencia (“En guerra es bueno que cada cual se sienta mejor que los demás”).
Y está esa sociología de enorme tipólogo, suerte de psicología semio-mercantil (La chica de tul de la mesa de enfrente, brillante). Calcula: se la pasa calculando y es una manera de contar (ejemplo La cola, muestra fogwilliana de que peronistas somos todos).
Acaso resignado, literatura, podría decirse, de la derrota socialista (magistral La luz mala), hay en el libro una pelea: inercia versus resistencia a la subordinación de la vida al beneficio. Disputa entre la historia clandestina de las pasiones y su movilización reglada moderna, de notable factura en Memorias de paso, breve tratado de cultura occidental.
Una y otra vez la verdad obvia del mercado encarna en personajes como fatalidad. Pero en varios cuentos no: el hostil polemista respeta a los que no se venden. La poética de su despliegue narrativo es refugio subterráneo para hebras de corte a la naturalización capitalista, como en el hermoso (y pichicieguista) Cantos de marineros en las pampas, oda a la militancia bárbara –ese puro estar- contra la civilización del autoritarismo burocrático, a la pluralidad precaria de la intemperie contra el cobijo ordenado del fortín: eterna e invencible épica del hermoso fracaso.
¿Afecta la canonización a la riqueza del texto? Las mismas operaciones de presencia autoral (en texto y contexto) y autovalidación estilística que lo distinguen de las previas figuras consagradas de escritor (un gran escritor inventa un modo de serlo), esas mismas operaciones aperturistas respecto de lo que se puede y no con la literatura son las que devienen amenaza de clausura cuando arrean la corriente hacia la capitalización yoica. ¿Perderá misterio el consolidado, será como el ludo la literatura, con rebote en la meta? Todavía sobra fuerza y belleza en estos cuentos para que la canonización ceda como tigre de papel al vínculo del cuerpo con las palabras, a través suyo con el mundo.

Sunday, October 04, 2009

Santiago López Petit, entrevista


"HAY QUE POLITIZAR EL MALESTAR"


Por Agustín J. Valle para Perfil Cultura, sept 09
Catalán nacido en 1950, trabajaba de químico en una fábrica hasta que estudió Filosofía, se doctoró en París y hace quince años enseña en la Universidad de Barcelona y organiza revistas y colectivos políticos. Ex militante de Autonomía Obrera, en Breve tratado para atacar la realidad (Tinta Limón) parte de la derrota histórica del proletariado para pensar la vida –propone odiarla- cuando la realidad coincide absolutamente con el capitalismo.

“Este libro tiene por objeto una sola cosa: la realidad”, dice la contratapa de su primer título editado aquí. Vino a presentarlo y cuenta que “está construido retomando La sociedad del espectáculo, de Guy Debord, porque también quiere explicarlo todo; es entre ambicioso e ingenuo. Los conceptos que aparecen -el Estado-Guerra y el fascismo posmoderno, la movilización global y el poder terapéutico, la fuerza del anonimato y la política nocturna-, fueron construidos en los debates de los colectivos a los que pertenezco en Barcelona, como Espai en blanc. Y tiene filosóficamente dos grandes fuentes, francesas en Foucault y sobre todo Deleuze, e italianas en el operaísmo de Mario Tronti, Negri, Raniero Panzieri, pero por debajo hay una lectura de Heidegger y de Carl Schmitt, y de Lautreamont y Artaud.”
¿Qué es para usted la filosofía?
Para mí la filosofía es casi una manera de vivir. Una determinada relación del pensamiento con la vida, que tiene que ver con el hacerse imposible vivir. Es difícil pero no es cuestión de especialistas. Viene, la filosofía, de una perplejidad ante el mundo que para mí hoy pasa por poner la interrupción en el centro. Pensar es algo que se vuelve posible cuando se interrumpe este movilismo capitalista redundante. En esta movilización por lo obvio, este presente eterno, el pensamiento crítico detiene, abre un paréntesis, lo que Husserl llamaba epojé. Cortar el sentido común que te dice que las cosas son lo que son y que la vida es la vida. Entonces lo que aparece es la vida como cárcel. La realidad es con lo que choco cuando mi querer vivir quiere cambiar lo que el mundo organiza como mi vida. Por eso la realidad es nuestro problema, y la vida, campo de batalla: es preciso odiar la propia vida para liberar el querer vivir.
¿Sobre ese “querer vivir”, o sobre “la fuerza del anonimato”, puede fundarse una política práctica cotidiana?
El pensamiento crítico tiene que ser capaz de construir una estrategia de objetivos (frente a la crisis, más salario, frente al paro, salario garantizado, etc), pero a la vez debe ser vaciador de horizontes, hundir las propias categorías políticas para irlas reconstruyendo. Debe ponerte en juego radicalmente, pero también con un costado posibilista. Ambos momentos son necesarios, pero no tengo claro que un espacio de anonimato los articule. Más bien lo veo como un gesto radical que logra abrir un espacio común, de comunidad. Por ejemplo aquí el que se vayan todos, o cuando la guerra de Irak, en Barcelona ver salir a la calle con cacerolas para golpear -un gesto traído de Argentina- gente de toda clase, que no estaba allí ni como estudiante, ni como inmigrante ni como intelectual, era un espacio anónimo. El desafío sobre eso es construir una política. Pero un espacio del anonimato tú no decides abrirlo, se abre.
¿Cree que la duración es imprescindible para la creatividad política de lo que llama espacios del anonimato?
No veo un vector tiempo construido sobre la fuerza del anonimato. Por ejemplo los espacios de anonimato que se abren en los suburbios parisinos cuando se queman coches (esa mercancía que hay que desear), no se suman ni se mantienen. Quizá haya un archipiélago que una estos espacios, un contagio, pero exigirles una búsqueda de duración y objetivos es fatal políticamente. El movimiento por la vivienda digna en España, otro ejemplo, no tenía reivindicación alguna, y movilizó dos veces veinte mil personas. La consigna era “No tendrás casa en la puta vida” y “Ni vida en tu puta casa”. Este movimiento no tenía dónde ir; abrió, politizó y terminó. Cuando se quiso convertir en un derecho a la vivienda, superponiendo un discurso jurídico, se hundió, se liquidó el gesto radical de ponerte frente al abismo. Esa institucionalidad quizá haga al movimiento más duradero, pero le saca su potencia de vaciamiento de la movilización obvia.
¿A qué llama abismo y por qué le parece necesario?
El querer vivir es ambiguo. Su mínimo es el instinto de supervivencia. Y en la movilización global capitalista funciona neutralizado políticamente. La gente está viviendo y en cierto sentido no pasa nada. Nosotros hemos pensado por ejemplo en lo que llamamos los yo-marca. El que gestiona su vida como empresario de sí mismo. El currículum, por ejemplo, es una obsesión, en Europa. El que no es marca tiene un estigma. Sin proyectos e iniciativas que mostrar en el teatro de los emprendedores, quedas estigmatizado. Ahora, aunque algunos sean producidos como vidas sobrantes, todos somos sustituibles: nuestra vida se sostiene como vida constantemente en crisis.
¿Una crisis estructural y ya no de transición tipo gramsciana?
Hoy, la vida privada ahoga; es una vida privada de vida. Produce miedo, y enfermedades del vacío -pánico, depresión- que se gestionan farmacológicamente. Allí el capitalismo terapéutico te dice que tus malestares se resuelven hacia adentro de tu vida, y te da recursos y servicios de autogestión de la vida para el mercado; la vida concebida como capital humano. Por eso creo que odiar la vida en pos de liberar el querer vivir empieza por politizar el malestar.












Reseña de Burundanga!, de Edgardo Cozarinsky (Mansalva)

ERUDICIÓN EN BUENOS AIRES QUEER
Con su nuevo libro de relatos inclasificables, el también cineasta Edgardo Cozarinsky (Buenos Aires 1939) parece ser uno de esos tipos que puede tomar cualquier cosa y contarla con exquisitez, divirtiéndose, además, sin parar: las 78 páginas dan la sensación de estar escritas en el instante justo previo a la carcajada, como si hubiera logrado congelar la inminencia del estallido, ese punto del humor en que lo rígido anuncia su desmoronamiento en la hilaridad. Entre minucias de botánica urbana psicoactiva, anecdotarios de levantes homosexuales con tacheros presuntamente heteros, y amplia erudición cafetinera sobre papas asesinados, la narración se sitúa en el fino punto donde no sabés si está hablando en serio o en joda y eso hace a la desopilancia general.
Abiertamente absurdos son dos textos de la primera parte, Mis amores con Dumbo y con Bambi y La última cirugía de Elena Ceausescu. En uno, los animales, tras su cuarto de hora en Disney, apelaron a violentas cirugías estéticas para adaptarse al exigente mundo del espectáculo, y conquistan sexualmente al argento narrador. En la otra, la esposa del último dictador pro soviético en Rumania huye y se alía con el argentino Dr Maskarovich, que hace remodelamientos totales: damas suizas de la alta sociedad se transforman en arañas pollito gigantes, cosas así. El contenido es netamente humorístico, de manera que la rigurosidad y alta cultura del registro narrativo resulta satírico en tanto muestra que cualquier verdura podría contarse con altos ribetes.
AjV - Rolling Stone sept 09

Reseña de Ceviche, de Federico Levín (Negro absoluto)

Satori pre bulímico

Peruanos y voracidad nocturna en el Abasto; primera entrega de una saga en la colección de policiales que dirige Juan Sasturain.


Héctor El Sapo Vizcarra es “una burbuja rellena de carne y bañada por una pátina de sudor espeso que en otro mundo sería la delicia de algunos hedonistas sin culpa ni cura”. Tal vez no ese pero hay otro mundo, siempre: aquí mismo en éste. Pasa que el trabajo de verlo es arduo, hay que lograr cierta frecuencia en la disposición de los ojos, o de las papilas gustativas. Por la boca incorpora El Sapo al barrio del Abasto: sus calles en carne viva, su acústica social, sus olores que resumen el planeta, y, sobre todo, el universo de los peruanos: restoranes impredecibles, músicos algo incaicos, redes narcotraficantes, mujeres sabrosas, funerales que son fiesta y banquete, personajes mandados a hacer para la literatura, el ocultamiento, la aventura posible hoy acá.
“Si su departamento es una pecera, El Sapo es el pez gordo. Se desplaza por su hogar con pasos cortos y rápidos, se cansa y suda, habla en voz baja para que nadie lo escuche: le dicen El Sapo, se calla y duda”.
Levín escribe y describe con una musicalidad luminosa; en sus mejores tramos, leer resulta una experiencia de sorpresa y de ingravidez: uno flota al ritmo lúcido y poético de la prosa mientras El Sapo lidia con su gorda masa, especie de Ignatius J. Reilly (de La conjura de los necios) más ateo y de mejores intenciones. Hedonista trágico, está encerrado en su vida, desarreglo formal que duerme a cualquier hora y guarda su mayor regularidad en el escabio. Lo mueven el hambre y el aburrimiento; lo llevan de periodista gastronómico outsider a escritor del policial que él mismo protagoniza: investiga una muerte. Sucedió en un restorán, mientras él comía un ceviche celestial que quedó trunco; ahora El Sapo quiere saber, quiere comer, quiere entrarle al mundo por algún lado y meterse lo mejor que encuentre en la boca y así alcanzar su “satori pre bulímico”.
La lectura estimula jugos gástricos y metafísicos, y acaso sea no tan rica para los amantes de las tramas policiales ingenieriles (hay incluso algo de forzamiento en algunos mojones de la búsqueda) como para los de la escritura, esa desacralización del lenguaje que permite descubrir –inventar- nuevos sentidos de las cosas que se sienten. (De hecho la novela anterior de Levín, Igor, fue reseñada como experimental, macedoniana, gombrowicziana).
El músico “Intestino” Delgado, el transa dudoso “Sudor de Sombra” y el capo narco “Indio Mineral” son personajes que El Sapo encuentra. También el linyera Dionisio, verdadero Sancho pillo, informante clave. Auténtico cronista del barrio, porque aquel que nadie quiere ver es el que mejor puede verlo todo; tan excluido y negado como figura callejera que ni siquiera se le ocultan las cosas, resulta privilegiado para relatar la verdad no calculada de los demás.
AjV - Rolling Stone, Sept 09