Saturday, September 22, 2007

Alejandro Zambra

"Macedonio es mi autor favorito año por medio"

Repetidamente aplicado, el mote de joven promesa de la literatura chilena es desatinado en tanto a sus treinta y un años, con dos libros de poesía publicados, Alejandro Zambra ya publicó una delicia en prosa como Bonsái, editada por Anagrama (al igual que su flamante segunda novela, La vida privada de los ábroles). Las menos de cien páginas de Bonsái son una apología de la elipsis, una advertencia sobre el desamor y una exploración de los siempre variables límites de lo narrable.
“Al final Emilia muere y Julio no muere. El resto es literatura”: así, despojado, comienza el libro. Ensayando hebras sobre qué es la literatura y cuál su lugar en la vida, pregunta que Zambra se toma muy pero muy en serio.
Profesor de Literatura en la Universidad Diego Portales, participó de la mesa sobre “Nueva narrativa chilena” organizada en la Feria del Libro de Buenos Aires por la embajada trasandina, y, más recientemente, en Bogotá 39.


¿Cómo es la "nueva narrativa chilena" que te encomendaron representar?
Es raro que hayan llamado así la mesa, porque así se llamó una corriente de principios de los noventa, con la que yo no tengo nada que ver: la literatura de la transición. Era un momento en que en Chile había mucho plata y mucho interés sobre lo que los chilenos iban a escribir sobre el pasado inmediato. Fue un movimiento bien estelar, con escritores que vendían muchos libros, pero todo eso se acabó de pronto, en el mismo momento en que se acabó la plata. Pero era una narrativa que venía de la narrativa, en el sentido de que eran escritores que, formados leyendo a José Donoso, en el fondo querían contar historias. Y yo no sé si los chilenos somos muy buenos contando historias. A mí me cuesta hasta contar un chiste. Más allá de los lugares comunes, tenemos una poesía muy buena, pero no sé si somos muy buenos contando historias.


¿Cómo se vería ese déficit?
Las mejores novelas chilenas a mi juicio vienen más bien de un conflicto con el hecho de contar historias. Hijo de ladrón, de Manuel Rojas, creo que la gran novela chilena del siglo 20, es tan buena porque encuentra su forma -ligeramente fragmentaria- en el deseo de contar esa historia: no lo encuentra en la literatura, no lo encuentra en los procedimientos narrativos. Y creo que en la Nueva Narrativa chilena había mucho procedimiento, mucho taller y poca personalidad literaria, no había escritores bien autónomos de cabeza, libres. Además, no hablaban en chileno, no usaban los modismos locales. En Chile el lenguaje coloquial se usa mucho menos que aquí, tanto en literatura como en las publicidades, a pesar de que tuvimos a Parra, que lo que hizo fundamentalmente fue eso: exigir que el lenguaje de la calle estuviera en literatura. Pero eso no pasó en la prosa. Los argentinos, en cambio, le dieron carta de ciudadanía a una forma de hablar. Escribieron como hablaban.


¿Por ejemplo quiénes?
Los narradores con que mi generación creció, los que leímos realmente, fueron los argentinos: Cortazar, Roberto Arlt, Manuel Puig, Di Benedetto que era menos conocido, Borges, aunque Borges no es tan un habla argentina, porque lo que hizo fue cambiar el español, contaminarlo y hacer una lengua nueva. El es una nacionalidad. El Bonsái, para bien o para mal, está escrito en chileno.

Y Macedonio Fernández, cuyo cuento Tantalia titula un capítulo de Bonsái, ¿Cómo llega a vos y a Chile, a través de Borges?
Lo leí, sí, gracias a Borges. Hace bastante tiempo. La única vez que había venido a Buenos Aires hasta ahora me dediqué a buscar sus libros (allá casi no hay) y leí Adriana Buenosayres, No toda es vigilia la de los ojos abiertos, el Museo de la novela de la Eterna, pero antes ya había leído Tantalia, y recuerdo que no me gustó porque me sentí invadido. Sentí que claro, en el fondo todo el mundo hace eso, tratar de cuidar una plantita, una matita de trébol, para simbolizar el amor, y que Macedonio lo ridiculizaba. Ahora, por supuesto, me encanta Macedonio y el cuento, esa mirada irónica y súper distanciada a los amantes. Yo creo que Macedonio año por medio es mi escritor favorito. El otro, descanso, porque el Museo… es insoportable. Ahora estoy en año sabático.


¿Qué autores chilenos te conmovieron más?
Hoy todos quieren ser o no ser (Roberto) Bolaño, pero la condición de Bolaño fue que él había leído con real interés la obra de Parra y la de Enrique Lihn, que es lo mismo que nosotros hemos leído todo este tiempo, además de Gonzalo Millán, grandes poetas, algunos muy buenos narradores como Manuel Rojas, Juan Emar, un escritor rarísimo que sobrevivió a la vanguardia. No nos formamos con Neruda, sino con Parra, él era el padre que había que matar o no matar, y Lihn era el hermano.


¿Cómo nació Bonsái?
Creo que el Bonsái ante todo es una obra de diseño: haber logrado que un documento de Word de cuarenta páginas se convirtiera en un libro rubricado como novela. En determinado momento, Chile se llenó de Bonsáis. No sé si me gustaban, pero tenían esa belleza rara, esa fragilidad, y a la vez una cosa muy artificial, fruto de la manipulación, un artefacto. Empecé a comprar una revista española, Bonsái actual, y me fascinó el lenguaje, muy técnico, descripciones de cómo hay que cortar la rama madre para que el árbol pueda desarrollarse, frases que si las sacás de contexto adquieren una belleza extraña.
Al principio lo único que tenía en la cabeza era la imagen de alguien que tenía un Bonsái, lo cuidaba y quería que tuviera cierta forma, y entendía que eso era una obra de arte verdadera porque podía morir. Allí arte y vida estaban juntos. Y a la vez, pensaba eso porque había renunciado a vivir, estaba enajenado. Pero yo quería que fuera un libro de poesía, y no me salía. Y de pronto fui imaginando más esa vida hasta que se transformó en una historia: qué es lo que pasó para que ese personaje termine así. Tuve que aceptar que era una narración. En Chile yo estaba visto como poeta y crítico, nadie pensaba que podía escribir narrativa, ni siquiera yo.


En Bonsái se distinguen el plano de la narración y los comentarios sobre la narración, ¿es el conflicto con el contar del que recién hhablaste?
Ese narrador responde al deseo de que la historia fuese contable, porque tiene mayor distancia de los personajes que la que tengo yo; a mí me hubiera sido difícil. Y el narrador trata de sacar adelante su historia como quien intenta sacar adelante su familia. No quiere que haya parodia solamente, ni que haya pura seriedad. La historia es muy vulgar, muy común, no hay una gran peripecia. La definición de Borges, el arte es la inminencia de una revelación que no se produce, creo que es la mejor que se puede pedir.Cuando estudiaba literatura teníamos encima la moda teórica del posestructuralismo, ese metalenguaje de que no hay esencia, ni determinismo, ni esperanza. Pero ¿cómo se presenta eso en la vida cotidiana? Es muy difícil conciliar el vacío que somos cuando lo único que quieres es encontrar puntos de contacto, pasarlo bien con otros, amar y ser amado. En mi generación esta tensión es muy recurrente; hablar del amor queda muy mal. Y sin embargo el narrador del Bonsái encuentra las maneras de contar las cosas sin reírse de los personajes, describiéndolos como lo que realmente son: comunes y corrientes. En realidad no son personajes, aunque quisieran serlo, les encantaría ser personajes, saber que alguien va a escribir una novela sobre ellos. Mirarían a la cámara, tratarían que las cosas les salieran mejor.

Por Agustín J Valle - Publicado en revista Debate