Thursday, March 22, 2012

El niño del año, de Franco Rinaldi (Mondadori) - Reseña

No se sabe lo que puede un cuerpo

Franco Rinaldi está acostumbrado -pero no del todo acostumbrado- a que lo llamen Franquito por doquier, aunque nació en 1980. Mide un metro con nueve centímetros, usa silla de ruedas y sus huesos son frágiles “como tallarines antes de echarlos a la olla”, pero se pone a escribir y te ametralla a sopapos. Licenciado en ciencias políticas en la UBA, periodista de profesión, su primer libro es un descarnado relato yoico, de tono –y seguramente mucho contenido- autobiográfico, donde la osteogénesis imperfecta con la que le tocó nacer no es la protagonista; sí lo es una pregunta por la vida, por cómo es esto de vivir, los placeres, los dolores, la salud, los logros, reconocimientos y humillaciones, los deseos y alegrías y las imágenes del morir: preguntas comunes a todos, pero, quién sabe, acaso, “facilitadas” como necesidad de pensar para quien vive cada día con la realidad del escollo especial y su reflejo en los rostros ajenos. Ágil, rítmico, El niño del año es un texto inteligente, lúcidamente compulsivo, honesto, a veces permisivo sin argumentación ni gracia como cuando califica a Arturo Jauretche de “pensador menor” o espeta que “este país no esta preparado para que lo gobierne una mujer”. El titulo alude al “Premio persona” que Rinaldi recibió en 1992 en la categoría Niño del año (ya participaba de un programa de radio en su Salta natal). La historia de dicha “consagración” amaga articular el texto, prolongándose luego en descripciones del trato que el autor recibió por parte de personalidades como Juan Castro, Mirtha Legrand y Mauro Viale (quien le preguntó al aire si había pensado suicidarse). Sin embargo, el género principal es el erótico-romántico, las mujeres, el deseo carnal de un alma apasionada que sufre con el mismo cuerpo con el que goza y prueba lo que puede.

Pocas disciplinas son tan interesantes e inútiles como la etimología -decía Borges-, que cuenta el origen de las palabras, o sea lo que ya no significan. Sin embargo cabe recordar aquí que el término “anodino”, que nombra lo insulso, insignificante, esconde en su historia el significado “sin dolor”. Pero Rinaldi discute, complejiza la asociación entre dolor y sentido, desde la cita de Emil Cioran con que abre el libro: “Mientras no sufrimos, vivimos en la falsedad. Pero cuando empezamos a sufrir, solo entramos en la verdad para echar de menos lo falso”. La lectura de sus recuerdos de fracturas (“cuatro o cinco al año”), cirugías y “discapacidades” –alta necesidad de ayuda- no puede no dar lastima, y al mismo tiempo no puede dar lastima, por la admiración instintiva hacia la fuerza, medida por los obstáculos que alguien enfrenta y por lo que elabora con el material que le toca.

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