De dealers y macumbas
[Para Rolling Stone Argentina]
De noche en las aguas del Río de la Plata, una pequeña balsa de madera flota a la deriva hacia el océano: lleva ofrendas a Oxún, diosa orishá. Las entregó en el borde de Quilmes Alcira, una hija de bolivianos venidos de Potosí, que rinde el culto de raíces africanas esperando bienestar en su negocio -o su vida- de distribución de cocaína peruana en la capital argentina. El periodista testigo, por su parte, es un chileno formado en La Plata, que con esta investigación de las bandas narcotraficantes en las villas de Buenos Aires consolida, después de Cuando me muera quiero que me toquen cumbia, un trabajo de sumergirse y visibilizar caras de la ciudad que la ciudad oculta.
“No todas las historias tienen una voz que las cuenta”, dice Alarcón (1970). Más que una historia, aquí, un mundo (¿narcocultura?), que puede ser visto como marginal o, en cambio, como expresión neurálgica del neocapitalismo: movilidad transfronteriza y re-territorialización, percepción de negocio, gestión de recursos, cálculo sobre la Ley y sus instituciones. El futuro llegó hace rato y los inmigrantes suelen tener posición privilegiada para ver crudamente la actualidad. Recién llegados, exentos de los clichés perceptivos con que el medio local se inunda a sí mismo, realistas pragmáticos.
El libro está armado coralmente, entre policías, abogados y varios transas villeros de distinto calibre, que Alarcón hace relatar sus historias en primera persona, además de construir, él, segmentos de referencias y contextos, y también relatos en primera persona, porque el autor, años tejiendo vínculos con sus “fuentes”, afectó y fue afectado: devino personaje. Devino padrino, sí, padrino, del hijito de esta dealer Alcira, también dueña de un conventillo y repostera –transa multitasking.
Cuando el riesgo es el único capital, el narco ofrece ascenso social. El narco es traer a la familia, extender el clan. El narco es hacerse respetar, matar cuando hay que matar… Una organización al mismo tiempo de beneficio dinerario y dominio territorial, donde la vida es uno de los elementos reglados y cotizados por esta guerra, esta economía. Todos los transas que contaron su historia al autor mataron o mandaron matar, casi todos estuvieron encerrados, todos sufrieron muertes violentas de familiares; todos siguen y vuelven a empezar.
Los años de investigación, de estar sumergido, de cuidarse, del autor de esta pieza que reivindica el periodismo contemporáneo, pueden entenderse como una curiosidad ávida hacia un entorno específico y en principio desconocido donde se juegan los problemas universales: la vida y la muerte, el amor, el cuidado de los hijos, el poder y la riqueza, la traición y la fraternidad, la aventura. Un entorno “pobre, sórdido, violento y vital” que Alarcón muestra, no juzga.
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