Filosofia de la emancipacion
Dos libros del francés Jacques Rancière, La noche de los proletarios (Tinta Limón) y El espectador emancipado (Manantial) toman distintos campos –uno, noches furtivamente literarias de obreros en 1830; otro, el teatro, las artes visuales y la política- pero confluyen en una obra cohesionada por el eje de la emancipación como apuesta filosófica y la igualdad como premisa.
Con la publicación local de El espectador emancipado (Manantial) y La noche de los proletarios (Tinta limón), la obra del francés Jacques Rancière (Argel, 1940) se consolida como una de las propuestas mas consistentes del mercado filosófico actual. Bajo la premisa de la igualdad de las inteligencias, apuesta por una filosofía de la emancipación. Esta línea tiene expresado su núcleo en El maestro ignorante, de 1987, donde Rancière trabaja sobre –o contra- la pedagogía para afirmar que la igualdad no debe ser tanto perseguida como tomada como punto de partida, porque la intención de abolir la distancia –entre el que sabe y el que ignora- reproduce la brecha una y otra vez, en tanto estructura la relación consolidando que uno sabe lo que el otro ignora y también como debe aprenderlo; hace del saber una posición y no un conjunto de conocimientos.
Este esquema vale tanto para el maestro (“embrutecedor” si no parte del saber que todo ignorante tiene, y su capacidad de aprender comparando lo que sabe con lo que halla), como para el intelectual comprometido con la identidad obrera (“extraña tentativa de construir un mundo alrededor de un centro del que sus ocupantes no sueñan mas que fugarse”), como para la dramaturgia que, presuntamente contra la degeneración en espectáculo del teatro, quiere “dar a los espectadores los medios para cesar de serlo”, asumiéndoles una estructural pasividad.
En las más de quinientas paginas de La noche de los proletarios (de primera publicación en 1981), Rancière toma como protagonistas a una serie de obreros manuales de la década de 1830. Y se ocupa de estudiar, sin metáfora, sus noches: el tiempo que oficialmente debería destinarse a reponer energías para la explotación diurna, transformado por estos “tránsfugas” en intersticios donde juntarse a leer y escribir. De ahí nació el primer periódico obrero en Francia. Esos proletarios literatos -dice el autor en la entrevista hecha por el Colectivo Situaciones (del que Tinta Limón es sello orgánico) que abre el libro-, concibieron “la emancipación como una manera de vivir la desigualdad según el modo de la igualdad”; allí hay un saber del –y no sobre- el oprimido. Rancière, que participo con Louis Althusser y Etienne Balibar de la escritura de Para leer El Capital, discute con la idea de la determinación material de la conciencia, y con la de salvación teleologica, ya que una liberación sensible, perceptiva, es inmediatamente actuante. También critica a la crítica debordiana del espectáculo (que separa entre los que saben y los manipulados), y, de fondo, la discusión es con el platonismo: su teoría de la ilusión y la verdad oculta, y su política de asignación de lugares y competencias jerarquizadas en la ciudad para cada uno según su función.
El espectador emancipado es original de 2008 pero su solidaridad teórica con La noche… es intima: “la emancipación comienza –dice- cuando se cuestionan las asignaciones de facultades perceptivas y expresivas dadas a las posiciones sociales”, lo cual “suspende la ancestral jerarquía que subordina a quienes trabajan con la manos a quienes recibieron el privilegio del pensamiento”. En esa línea, se trata de disolver la oposición entre mirada y acción, y reconocer la potencia activa del espectador, afirma Rancière. Así, el estatuto de las imágenes, sus diversos regímenes y las condiciones de su potencialidad política, es un núcleo problemático donde la filosofía se torna arsenal al servicio de las tensiones sociales.
Para explorar la posible politicidad del arte –en El espectador emancipado-, Rancière discute la noción de política. No es, dice, en primer lugar el ejercicio o la lucha por el poder, ni su marco es en principio el de las instituciones, sino que su sustrato es previo: “la política es la actividad que reconfigura los marcos sensibles en el seno de los cuales se definen los objetos comunes”. O en otros términos, “es la practica que rompe el orden que anticipa las relaciones de poder en la evidencia misma de los datos sensibles”. Y comienza, la política, “cuando seres destinados a habitar el espacio invisible del trabajo, que no deja tiempo para otra cosa, se toman el tiempo que no tienen para declararse coparticipes de un mundo común”. Son líneas de El espectador que parecieran versar justamente sobre La noche.
Rancière hace de la filosofía un trabajo por munir de recursos una verdad ética: la igualdad. Por ejemplo, critica el discurso académico por “aplicar el presupuesto de la desigualdad aun cuando se ocupa de la emancipación”, y contrapone al modelo investigador-objeto, un concepto le permite estudiar la tradición y los textos proletarios: la “igualdad poética del discurso”, el hecho de que “los efectos de conocimiento son producto de decisiones narrativas y expresivas que tienen lugar en la lengua y el pensamiento común, es decir en un mismo plano compartido con aquellos que estudiamos”.
Se trata de concebir la función política de la sensibilidad: regímenes de relación entre el ver, el hacer y el decir, que definen lo posible. Para Rancière, la experiencia estética (uno de los temas centrales de El espectador), se roza con la política si se define como experiencia de disenso entre regímenes sensibles. Lo cual se opone a pensar la politicidad del arte como una adaptación mimética o ética de los productos artísticos a fines sociales, modelos que niegan “el trabajo poético de traducción” que es el corazón del aprender y el aprehender.
[En Perfil Cultura]
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