Friday, June 29, 2012

Reseña de El Basurero de la Historia, de Greil Marcus (Paidos)


Basura que has de salvarnos

[Por AjV; publicada en Rolling Stone 2012]

Ineludible referente mundial de la critica de rock de los últimos treinta y cinco años, Greil Marcus (San Francisco, 1945) muestra en esta colección de textos que el verdadero crítico es crítico de la cultura, que no trabaja en una disciplina especial sino en la puesta en narración de las cosas que corren contenidas en una obra. “Cosas” que son historias de vidas, que plasmaron en libros, películas, canciones, el cruce de alguna frontera; esas historias no dialogan con su disciplina (el pop, el blues, la novela, el cine), dialogan con el mundo: registran las exigencias radicales que le hacen al mundo los “individuos contingentes”, individuos que no coinciden con su función. Personas –desde Bob Dylan hasta autores de thrillers sobre nazis, desde Robert Johnson hasta el situacionista francés Guy Debord- que “disuelven la distancia con su cultura” y, desde ese protagonismo arrebatado, cambian la historia. Porque la historia no tiene un lugar de tramitación consagrado; hay movimientos que la cambian aunque no se note: esta es una de las premisas del autor desde sus obras cumbre como Rastros de carmín o Mistery train. El arte no se remite a embellecer. Como señala Pablo Schanton en el prologo, Marcus “toma los hechos culturales como acontecimientos históricos y los acontecimientos históricos como hechos culturales”. Con una clara raigambre benjaminiana, lee materiales de la cultura popular bajo la idea de que fuera de los monumentos, las guerras y las instituciones, hay en el presente un reservorio de fuerzas en latencia: el pasado, que puede relampaguear en el presente a través de lo que gesta la cultura popular. El basurero de la historia nos salva del destino evidente.
Herman Melville, William Faulkner, Susan Sontag y John Wayne pueblan los artículos del libro: parece un libro neto de cultura estadounidense (reseña libros de Peter Handke y de Wim Wenders porque hablan de EEUU). Sin embargo, en cada texto se nota que Marcus toma esos referentes porque son lo que lo rodean, lo que tiene a mano para conformar su agenda que no es nacional; su criterio de interés y relevancia es el de determinado tipo de situaciones donde entran en juego disputas éticas, eventos culturales, en principio apolíticos, donde empero encuentra pugnas entre la libertad y la opresión. Asi, leemos sobre cosas desconocidas como la crónica sobre Deborah Chessler, o la comparación entre dos libros periodísticos sobre campesinos blancos del sur estadounidense, y, aunque no haya “antecedentes de contexto para identificarse”, la conmoción es palmaria. Marcus no aburre nunca porque escribe desde un vínculo pasional con aquello de lo que habla.

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