Wednesday, January 23, 2008

Marcelo Birmajer

"Las mujeres hermosas son como países petroleros"
Por Agustín J Valle - Publicado en Debate, Junio 2007

Marcelo Birmajer es uno de los más prolíficos escritores argentinos, con “al menos treinta” libros publicados, como dice, en menos de veinte años, y traducciones a nueve idiomas, aunque él aclara que “la cuantía no dice nada, no asegura calidad ni habla de un desprecio por ella. Yo vivo de escribir y además no sé hacer ninguna otra cosa, entonces produzco todo el tiempo”. Ha colaborado en más de cincuenta medios gráficos de habla hispana desde que comenzó en la revista Fierro, donde conoció al escritor Pablo de Santis, gracias a quien se acercó a la literatura para niños y adolescentes en la que tuvo gran éxito: su libro Un crimen secundario vendió, asegura, más de cien mil ejemplares.
Su flamante novela, Historia de una mujer, distribuida por Seix Barral, es para adultos, público para el que se permite levemente más digresiones y reflexiones que en la llaneza de las ficciones para chicos, aunque siempre se piensa como un contador de historias de fogón. Nuevamente más inmerso en la temática de los vínculos amorosos y sexuales de nuestra sociedad, Birmajer escribió sobre Isabel Mansalvi, “la Cleopatra argentina”, una mujer esclava de su belleza inmune al paso del tiempo alrededor de quien los hombres llegan a las más insólitas acciones. Siempre cuidando la diversión del lector, la trama sucede intrigas y volteretas desopilantes de humor sarcástico. “Hace mucho que no sentía tanta libertad al escribir”, explicó el autor.

¿La novela tiene cierto trabajo de ingeniería en el armado del suspenso? Y a medida que avanza usted se va soltando, ¿no?
Yo nunca dejo nada al azar en las novelas, cada piolín que tiro tiene que llevar a una madeja concreta, así que eso hay que reviso mucho, todo tiene que coincidir, no puede haber errores de filiación de los personajes, épocas, y sobre todo de trama. Cada acción tiene que respetar la coherencia integral de la historia.
Creo que es una novela desaforada. Como pocas veces en los últimos años en mi producción sentí esa palabra tan peligrosa que es libertad. La libertad puede conducir a la escritura automática, a un relato onírico, que para un escritor como yo, respetuoso de la estructura y que pretende ser tradicional, de pronto es un impulso que tiene sus riesgos. Pero lo disfruté, no me puse ninguna traba salvo mantener la linealidad y la coherencia interna de la historia, pero con exageraciones, con grotesco, con un costumbrismo falsificado, porque uso expresiones típicas de los porteños aunque no es una novela coloquial, es una novela más fantástica que realista a pesar de que no hay ningún dato demasiado fuera de lo común. La libertad fue no buscarle significado completo o conclusiones únicas a las cosas que se me iban ocurriendo.
En la novela impera el humor a veces de fondo y a veces abierto, pero también aparece una cara solemne, ¿cómo lo regula?
Sí, hay momentos melodramáticos. Sobre todo en torno al personaje del niño. Es cierto que el tono salta como una púa sobre un disco, pero es el mismo disco. La verdad es que este libro no me lo explico, ni por qué lo escribí ni por qué voy siempre en la cornisa entre realismo, la seriedad y la ironía. Que no es exactamente ironía; más bien sarcasmo, cinismo.
¿De qué figuras se ríe en esta novela?
Me río de todos, salvo del chico, de él no me puedo reír. De todos los demás me río; me río de Isabel, aunque mientras escribía la humillé mucho más que lo que salió publicado, me iba imaginando cosas más terribles con ella. Pero yo ya escribí historias pornográficas, para mi libro Eso no, y en otros textos míos aparece el sexo, y no me resultaba del todo atinado, me pareció que quedaba desajustado. El sexo concita demasiada atención, aparta al lector de la trama. Me parece peligroso el sexo en mi literatura. Es como la lucha armada: si vas a matar a alguien tenés que estar muy seguro del resultado previamente. Con el sexo lo mismo: si lo voy a poner tengo que estar muy seguro de lo que va a pasar. Yo a Isabel nunca la entrego. Pero volviendo a la pregunta, sí, me río de todos los personajes, que es un poco reírse de la condición humana; me río de mí mismo.
¿Se puede interpretar que Isabel a la vez víctima y a la vez causante de sufrimientos masculinos por doquier?
Es que ese es el sentido de la belleza, tiene una fisiología frágil; la belleza es por definición frágil. Yo no creo en la belleza masculina, creo que el hombre tiene otros atractivos, vinculados con la capacidad de mando, con el poder, por eso hay hombres mayores con mucho poder o gran capacidad de seducción que conquistan mujeres jóvenes y no sucede al revés. La belleza es intrínsecamente frágil, pero tiene un poder destructivo. Es como el vidrio: fácil de romper, pero puede matar. La fragilidad no es debilidad. Y eso lo comparten todos los seres humanos. Por otro lado, la amenaza de la propia desaparición tiene un impacto en el otro por muy poderoso que sea, y cuando una mujer bella dice “yo me puedo matar”, como Isabel en un momento, es la amenaza de perderla para siempre, y no hay con qué evitarla.
La belleza, especialmente en los argentinos, provoca dos afanes muy fuertes: el afán de posesión y el afán de destrucción. La mayoría de los hombres de a pie de la calle que uno ve, ante una mujer hermosa, lo que les surge es el impulso de lastimarla, hacerle sentir el poder, los comentarios frente a las vedettes son siempre agresivos: te quiero romper, te quiero matar, te hago mierda. No veo nada de condenable en eso, en tanto no se materialice un daño. Ahora bien, tampoco intenta mi novela ser una radiografía ni tener valor sociológico, pero sí algunos paralelos, observaciones superficiales sobre las relaciones entre hombres y mujeres. Hay muchas mujeres asesinadas en Argentina, y el cincuenta por ciento son muertas por sus maridos, amantes o novios. Ahí hay algo muy raro. Isabel en un momento asume internamente que se dejará golpear por su marido siempre y cuando sea con la mano abierta y no la haga sangrar; es el punto patético, porque a la vez tiene una completa incapacidad para decidir por qué está con ese hombre.
Ella no decide nada en toda la historia, o casi nada.
Yo creo que es como un país petrolero: sus dotes, sus dones, la hicieron incapaz de desarrollar cualquier otro recurso, especialmente el de la voluntad.
¿Qué anhela producir en sus lectores, qué efectos quiere de su literatura?
Creo que la literatura es inútil, pero que un libro tiene que ser útil. Tiene que ser un libro que se pueda entender. Tiene que ser un libro que te puedas llevar a la playa. Que te puedas sentar a leer. Y yo creo que la utilidad del libro es por un lado el conocimiento (que es la única riqueza que nadie te puede quitar), y por otro lado darle sentido a la vida. El sentido de la vida tal vez es comprensible, pero no explicable. Se puede sentir en una trama, pero no es inteligible y es muy difícil de transmitir. Creo que ahí también hay algo de por qué uno escribe: para darle sentido a la propia vida y, como único metalenguaje que puedo pensar, darle al otro ganas de vivir. Para mí la literatura perdurable surge de la discreción, no de los grandes enunciados vanguardistas. A mí me parece que del surrealismo quedó muy poco, mientras que de los textos clásicos sigue quedando lo que el surrealismo se proponía. El poder de los sueños está en los relatos tradicionales, y de la declamación de los sueños no queda nada. Todo cambia, menos las vanguardias.

No comments: