Wednesday, January 23, 2008

Juan Sasturain

“Los libros te salvan cotidianamente”
Publicado en Debate, Abril 2007


Fútbol, literatura y medios masivos: tres grandes cosas entre las que danza gustosamente Juan Sasturain desde hace décadas. Su impronta algo hemingwayeana será la encargada de difundir, nada menos que por la pantalla de Telefé, el pacer y la utilidad de la literatura, en un programa por ahora llamado S.O.S. Libros, donde las recomendaciones se harán desde “el lugar real que tienen en la vida: el placer”.
“Fue una idea de Claudio Villarruel, quizá inspirado en El show de los libros, el programa del escritor chileno Antonio Skármeta”, dice Sasturain con su aura entrañable de tipo que sólo demuestra haber trabajado pensamientos cultos cuando recoge sus frutos en el llano.
El autor de Manual de perdedores, guionista de la célebre historieta Perramus (dibujado por Alberto Breccia) y actual editor de Deportes en Página 12, dirigirá desde mayo una emisión de libros por el canal de más audiencia, en una apuesta para promocionar no sólo el gusto de leer sino la gran utilidad práctica de los libros en la vida cotidiana.

“Al final del secundario yo vivía en Coronel Dorrego, y jugaba al fútbol ahí, era delantero en Independiente de Dorrego; hasta el año 62 –estamos hablando de hace muchos años- jugábamos en la liga de Tres Arroyos y en el 63 se armó la liga de nuestro pueblo y salimos campeones.”
Qué lindo momento.
Y qué te parece, salir campeón es siempre la mayor alegría posible, juegues donde juegues, y las ligas de los pueblos se viven con mucha intensidad. Pero bueno, cuando me vine a Buenos Aires a estudiar literatura me fui a probar también, a ver si jugaba al fútbol. Estuve algunos meses en San Lorenzo, en Independiente, no desentonaba demasiado, y quedé en Lanús. Lo que pasa es que ya era grande, tenía 18 años, a esa edad tenés que ser un crack para quedar, y yo venía a estudiar, entonces largué la pelota. Aunque seguí jugando en el equipo de la facultad, teníamos un buen equipo los de filosofía en los sesenta, contra lo que se podría pensar de esa manga de barbudos, trolos y trasnochados. No obstante, hicimos callar más de uno.
¿Y cómo fue su llegada a los medios?
Terminé la carrera en el 69, pero ya trabaja en Galerna, desde su fundación. Al recibirme empecé a laburar como cualquiera dando clases en un secundario; después en el 73, hasta el 75 que nos corrió la triple A, trabajé en la facultad. Dicté literatura argentina en la UBA y teoría literaria en Rosario. Nos echó la triple A, no fueron necesarios ni los milicos, y nunca volví. En el 83 podría haber vuelto, pero nunca más di clases.
¿Ahí se encontró con el oficio de periodista?
No sé, más que oficio de periodista, diría laburar en los medios. Yo vocación periodística la verdad nunca tuve. Digo que me gusta escribir en los medios, mezclar la escritura periodística con la literaria, eso siempre lo hice. Empecé en La Opinión con Timerman (Juan Gelman dirigía la parte cultural), y luego en Clarín haciendo crítica de libros: como todos, haciendo primero lo que deberíamos hacer último. Porque antes de escribir libros uno ya está criticando los ajenos. También en el suplemento de Cultura de Clarín, año 71, que dirigía Osvaldo Bayer, lo primero que hice fue una crítica de un libro de Pasolini. Del libro no entendí un carajo de nada, pero la crítica me salió redonda: citaba a Todorov, a Barthes, quedé como un duque. Después, durante la dictadura, no escribí más: del 75 al 79 trabajé en Clarín como corrector. Fue un buen laburo, porque me permitió sobrevivir esos años. Mientras, en mi casa, escribí bastante literatura.
O sea que su interés era la literatura y desde ahí llego a los medios, pero sin embargo recién mucho después publicó libros.
Totalmente. La primera versión de Manual de perdedores, mi primera novela, estaba terminada el día que cumplí treinta años, en el 75. Todos nos proponemos cosas para ese momento, y yo la terminé el mismo día de mi cumpleaños. Tengo la copia original, pero tardé como diez años más en publicarla, por suerte, porque esa primera versión era bastante desastre. De hecho en la última edición de Sudamericana hay una especie de crónica de la historia del libro.
¿Y cómo llegó a Gárgola, que ha editado sus últimos libros?
Ellos han sido muy generosos conmigo. Hay un muchachito muy emprendedor ahí, Ricardo Romero. Me preguntó si tenía algo para publicar, y como tengo todavía compromiso con Sudamericana sobre las novelas largas, propuse hacer una compilación de artículos publicados. Pero cuando estaban haciendo la selección, les conté que tenía un libro de poemas atravesado hacía muchos años. Bueno, lo publicamos, me dijeron; ¡que te publiquen poemas, y encima de garpen por eso, en la reputísima vida! Me gusta mucho ese libro, Carta al Sargento Kirk, estoy contento de haberlo publicado porque tenía mucho miedo, son textos escritos durante muchos años. Pero ya está, lo hice, y como siempre uno verifica que para bien o para mal, nunca pasa nada. Escribís una novela de 400 páginas que es una obra maestra y no la lee nadie; escribís cuatro pelotudeces y sos Gardel. Uno nunca sabe el destino de los textos.
Qué duro.
No sé si duro, es así, y está bien. Porque eso te cura de muchas cosas. De las vanidades excesivas (todos los que estamos en esto tenemos nuestra vanidad), y te quita presión. Eso es lo bueno del periodismo, lo saludable que la cosa tiene que salir, hay que hacerlo, mal o bien sale y punto.
Como el fútbol: cuando te sale el marcador, algo hay que hacer.
Exacto, hay que resolver, y a veces saldrá mejor y otras peor. En la literatura muchas veces uno no hace nada por miedo, porque siempre podría ser mejor. Por eso mezclar registros está bueno. Después siempre hay soluciones, que en realidad son soluciones parciales, equilibrios inestables. Fijate el caso de Gelman: es un muy buen periodista, y cuando escribe periodismo es periodismo, transparente, y al mismo tiempo su poesía no está contaminada en absoluto por su oficio periodístico.
Con la diversificación de los registros mediáticos, ¿cree que existe el periodismo como género de escritura?
La verdad no lo sé, ni la menor idea: nunca he pensado en eso. Yo he tenido la suerte de poder escribir en los medios lo que se me canta, sin restricciones de medios, fines, fondos. En ese sentido Página ha sido muy rico para mí. Nadie te mira por encima del hombro cómo escribís. Me tiran un tema y yo capaz lo resuelvo con un poema, escribí por ejemplo sonetos sobre Menem, poemas sobre De la Rúa
¿Con qué plumas siente afinidad?
Con mucha gente. Generacionalmente creo que hay un montón de autores que tenemos algunas cosas en común, las experiencias de la niñez y la primera juventud, los que nacimos entre el 40 y el 50, el Gordo Soriano, el Negro Dolina, Carlitos Trillo, Feinman incluso, Saccomano que es un poco más chico, el negro Fontanarrosa ni hablar, todos nos formamos leyendo las mismas revistas, tuvimos la misma experiencia de la aventura, leímos cosas parecidas. Armamos no sé si una generación, pero sí un sector; tipos muy distintos con cosas en común: todos tenemos una relación no prejuiciosa con los medios masivos, entramos a la literatura por diversos lugares, coqueteamos con el policial, la aventura, el humor, la historieta.
¿Usted no ha vuelto a escribir historieta?
No, sólo en los 80 con Breccia. Es muy difícil escribir guiones. A mí no es lo que me sale, yo me quedo mucho con las palabras; puedo contar con imágenes, de hecho Perramus no tiene narrador, son todas imágenes y diálogo, pero me cuesta, no es lo que naturalmente me sale, soy muy palabrero, le busco demasiadas vueltas al asunto; por eso Perramus es tan recargada, porque tiene demasiadas cosas.
¿Hoy hay más aceptación para escribir sobre fútbol?
Sí, pero ese cambio un fenómeno externo a la pasión. Hoy el consenso lo dan los medios, que son la única autoridad, los únicos dadores de existencia: ser es ser percibido. Y como indican que hablar de fútbol es socialmente correcto, aquel desdeñamiento por alienante de la práctica deportiva, Sebreli, ha quedado un poquito aislado, ahora esa es la posición incorrecta. Son avatares del tiempo, hoy está de moda escribir de fútbol, no es un progreso, son épocas de las convenciones, Sebreli en algunas cosas tiene razón y en otras yerra como la pera. Pero hoy también hay toda una parafernalia, un aparataje crítico que descubre la pólvora como si fuera nuevo que mirar fútbol es una experiencia estética. Antes ciertas zonas de la experiencia entraban en lo escribible, hoy otras, pero no es un progreso, son vaivenes de lo convencional. Como decía Borges sobre no recuerdo quién, “le tocó, como a todos los hombres, vivir épocas difíciles”.
El programa en Telefé, ¿Cómo nació?
Claudio Villarruel quería hacer un programa de libros y pensó que yo podía hacerlo. Probablemente tenía en la cabeza algo como El Show de los libros, el programa del escritor chileno Antonio Skármeta. Este será no sobre escritores sino sobre libros, y por ahora se llama S.O.S. libros, pero el título no apunta a salvar a los libros, sino a que los libros te salvan, en términos prácticos. Tendrá un abordaje descontracturado, va a ser en primera persona, yo actúo de yo y me voy encontrando con gente, conversamos. Al comienzo de cada programa planteo un problema que tengo (ficticio), y ese problema me hace pasar por distintos libros. Por ejemplo: tengo que hacerle un regalo a mi hija, entonces pensar qué libro regalarle me permite hablar de Salinger, Hemingway, de Conrad, de Prevert, cada uno por distintas razones; me encuentro con el librero Marcelo Birmajer a comer unos fideos y charlamos sobre regalarle libros a las minas, con cuáles le fue bien, cosas así; voy al psicoanalista, voy al bar.
O sea que no es un programa de estudio.
No, vamos a distintos lugares, es un programa de media hora con mucha producción, tres cuatro días de filmación por cada episodio de media hora, visualmente muy lindo.
Es notable que el canal de más rating tenga espacio para eso.
Sí, el 11, que es una pantalla muy muy popular, con una audiencia masiva y amplísima, abre espacios distintos en su programación: el programa de cortos, por ejemplo, que es muy lindo, o el programa de jazz. El mío será un programa que si tiene tres o cuatro puntos, está bien. El piloto salió bien, me gusta, es una cosa digna; es una linda cosa. Yo tengo control sobre lo que voy a hablar, no hay ningún tipo de condicionamiento sobre editoriales, best sellers, nada de eso, elijo los libros, de qué hablo, cuento un cuento o recito un poema si me acuerdo.
Más de uno envidiaría que la experiencia de lectura, tan rica de por sí, sea además fuente de trabajo.
Es lindo, porque es una charla informal, como si te recomendara ahora un libro a vos, pero no desde el lugar de la erudición sino el vital, desde el lugar real que ocupan los libros en la vida que es el placer. Eso quiero transmitirlo todo el tiempo. No hay obligación ni necesidad; de hecho se puede vivir sin leer. Hay muchos mitos y discursos aparatosos sobre la literatura. Por ejemplo, que uno escribe para mostrar; en realidad uno escribe para enterarse. No todo se reduce a demostrar aquello que yo ya pensaba. En el caso de Sebreli y el fútbol, uno no le critica las conclusiones, que después de todo son opinables, sino el mecanismo: las conclusiones son previas al análisis, porque tenía el prejuicio arraigado y fue a buscar fuentes para ratificar aquello que ya había supuesto. Uno escribe para enterarse, si es sólo ejemplificar la tesis previa es literatura didáctica, que puede ser de izquierda, de derecha o feminista; aunque sean textos bien armados, la literatura es otra cosa: es ir avanzando para ir encontrándote con la cosa.
¿Cómo funciona eso específicamente en su ficción?
Yo escribo policiales, género que en teoría no te permite demasiado porque la trama tiene rigores que se te imponen, pero bueno, yo tuve la experiencia (por no poder hacerlo de otra manera) de no saber a dónde iba: aparecían los cadáveres y yo no sabía quién era el asesino. Entonces escribía para enterarme. Uno se regala mucho cuando escribe, si trata de que sea verdadero.
Nuestros grandes escritores son ejemplares en ese sentido, un Borges, un Bioy, incluso el mismo Cortázar, con esa mezcla de placer, gusto y revelación, siempre como una iluminación, siempre te están transmitiendo esa cosa hermosa que tiene la literatura de alguien que descubrió algo y te lo está transmitiendo; es hermosa la conmoción que te produce sorprenderte por lo bien que pensó y lo bien que escribió un tipo.
También sospecho de los que leen poco para que las influencias no los toquen, esas huevadas tipo “no voy a leer a Gelman, mirá si se me pega algo”, ¡ojalá que se te pegue todo! Si te molesta parecerte a tu viejo frente al espejo, te cambiás el bigote, pero te parecés, qué vas a hacer. Creo en las virtudes de la tradición, en la sensación de pertenecer a eso que no se puede describir desde afuera porque no se puede salir de tu tiempo. Los gestos demasiado aparatosos de las vanguardias de romper con su tiempo son los más marcados por la época y los que primero caen.
Lo mismo con ese discurso de pavor frente a la inmensidad de la literatura, de que no podremos leer todo, ¡buenísimo!, ¿no es hermoso que haya tanto que nunca puedas llegar a leerlo todo?, sería horrible si se pudiera y después te quedaras sin nada. Es como comer: qué suerte que siempre hay milanesas, siempre hay whisky. No podemos reconstruir por qué se escribió, bajo qué idea; lo único que queda es la obra, los textos, que no se definen por la intención, tienen vida propia; ya sabemos que el texto es poderoso en tanto no hay lectura que lo agote; pero al mismo tiempo cuando se escribe a propósito para quedar abierto a cualquier lectura, se siente que la teoría determina tu texto y entonces sólo se lo puede leer desde esa idea de la apertura o indeterminación como condición primordial de todo texto.

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