"El nuevo periodismo es una pelotudez"
Aguilar acaba de publicar un compendio de sus crónicas periodísticas, ventanas a la realidad argentina. Miembro de la revista Barcelona, Riera había publicado ya siete libros entre novelas –Evangelios y apócrifos salió recientemente-, poesía y la “guía” Buenos Aires bizarro. De la crónica como género vital y de degeneraciones frecuentes del periodismo, habla en esta nota.
¿Cómo fueron los inicios de tus inquietudes políticas y su combinación con el periodismo?
Cuando trabajaba en La Maga, año noventa y tres, entrevisté a Pierri, que era Presidente de la cámara de Diputados, a raíz del libro Narcogate, de Román Lejtman. Pierri me dijo “es una basura como todo lo que dice ese judío piojoso”. Hubo mucho revuelo, pero al final no pasó nada. Mi inocentona esperanza sobre el poder transformador del periodismo cedió a una suerte de cinismo escéptico. Con los años, encontré un equilibrio; pienso que aquella nota les sirvió a los que la leyeron. Creo que los efectos políticos, incidencias en una realidad social, existen, pero que son más lentos o graduales de lo que uno piensa, y si querés ver una relación de causa efecto es mucho más difícil. Pero creo que la nota que da título al libro, Nuestro Vietnam, que con mi amigo Juan Ayala sobre los suicidios de los veteranos de Malvinas, siempre hay alguien que se sigue acordando y la menciona, dimos cuenta de una situación.
Pero además de la inquietud política, tengo una inquietud narrativa. Por qué condenar a mi prosa periodística a un utilitarismo hecho para salir del paso en vez de ponerle la misma pasión y el mismo amor que a un cuento o un poema. Me fastidian los escritores que ven al periodismo como ganapán. Gente que va con anteojeras a la vida y no se da cuenta que le ofrece historias tan buenas como las que su cabeza puede inventar.
Y en cuanto a la disposición física implicada en la manera de escribir, ¿cómo se diferencian literatura y periodismo?
Siempre me molestó el concepto de ética periodística. Esa suerte de colegio tribunado; le desconfío a la gente que los promueve. Creo que lo que existe es una ética personal, que sufre tensiones y preguntas mientras estás laburando. ¿Qué debe hacer un periodista cuando se topa con un ser humano? No perdernos la posibilidad de aprender algo del otro, que enriquezca nuestra vida. Quiero oponerme a esa forma pretendidamente incisiva del periodismo que se aplica en general con la gente más indefensa. El periodista que ve a un mago callejero y quiere deschavarle su truco, en vez de interesarse por cómo lo hace, cuál es su mundo, cómo y cuánto practica, etc.
Una especie de autoritarismo del periodista basado en que tiene la última palabra.
El bananeo desde una posición supuestamente ilustrada. Por ejemplo, hay una señora que dice ser hija de Evita. Yo sé que hay una serie de dificultades histórico prácticas para que realmente lo sea, pero me resulta mucho más interesante saber qué lleva a esa señora a pensar y edificar esa historia. ¿Cómo lo voy a abortar de antemano? Aún si es falso, no quedaría inhabilitada la historia que contiene.
O sea que el periodista, según como se plante, puede obturar o hacer proliferar las historias que hay en la realidad social.
Hay ciertas historias que existen en la medida en que vos creés en ellas. Que si están es porque fuiste a hacerlas con total pasión y con total entusiasmo. La crónica periodística tiene una ventaja, que es que no tiene la obligación de tener todo resuelto, el resultado del enigma. Eso la convierte en un mecanismo más democrático y horizontal que una noticia en un diario. Comparte con el lector sus dudas, sus inquietudes. Por ejemplo la historia del loco del martillo: yo no sé si mató a la señora o no. Voy a ver qué onda, conocerlo, preguntar, hacer archivo, pensaré al respecto, y el plan es que el lector te acompañe. Apuesto a un aprendizaje compartido con el lector, más que al ejercicio autoritario de transmitir una supuesta certeza.
¿Qué crónicas te han nutrido, como lector?
Estoy empezando a dirigir una colección de crónica periodística, por encargo de Libros del náufrago, que editó Evangelios y apócrifos, y va a tener un sesgo latinoamericano. Empezamos con La patria fusilada, de Paco Urondo; publicarlo es como una denuncia a la industria editorial. Hay muchos buenos acá. Me parece que no se le ha dado la bola que merecía a El violento oficio de escribir, el libro de crónicas de Walsh. En esas crónicas está siempre el mecanismo del cuento tal como lo definió Piglia, una historia que cuenta otra historia, siempre una pequeña que da cuenta de una más grande. Pero lo que ves es la estratificación de lo que llaman no ficción, nuevo periodismo, periodismo gonzo, categorías pelotudas inventadas en el corazón del imperio, propias de un relato dominante que nada tiene que ver con la realidad; hay infinidad de nuevos periodistas previos al nuevo periodismo. Algunos editores estadounidenses inventaron un relato de la historia, no una manera de contar las historias. Tuvieron muchos como Capote que lo hicieron muy bien, y revistas que le dieron lugar a una manera de hacer periodismo. Pero la categoría me parece la cosa tilinga donde la clasificación es un yanki que vino y plantó la bandera. Con leer un par de libros basta, un poco de Chejov, un poco de Dostoievski, un poco de Rubén Darío y un poco de Martí, y se va al carajo esa clasificación. El mismo John Reed hacía nuevo periodismo, pero como en vez de a Las Vegas se iba a México, a Rusia, no lo cuentan.Publicado en Perfil Cultura
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