Friday, January 21, 2011

Ella, de Daniel Guebel - reseña

Discreto encanto...

Casados jóvenes, católicos y ricos, Matías y Josefina se van a vivir a un barrio cerrado, entre rejas y alambres mal ocultos tras ligustros, vigilado por miembros armados de la agencia de un ex coronel; los ganadores de la ciudad huyen de ella. Se recluyen en burbujas de realidad artificial, como toda al fin, pero ésta redobladamente, en tanto niega su entorno y niega o intenta negar la violencia que constituye su amena y verde superficie. Guebel monta el estereotipo del sueño burgués sudamericano siglo veintiuno, la vida sin problemas y el ideal securitista: un paraíso de locos. Sin embargo, aunque en principio la novela se limita a transcribir un lugar común, logra que, una vez instalado el plafón dramático, la trama vaya desprendiéndose no desde su centro obvio sino desde sus tangentes; un embarazo marrado y la insondable reclusión femenina, un amigo tan ácido como franco y su movilizante viaje al Japón, complejizan con mucha sutileza un desarrollo que parecía predecible. Gran talento y oficio de Guebel (es su decimoquinta novela); pareciera una clase de justeza y eficiencia novelística. El texto es realista, pero la exacerbación de la dedicatoria, “A A.R., que me contó la novela”, podría anunciar el doblez del chiste.

Ese realismo, empero, cuenta las cosas a través de la lectura codificante que hacen de ellas los personajes; Guebel se mete en una racionalidad ajena, investiga sus decursos, para, con gran cálculo de los tiempos, hacer aparecer su fisura, lo real en que sucumbe la representación. Entender activamente la lógica ajena: he ahí una ética comunitaria para la que la literatura se muestra aliada. Guebel –también periodista- llega incluso a encontrar, con el protagonista en crisis matrimonial-existencial (al fin y al cabo es una historia pasional), un punto de encuentro, algo en común: la perdición, y la capacidad de sentir dolor –cosa que no puede enunciarse como acción del sujeto, salvo quizá “padecer”.

Bajo ausencia de curiosidades, es el dolor lo que provee inquietudes inconformistas: ¿ya está, la vida era esto? En el country, muestra Guebel, hasta la lectura de libros resulta des-experiencial. El ganador de lo seguro perdió lo posible. Y no puede salir inmune de que alguien –un amigo soltero que fue a Japón- diga siquiera la palabras “pasó algo extraordinario”. En torno a lo que no hay, gira la obsesión de estos pobres bichos lingüísticos; en torno a lo que pueden presentir pero no ver ni nombrar; lo potencial de lo que hay. Lamentable y finalmente, a Guebel no se lo ocurre para poner ahí nada mejor que la muerte, el misterio más cantado.


Rolling Stone, noviembre 2010



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