Wednesday, June 02, 2010

Reseña de "Los peligros de fumar en la cama", de Mariana Enríquez (Emecé), en Rolling Stone

Tanto cadáver que da hambre


¿Cuál es la vitalidad del horror? Cadáveres de bebés con andanzas persistentes; fantasmas de niños olvidados; antropofagia rockera devota; fetiche sexual por el sonido de corazones defectuosos: acaso el propio Horacio Quiroga tendría escalofríos al leer estos doce cuentos terroríficos, sobrenaturales y psicológicos, los primeros que Enríquez publica como libro (tras las novelas Bajar es lo peor y Cómo desaparecer completamente). Mérito de la autora es que el clima de género siniestro plasme además una actualidad lingüística local, así como una exposición del horror que inunda la realidad social, como en El carrito, sobre un barrio del conurbano donde un presunto villero, borracho, defeca en plena calle y es echado a patadas pero deja, al parecer, una maldición a los vecinos, cuyas vidas caen en picada hasta una desesperación rencorosa que se permite la peor atrocidad.
Varios personajes son jóvenes desgraciados, más o menos drogones y en la lona, engendros estructurales de la sobra urbana. Su tipo podría bastar para una escritura catárquica y autorreferencial (blogger), pero la autora –nacida en 1973 y exenta de blog- los toma en proyecto literario, en una escena de tensión que los excede y a cuyo movimiento están sujetos. Varias piezas son memorables; Mariana Enríquez sabe escribir, sabe dosificar, sabe condensar, sabe callar. Por la finura y la precisión, se adivina una laboriosidad muy conciente, un cálculo artesanal del efecto de lectura –no es fácil inducir miedo. Los pocos relatos en tercera persona son tan prolijos que se tornan predecibles, incluso el por lo demás excelente El aljibe. Pero en general, la sangre y el asco sirven para fugar de la comodidad del saber escribir. Y de la obviedad: “Marcela nos parecía alguien tan intenso” -dice la narradora y personaje de Ni cumpleaños ni bautismos-, “no como esa gente sin misterio, con sus aburridos problemas y su cobardía”, y resulta que Marcela es una chica rapada por arranques de pelo durante trances alucinatorios en los que se masturba en el suelo hasta sangrar la vulva, y de los que amanece con los brazos simétricamente tajeados. Enfocando en el cuerpo como suciedad inagotable, la autora, prestigiosa periodista cultural (estable en Página/12) y una de las narradoras más respetadas de su generación, huye de los paraísos de confort retórico; cuida la vida recordando su inherente horror. Acaso el más siniestro, incómodo y complejo cuento sea el último, Cuando hablábamos con los muertos, donde espíritus de militantes desaparecidos responden al juego de la copa, y no tener afectos que hayan sido “llevados” queda en posición re-out.

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