Cuanto más alto trepa el monito...
Si esta novela del festejado autor japonés, escrita y publicada originalmente en 1985, hubiera sido editada aquí por Planeta en vez de por el prestigioso Tusquets, no sería muy distinto de un Wilbur Smith, u otro tanque de escritura mecánica. Lejos de sus mejores momentos (Tokio Blues, Crónica del pájaro que da cuerda al mundo), Murakami llena casi quinientas páginas con una doble historia paralela sustentada en elementos fantásticos -una muralla viva encierra el Fin del mundo-, y de ciencia ficción y policial negro -en una Tokio con cerebros intervenidos para cifrar información con el código inexpugnable del inconciente-. La clandestina “guerra por la información” entre dos megacorporaciones signa la época; también las “cintas” que suenan de Duran Duran y Police. Si bien Murakami sabe sostener una estructura bidimensional, la prosa aquí es engolada, redundante, y abundan segmentos argumentales pueriles: una larga excursión subterránea en túneles y cavernas ocultas donde amenazan “los tinieblos” y todo el tiempo hay “pálidas tinieblas”, pozos por los que la súbita inundación obliga a “subir a la torre”… Más y más elementos estereotípicos que, en la otra historia, constan en una aldea con unicornios donde para entrar te “sacan la sombra”, que al tiempo muere y, con ella, tu corazón; sorprende la profusión de cursilerías en torno al corazón (que te orienta, que no lo pierdas, etc.), en el marco del sabido dilema de si tener sentimientos y sufrir el mundo real o no tenerlos y por eso mismo no entristecerse al respecto.
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