Sus mas de cuatrocientas paginas la hacen breve novela para ser de Pynchon –por ejemplo la anterior, Contraluz, pasa las mil trescientas-. Transcurre en Los Angeles en el ocaso de la década del sesenta; Doc, el protagonista, es un detective privado, pero uno bastante particular: fumado todo el día con una riquísima variedad de hierbas cannabicas, es un ejemplar de la convivencia entre hippismo psicodélico y el amor playero de los surfers y su endless summer.
Además de “breve” es mas “legible” que las novelas icónicas de Pynchon, autor de una de las obras mas importantes de la literatura contemporánea y hombre cuya biografía –y cara- son un misterio, aparte del dato de que nació en 1937 en Nueva York y de una foto blanco y negro que lo muestra jovencísimo. En sus obras maestras de la novela posmoderna, como El arco iris de la gravedad (1973) o Mason y Dixon (publicada en 1997, escrita durante décadas) cunden la arborescencia y la digresión, el tiempo desquiciado y el desplazamiento geográfico radical; en Vicio propio, en cambio, la historia esta bastante circunscripta a un momento y un lugar. Pero la prosa sigue siendo exuberante y mordaz, y la trama, repleta y deslumbrante. La caliente ex novia de Doc le pide ayuda porque su amante, magnate del mercado inmobiliario, ha desaparecido; la trama de intrigas –formalmente, casi una novela negra- pasea por un enorme arco de personajes y tensiones de la época, desde surfers que dedican su vida a meterse en olas imposibles como leales adoradores en el puño de Dios, un doctor que inyecta anfetaminas por doquier, motoqueros neonazis, drogones inmunes en su cuelgue a las conmociones del entorno, policías que quieren ser estrellas de televisión, traficantes de heroína, ex combatientes de Vietnam tornados hippies, primores felices de sexualidad sin moral, y hasta visionarios fanatizados con una red de computadoras, la prehistoria de internet… Sin embargo, en esta novela hilarante, son el racismo, el odio de clase y la violencia de la propiedad privada –sobre todo inmobiliaria- lo que constituye el punto álgido de su emplazamiento histórico. Con una permanente banda sonora de fondo –es para leer con el Grooveshark al lado-, Doc, entrañable mezcla del Dude Lebowski y Philip Marlowe, se mete y se mete en la historia sin saber bien por que; con su “memoria de fumeta”, un instinto de justicia y de cuidado a los frágiles lo mueve, así como una especie de militancia contra la tristeza que le da una percepción: el fin de una época, que, contrastado con la magnitud de sus sueños, podría temerse que nunca llegó a ser.
[Rolling Stone Septiembre 2011]
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