“Recuerdo en blanco y negro la época de Videla”
Publicado en Debate, Abril 08
La nostalgia de los recuerdos infantiles tiene para los tiempos de dictadura una marca cromática: la época es en blanco y negro, y en los grises sobrevive lo humano. Ya adulto, el narrador de La sombra del púgil, cuarta novela de Berti, recuerda que cada noche de aquellos años en la mesa familiar –ámbito privado por excelencia- el padre contaba a sus hijos la historia de Justino, boxeador retirado cuyo mayor logro deportivo había sido derrotar, en su última pelea, a un debutante que luego fue campeón nacional indiscutido. La remembranza, que también reconstruye tramas familiares, habilita un fino registro donde la inocencia infantil simplifica una expresión cargada al mismo tiempo de la lucidez de la experiencia acumulada. Abundan las frases largas, frases de un párrafo, pero jamás intrincadas.
Berti (Buenos Aires, 1964), quien regresó hace dos años tras nueve viviendo en París, es autor también de dos libros de cuentos, traductor y periodista cultural aquí y en varios otros países, y lleva a cabo, por otra parte, una difusión literaria casi militante, desde su muy interesante blog (www.eduardoberti.blogspot.com) y, ahora, desde una apuesta mayor: acaba de fundar (junto a sus amigos Eduardo Milewicz y David Fajn) una editorial, La Compañía, de la que conversó con Debate.
¿Cuál fue la búsqueda estilística en esta novela centrada en el arte de contar historias?
No concibo la literatura sin una búsqueda estilística. Es una búsqueda ardua y difícil que yo mismo defina; en todo caso puedo decir que, al escribir ficción, me preocupan muchas cosas que tienen que ver con el estilo: me interesa una prosa eufónica, un tono, una perspectiva interesante (llamémoslo punto de vista), una emoción y una trama bien construidas, entre muchas otras cosas.
El narrador recurre, para contar, a otros narradores (como el padre y la madre), ¿qué dicen la estructura y contenido de esta novela sobre el arte de narrar?
Es un tema muy largo pero, siendo breve, sí, claro, esta novela, que no es meta textual como mis novelas anteriores La mujer de Wakefield y Todos los Funes [NdelaR: finalista del Premio Herralde] sí es, en cambio, autoconsciente: sin planteamientos teóricos (porque es una novela) expone ciertas ideas acerca de la narrativa. El padre de los narradores, y luego la madre, cuentan historias a la hora de la cena. Esto permite reflexionar sobre cómo se construye una historia, cómo se suscita la atención de los lectores, cómo se obtiene la así llamada verosimilitud, y otras cosas por el estilo. Esto no está en primer plano, puede leerse la novela sin tener todo esto en cuenta. Pero a mí me gusta que las novelas tengas claves de lectura y de relectura, y estas reflexiones acerca de la narrativa son, creo, claves de relectura.
¿Lo siente como un libro autobiográfico?
No lo siento como un libro autobiográfico del modo que Marcos Mayer planteó en ADN el fenómeno del "yo" narrador y "yo" escritor que se funden y confunden de formas muy interesantes e inquietantes. Sin embargo, claro, es la novela más cerca a mí, por época, por lugar, porque los hermanos narradores son de mi generación y vivieron cosas parecidas a las que viví yo. El otro día, releyendo El arte de la novela, de Milan Kundera, tropecé con una frase que define bastante cierto procedimiento de La sombra del púgil: dice Kundera que el novelista derriba la casa de su vida para, con las piedras, construir la casa de su novela. Yo tomé elementos de la historia de mi familia, y otros de la historia de la familia de mi mujer, y los demolí. Quedaría más pedante decir que los deconstruí, pero no, fue más brutal lo mío. Con las piedras, como dice el amigo checo, armé otra cosa, que no es fiel a la materia
prima pero que en ciertas cosas se parece, claro.
En la novela, los padres evitan que sus hijos se enteren de “los horrores del mundo”. ¿Cómo cree que afectó a su generación ese cuidado paternal? El silencio rotundo puede ser un modo de la información.
A mí me pasa que recuerdo los tiempos de Videla en blanco y negro. Y también me pasa que, por la edad que tenía entonces, mi vínculo con la dictadura fue a
través de los miedos, los silencios o los cuchicheos de mis padres y de la generación de mis padres. Esto último es bastante inevitable porque tenía once años y medio cuando fue el golpe a Isabel Perón. Mi familia vivía a media cuadra de la quinta presidencial. El miedo, la hiper seguridad que había, el muro de ladrillos que levantaron en lugar de la cerca de ligustrina que había antes, todo eso era pura información. Recuerdo que una mañana íbamos en auto, con mi viejo, y el auto tuvo la pésima idea de ahogarse y detenerse ante la quinta presidencial. Mi viejo prendió en el acto las luces del interior del auto y se bajó con las manos en alto; yo pensé que estaba loco. Pero apenas levanté los ojos, vi que un milico se acercaba al auto apuntándonos y con cara de pocos amigos. Anécdotas como estas hay miles, y son muy significativas.
Pasando al tema del boxeo, ¿lo entusiasmaba de chico lo mismo que ahora? Y, ¿por qué cree que ha menguado su presencia el folclore deportivo argentino?
El boxeo me entusiasma menos en la actualidad que de niño. Antes había menos categorías y menos asociaciones y confederaciones, por lo tanto los pocos campeones eran realmente brillantes. Seguramente el negocio de la TV minó un poco cierta aureola mítica que había con el boxeo a nivel internacional. A nivel local, no soy un experto pero sospecho que otros deportes como el tenis (tras Vilas y tras la legión actual) o el básquet (tras Ginóbili y la medalla olímpica) desplazaron un poco al boxeo, al turf o al automovilismo, sin que ello signifique el final ni nada por el estilo. El boxeo me interesó para mi novela porque es un deporte individual (“te quitan hasta el banquito cuando suena el gong”, decía Bonavena) pero también, siendo una novela que trabaja la idea de las "versiones" acerca de las historias, porque al margen de la resolución "natural" (el nocaut o el nocaut técnico), las peleas también se resuelven, cuando no sucede la caída de un púgil, con el fallo de un jurado, y eso no deja de ser una versión de la pelea, cuántos fallos se objetan, cuántos fallos chifla el publico.
¿Qué lo llevó al arrojo de fundar una editorial?
El deseo de que en las librerías puedan hallarse en castellano ciertos libros (fundamentalmente novelas o cuentos) que no están disponibles porque nunca fueron traducidos o porque están fuera de circulación desde hace tiempo. Es un acto de arrojo, sin dudas. Pero también de amor por la literatura. Nuestro objetivo es rescatar obras poco conocidas de autores que nos parecen centrales (por ejemplo Lady Susan, ignota novela epistolar de Jane Austen) y, al mismo tiempo, editar libros que nos parecen fundamentales de autores poco conocidos, como por ejemplo La misma sangre y otros cuentos, de William Goyen.
¿Qué otros títulos planean editar?
Entre otras cosas, un texto inédito de Chejov con traducción y posfacio de Leopoldo Brizuela e introducción de Vlady Kociancich; un ensayo inédito en castellano de Nina Berberova, Nabokov y su lolita, con traducción de Pedro B. Rey y posfacio (escrito especialmente para nosotros) de Hubert Nysen, el fundador de Actes sud y "descubridor" de Berberova; y un libro llamado Catalogo de juguetes de una autora italiana, Sandra Petrignani, con traducción de Guillermo Piro.
¿Cómo surgió el nombre La compañía?
Nos gustó la multiplicidad de significados. Por un lado la idea archi conocida de que los libros nos hacen compañía. Pero también la noción de catalogo editorial como elenco, como compañía de libros. Y en tercer lugar, el significado "empresarial" que hay en la palabra, totalmente novedoso para alguien como yo, que jamás había tenido un emprendimiento semejante.
Publicado en Debate, Abril 08
La nostalgia de los recuerdos infantiles tiene para los tiempos de dictadura una marca cromática: la época es en blanco y negro, y en los grises sobrevive lo humano. Ya adulto, el narrador de La sombra del púgil, cuarta novela de Berti, recuerda que cada noche de aquellos años en la mesa familiar –ámbito privado por excelencia- el padre contaba a sus hijos la historia de Justino, boxeador retirado cuyo mayor logro deportivo había sido derrotar, en su última pelea, a un debutante que luego fue campeón nacional indiscutido. La remembranza, que también reconstruye tramas familiares, habilita un fino registro donde la inocencia infantil simplifica una expresión cargada al mismo tiempo de la lucidez de la experiencia acumulada. Abundan las frases largas, frases de un párrafo, pero jamás intrincadas.
Berti (Buenos Aires, 1964), quien regresó hace dos años tras nueve viviendo en París, es autor también de dos libros de cuentos, traductor y periodista cultural aquí y en varios otros países, y lleva a cabo, por otra parte, una difusión literaria casi militante, desde su muy interesante blog (www.eduardoberti.blogspot.com) y, ahora, desde una apuesta mayor: acaba de fundar (junto a sus amigos Eduardo Milewicz y David Fajn) una editorial, La Compañía, de la que conversó con Debate.
¿Cuál fue la búsqueda estilística en esta novela centrada en el arte de contar historias?
No concibo la literatura sin una búsqueda estilística. Es una búsqueda ardua y difícil que yo mismo defina; en todo caso puedo decir que, al escribir ficción, me preocupan muchas cosas que tienen que ver con el estilo: me interesa una prosa eufónica, un tono, una perspectiva interesante (llamémoslo punto de vista), una emoción y una trama bien construidas, entre muchas otras cosas.
El narrador recurre, para contar, a otros narradores (como el padre y la madre), ¿qué dicen la estructura y contenido de esta novela sobre el arte de narrar?
Es un tema muy largo pero, siendo breve, sí, claro, esta novela, que no es meta textual como mis novelas anteriores La mujer de Wakefield y Todos los Funes [NdelaR: finalista del Premio Herralde] sí es, en cambio, autoconsciente: sin planteamientos teóricos (porque es una novela) expone ciertas ideas acerca de la narrativa. El padre de los narradores, y luego la madre, cuentan historias a la hora de la cena. Esto permite reflexionar sobre cómo se construye una historia, cómo se suscita la atención de los lectores, cómo se obtiene la así llamada verosimilitud, y otras cosas por el estilo. Esto no está en primer plano, puede leerse la novela sin tener todo esto en cuenta. Pero a mí me gusta que las novelas tengas claves de lectura y de relectura, y estas reflexiones acerca de la narrativa son, creo, claves de relectura.
¿Lo siente como un libro autobiográfico?
No lo siento como un libro autobiográfico del modo que Marcos Mayer planteó en ADN el fenómeno del "yo" narrador y "yo" escritor que se funden y confunden de formas muy interesantes e inquietantes. Sin embargo, claro, es la novela más cerca a mí, por época, por lugar, porque los hermanos narradores son de mi generación y vivieron cosas parecidas a las que viví yo. El otro día, releyendo El arte de la novela, de Milan Kundera, tropecé con una frase que define bastante cierto procedimiento de La sombra del púgil: dice Kundera que el novelista derriba la casa de su vida para, con las piedras, construir la casa de su novela. Yo tomé elementos de la historia de mi familia, y otros de la historia de la familia de mi mujer, y los demolí. Quedaría más pedante decir que los deconstruí, pero no, fue más brutal lo mío. Con las piedras, como dice el amigo checo, armé otra cosa, que no es fiel a la materia
prima pero que en ciertas cosas se parece, claro.
En la novela, los padres evitan que sus hijos se enteren de “los horrores del mundo”. ¿Cómo cree que afectó a su generación ese cuidado paternal? El silencio rotundo puede ser un modo de la información.
A mí me pasa que recuerdo los tiempos de Videla en blanco y negro. Y también me pasa que, por la edad que tenía entonces, mi vínculo con la dictadura fue a
través de los miedos, los silencios o los cuchicheos de mis padres y de la generación de mis padres. Esto último es bastante inevitable porque tenía once años y medio cuando fue el golpe a Isabel Perón. Mi familia vivía a media cuadra de la quinta presidencial. El miedo, la hiper seguridad que había, el muro de ladrillos que levantaron en lugar de la cerca de ligustrina que había antes, todo eso era pura información. Recuerdo que una mañana íbamos en auto, con mi viejo, y el auto tuvo la pésima idea de ahogarse y detenerse ante la quinta presidencial. Mi viejo prendió en el acto las luces del interior del auto y se bajó con las manos en alto; yo pensé que estaba loco. Pero apenas levanté los ojos, vi que un milico se acercaba al auto apuntándonos y con cara de pocos amigos. Anécdotas como estas hay miles, y son muy significativas.
Pasando al tema del boxeo, ¿lo entusiasmaba de chico lo mismo que ahora? Y, ¿por qué cree que ha menguado su presencia el folclore deportivo argentino?
El boxeo me entusiasma menos en la actualidad que de niño. Antes había menos categorías y menos asociaciones y confederaciones, por lo tanto los pocos campeones eran realmente brillantes. Seguramente el negocio de la TV minó un poco cierta aureola mítica que había con el boxeo a nivel internacional. A nivel local, no soy un experto pero sospecho que otros deportes como el tenis (tras Vilas y tras la legión actual) o el básquet (tras Ginóbili y la medalla olímpica) desplazaron un poco al boxeo, al turf o al automovilismo, sin que ello signifique el final ni nada por el estilo. El boxeo me interesó para mi novela porque es un deporte individual (“te quitan hasta el banquito cuando suena el gong”, decía Bonavena) pero también, siendo una novela que trabaja la idea de las "versiones" acerca de las historias, porque al margen de la resolución "natural" (el nocaut o el nocaut técnico), las peleas también se resuelven, cuando no sucede la caída de un púgil, con el fallo de un jurado, y eso no deja de ser una versión de la pelea, cuántos fallos se objetan, cuántos fallos chifla el publico.
¿Qué lo llevó al arrojo de fundar una editorial?
El deseo de que en las librerías puedan hallarse en castellano ciertos libros (fundamentalmente novelas o cuentos) que no están disponibles porque nunca fueron traducidos o porque están fuera de circulación desde hace tiempo. Es un acto de arrojo, sin dudas. Pero también de amor por la literatura. Nuestro objetivo es rescatar obras poco conocidas de autores que nos parecen centrales (por ejemplo Lady Susan, ignota novela epistolar de Jane Austen) y, al mismo tiempo, editar libros que nos parecen fundamentales de autores poco conocidos, como por ejemplo La misma sangre y otros cuentos, de William Goyen.
¿Qué otros títulos planean editar?
Entre otras cosas, un texto inédito de Chejov con traducción y posfacio de Leopoldo Brizuela e introducción de Vlady Kociancich; un ensayo inédito en castellano de Nina Berberova, Nabokov y su lolita, con traducción de Pedro B. Rey y posfacio (escrito especialmente para nosotros) de Hubert Nysen, el fundador de Actes sud y "descubridor" de Berberova; y un libro llamado Catalogo de juguetes de una autora italiana, Sandra Petrignani, con traducción de Guillermo Piro.
¿Cómo surgió el nombre La compañía?
Nos gustó la multiplicidad de significados. Por un lado la idea archi conocida de que los libros nos hacen compañía. Pero también la noción de catalogo editorial como elenco, como compañía de libros. Y en tercer lugar, el significado "empresarial" que hay en la palabra, totalmente novedoso para alguien como yo, que jamás había tenido un emprendimiento semejante.
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