Thursday, May 15, 2008

Alberto Laiseca

Entrevista que salió corregida en Rolling Stone de enero 08
Con su biografía épica radical, el inventor del realismo delirante era un escritor de culto antes de que su estampa de película y su cautivante relato oral lo masificaran en la televisión, así como cuando su novela de más de mil trescientas páginas se publicó, tras diez años de escritura y otros dieciséis inédita, ya era una obra mítica entre los escritores. Cuerdo a fuerza de genialidad, Laiseca es un lujo de la bizarría artística. En su flamante Manual Sado Maso Porno piensa el desamor, los dinosaurios y los agujeros negros.


El cigarrillo resulta diminuto en la manaza de Laiseca. Lo tiene entre sus garfios de uñas grandes como cucharas mientras habla despacio, y lo manipula suavemente, como King Kong con la rubia. Antes de embucharlo lo sostiene en el aire y sin dejar de hablar con la otra zarpa enorme le prende cerquita el encendedor, como si gozara exponiendo su presa al fuego.
- “Víctimas. Adoro las víctimas. ¡Aaggrrr!”.
Recién ahí atraviesa con el pucho su bigotón, teñido de nicotina y tan frondoso que el filtro desaparece. Deberá fumarlo sólo hasta la mitad para no quemar ese homenaje al Nietzsche “de la época en que estaba más loco”, ese mostacho monstruosamente enorme que le tapa la boca entera, esa catarata de pelo que vela su interior y simboliza, acaso sin quererlo, la distancia que este escritor guarda respecto del mundo.
Laiseca nació en 1941 en Camilo Aldao, Córdoba, y a los dieciocho se instaló en Santa Fé para estudiar Ingeniería. En tercer año decidió alterar su destino y dedicarse a la literatura. Pero no es que entonces se cambió a Letras o fue a un taller literario...
- “Cuando llegué a Buenos Aires ya hacía dos años sabía que quería dedicarme al arte; venía trabajando en las provincias argentinas como peón de campo. Había decidido cortar con todo. Y vivir.”
Vivir, escribir. La novela más larga de la literatura argentina (y “la mejor desde Los Siete Locos”, según Ricardo Piglia) fue escrita a mano, durante diez años, por Alberto Laiseca, en pensiones de la Capital. Había conseguido empleo como peón de limpieza y ponía sus mayores energías en armar una ficción que exploraba el límite de deshumanización que la lógica del poder absoluto engendraba como posibilidad, un despotismo infinitamente creativo en formas de dañar. Destruyó las primeras tres versiones de ese horroroso y desopilante mundo que es Los Sorias; en 1982 consagró la cuarta. Pero en el largo durante, recuerda Jorge Dorio,
“Laiseca aparecía por las pizzerías de Corrientes y pedía el papel sobre el que te sirven la pizza, ¿viste?, porque ahí escribía, no tenía ni para cuadernos, nosotros lo veíamos y le regalábamos biromes....el manuscrito de Los Sorias era un fardo gigante de todos papeles distintos atado con hilo sisal, si lo exprimías chorreaba aceite... Una vez con Ricardo Ragendorfer le preguntamos: ‘Che Lai, ¿por qué no la acortás apenas un poco para que la acepte alguna editorial?’ El se levantó furioso y nos gritó ‘¡mercenarios, son mercenarios igual que todos!’”
Respetando a ultranza el deseo de su obra, Laiseca debió esperar dieciséis años a que Los Sorias fuera publicada, en el 98. Luego se reeditó en 2004. Pero mientras tanto pasaron muchas cosas: ganó la beca Guggenheim, publicó doce libros (dos de relatos, un ensayo, uno de poesía y ocho novelas), comenzó a dar talleres literarios y a leer cuentos y presentar películas de terror en I-Sat y Retro TV respectivamente.
Mucho agua bajo el puente. Sin embargo (“¿de veras no embarga?”, dice Lai), aún escribe a mano. Luego lo pasa, sí: a máquina. Y la editorial a computadora.
- “La computadora es un invento del Príncipe de las Tinieblas, igual que los celulares, las tarjetas de crédito y una marca de cerveza que no quiero mencionar. Claro que en realidad la inventó un ser humano, seguramente con buena intención, pero el problema es que el Anti-Ser tiene la capacidad de tragar todo y hacerlo trabajar para él.

Actualmente Laiseca vive en un departamentito de planta baja en el centro de Caballito, de techo apenas más alto que su cabeza. Abre la puerta, uno da un paso y se topa con la cama. Junto a ella hay un modesto escritorio donde nos sentamos; está del todo tapado por papeles, libros, cuatro o cinco ceniceros, una botella de Liberty y muchas cajitas de medicamentos.
¿Es su botiquín, también?
- No, je, varios son de los perros.
Hay un patiecito lindante con dos extraños canes: “son japoneses, perros de samurai”. Si ladran demás, el autodenominado Conde Drácula o Doctor Bestiaza (“Yo soy un hombre no que es muchos hombres sino muchas bestias”), levanta su furioso cuerpo y, desde las alturas, les trona en japonés.
El Manual Sado Maso porno es un libro de grandes hojas de papel grueso y brillante, ilustrado con fotos de muñecas felizmente sodomizadas, construidas especialmente para la ocasión. Surgió como idea de Carne Argentina, la editorial independiente formada por escritores jóvenes conocidos entre sí en el taller literario de Laiseca. Los alumnos publican al maestro; en un círculo virtuoso, a través de sus discípulos Laiseca accede a una sociabilidad literaria: la presentación del Manual, el pasado diciembre en Casa Brandon, lo tuvo leyendo una versión “con toques sado maso pero respetando la ontología original” del cuento XXX de XXX Morris. Sentado tras las muñecas sodomitas que lo hacían aún más enorme, cautivó al nutrido público con el relato y lo hizo delirar con sus –para variar, enormes- dotes actorales, su timing, sus aullidos, rugidos, ruiditos, expresiones. Todos fascinados con “el viejo”: no había un solo escritor de su generación, el lugar estaba repleto de gente ligada a las letras, todos todos jóvenes.
El libro -producto de esta alianza que refuta la escisión generacional en literatura- comienza como un listado de principios éticos del sadomasoquismo e instrucciones para un sometimiento ejemplar. Pero rápidamente aclara que “el sadomasoquismo es el último refugio de los románticos” y el libro va siendo caóticamente invadido por la hermosa tragedia del desamor, por “el humor esquizofrénico químicamente puro” del autor y por las preocupaciones que tiene en la cabeza, que van desde la astrofísica hasta la economía política pero están “movilizadas por un mismo motor ontológico”, como dice él. Laiseca sentado tranquilo escupe verdades en este compendio personal de aforismos filosófico-sexuales.
El Manual dice que la víctima tiene más poder que el victimario.
Sí, pero mientras tanto uno pretende que no es así y se divierte, es feliz. Víctima/victimario es pura simulación, porque ya sabemos quién va a perder al final. Igualmente yo estoy muy agradecido a las mujeres, siento que me han querido, mirá, todo lo que han podido. No tengo deudas pendientes con ellas, ninguna me traicionó. Cuernos sí, de a montones, tengo una triste y horrible solvencia al respecto, pero eso no es traición. Traidores tuve amigos. Pero todo bien: que ardan en su propia sangre.
No pregunto quién le hizo qué; siento que él regulará hasta dónde quiere mostrarse. Voy por el costado:
¿Qué sería traición?
Y que el compañero, el amigo, con el que has compartido la misma ontología, la misma forma de pensar la trascendencia, después resulta que lo único que quería era poder, o dominarte.
En el Manual dice: “hacerme cagar a mí es lo más fácil del mundo”
Sí. Por mi inocencia. No concibo ciertas cosas, ciertas mañas de los hombres. Las veo y no las creo.
¿Podría leerse su obra como una larga perplejidad frente a la crueldad humana?
Sí, cosas que veo y no creo. Incluso en Los Sorias hay muchas torturas terribles y cosas, pero son precisamente por el horror que les tengo, no porque me gusten. Están escritas para exorcizarlas, para sacármelas de encima, fue un proceso de purificación del alma.
¿Y la relación con la obra también puede pensarse en esos términos de traición y confianza?
Los Sorias estuvo sin que nadie la publique por dieciséis años. Tuve confianza durante quince, y luego me resigné, me dije ‘ya soy grande y esta obra tan larga no la van a publicar nunca’. Me da mucha vergüenza no haber tenido fe inquebrantable hasta el fin. Y al año la editaron. Ahora, la traición, la única manera de traicionar la obra es no haciéndola.
¿Hay algo que usted tema no llegar a escribir?
Hace muchos años que tengo ganas de escribir una novela sobre la guerra de Vietnam, La puerta del viento. Nunca la empecé, no por haraganería, porque trabajo mucho yo, sino porque es muy difícil llegar a una conclusión sobre Vietnam. No hay soluciones sobre Vietnam. Lo tengo en la cabeza desde hace más de cuarenta años. Yo durante la guerra me ofrecí como voluntario para ir a pelear a Vietnam, y en la embajada estadounidense se rieron de mí. Entonces le mandé la carta el presidente Johnson, pero no me contestó. Tal vez haya sido una buena suerte, no sé. Es posible que hubiera vuelto adentro de una saca verde, o peor aún, mutilado. No sé. Pero vos no sabés, cuando me di cuenta de que no me llevaban, el nivel de desesperación en el que quedé, ¡la desesperación! Me dura, en suma, hasta hoy.
¿Para qué quería ir a pelear en la guerra?
Para gastar un potencial de miedo. He tenido mucho miedo durante toda mi vida. Y quería hacer un curso ontológico rápido. Si te va bien, lo conseguís, pero si te sale mal, perdés pa’siempre, ¡agggrrrr!

Sobre la vieja frazada descansan dos gatas blancas, finísimas, “Greta y Chopp”, o sea que en el depto son cinco habitantes en total. Aquí, Laiseca escribe, lee, come, toma cerveza, duerme, mira películas, recibe a sus alumnos. Ahora, envuelto en el humo de su tabaco, dice:
“Estoy muy cansado, si yo te dijera la cantidad de cosas que hice hoy, lavé la ropa, trabajé en cuatro guiones para presentar cuatro películas de terror en Retro.”
¿Cómo empezó a narrar en vivo?
Profesionalmente hace unos cuatro años. Pero mucho antes, un amigo me regaló un grabador Geloso, de esos con la cinta al aire. Era una época en que yo tenía muchas ganas de suicidarme, motivos no me faltaban, y el grabador me salvó la vida, porque empecé a divertirme grabando ahí personajes, voces, tonos. Quién hubiera dicho que eso se transformaría en oficio.
El escritor necesita tener cierta versatilidad laboral, ¿no?
¡¡Ya lo creo, jajaja!! Decímelo a mí, que trabajé en la cosecha de papas, lavé zanahorias, fui peón de limpieza, operario telefónico, corregí galeras en el diario La Razón.
Cosas tan extraordinarias que lo más difícil de imaginar es a Laiseca entrando rutinariamente al edificio de La Razón todos los días a la misma hora.
Bueno, no era tan rutinario. Yo vivía en Escobar y tenía dos horas de viaje de ida y dos y media de vuelta, porque por alguna razón siempre las vueltas llevaban más tiempo que las idas. Por alguna extraña razón –dice con tono escalofriante-. Era como sacarle los chinchulines a un muerto y luego querer ponérselos de nuevo y que no entren. “¿Pero cómo, si estaba todo aquí dentro? No, pues sobran metros, no caben”. Indefectiblemente siempre salía de La Razón re cansado y sabiendo que todavía me quedaba la peor parte, las dos horas y media. Entonces para confortarme mentalmente me imaginaba: “No, hay un subte, para un solo hombre, que está en la puerta del diario La Razón y va a Escobar directo”. Funcionaba esa vaina. No el subte, claro. Pero ayudaba, porque me la creía un poco.
Ayudaba a hacerlo más pasajero...
Jaja, sí, entre comillas. Viví ocho años y medio en Escobar.
¿En Escobar tenía más espacio para animales? [En algún lugar escuché que Laiseca atribuye a los animales poderes energéticos protectores.]
Y claro. Tenía gallinitas, montones de gatos, perros, gansos. Eran perros malísimos, crueles, me mataban gallinas. Hasta que empezó a venir la época dura de los latrocinios, no se podía tener ni un animal. Después ya se robaban la bomba de agua, todo, no se podía vivir más, era una humillación constante, que te metan un dedo en el culo todos los días. Entonces una noche estaba convencido de que iban a venir y me quedé con mi pistola esperando, tirado en el pasto, a oscuras. Toda la noche. Los iba a cagar a tiros. Menos mal que no vivieron. Mirá el grado de desesperación: se termina mi vida ahí, o porque me matan o porque voy preso. Pero andá a razonar con un tipo desesperado y loco. Está clara la mano del cielo, me ayudó; estaba tan seguro de que esa noche venían que hasta que no salió al sol no me fui a dormir. Por suerte, lo peor no pasó. Me salvé de puro pedo. Muchas veces. De puro pedo.
¿Y a este lugar cómo lo siente? Venía para acá y me llamó la atención el contraste entre el gentío de Acoyte y Rivadavia y la trinchera del Lai.
Sí, me gusta este lugar. Ahora, el lugar más mágico donde he vivido ha sido Escobar. Yo llegaba, mirá, me pasaba una cosa totalmente increíble. Después de esas dos horas y media para volver pensaba bueno, ni siquiera voy a comer, me acuesto y listo. Pero abría la puerta de casa, encendía la luz, cerraba la puerta (con llave), daba a un pequeño vestíbulo donde estaba mi mesa de escribir, y sucedía algo increíble: en el acto, se me iba el cansancio. Me preparaba en un bowl de sopa té hirviendo con mucha azúcar, azúcar a saturación, y le ponía un dedo así, gordo, de rhum Negrita, ¿viste?, y me ponía a tomar esa vaina y a escribir. Se me iba el cansancio, era mágico.
Tomaba Rhum. Pero escribía, como sigue haciéndolo, adorando la malta con lúpulo y levadura.
Lai, traje una cerveza, ¿le molesta si...?
Es que yo no puedo tomar. Por eso estoy tomando esta cerveza sin alcohol. Pero tomá vos, no me molesta. Es más, al contrario, me va a agradar mucho ver que vos tomás por mí. En serio, te lo juro, mirá que te digo la verdad. Yo no doy consejos pero créanle esto al Zarathustra de las tetas: en el otro mundo no hay tetas ni cerveza. Creelo, doy fé. Hay que conseguirlo todo acá, hacés bien en tomar cerveza. Yo a partir de mañana vuelvo. Podría tomar hoy, pero no, me niego, soy muy militar en ese sentido, y me puse como plazo sesenta días de ascetismo. Hoy es el último. Bajé catorce kilos.
¡Catorce quilos! ¿Y? ¿Se siente mejor?
Y te descalibrás todo, siempre te hará bien en algunas cosas y mal en otras. Nunca creí en la vida sana, qué querés que te diga. Con un amigo siempre decíamos: “esos sanos de mierda”. No fuma, no bebe, jamás un hongo en el pie: gente de mierda.
¿Y por qué la dieta?
Tenía que hacerlo, andaba para la mierda, estaba mal del hígado, pero ya me curé. Lo que pasa es que soy estricto y obsesivo: dos meses son sesenta días, que se cumplen hoy, así que no te puedo acompañar, si hubieras venido mañana sí. Yo todos los días me tomo tres o cuatro litros.
¿Repartido a lo largo del día, sin embriagarse, digamos?
Mirá, nosotros los borrachines despreciamos a los que se emborrachan con cerveza.

Que Laiseca ama la cerveza queda claro en cada uno de sus libros. Que es un sexópata y un humorista genial también, desde Los Sorias hasta la desopilante Sí, soy mala poeta, pero... (2006). Que es un romántico perdido se entrevé en general en su obra y puntualmente en el delicado Poemas Chinos (1987; 2005): “Escucho el trueno de la seda/ miro el brillo deslumbrador de esa piedra opaca/ sin embargo, no supe sentir a tiempo tu corazón”. Laiseca es un narrador de soltura interminable para contar lo insólito, a juzgar por Las aventuras del profesor Eusebio Filigranati (2003) o El gusano máximo de la vida misma (1999). Es un esteta ácrata según se deduce de su único ensayo, Por favor, ¡Plágienme! (1991). Demostró erudición creativa en sus novelas históricas La mujer en la muralla y La hija de Kheops (2006), mágica e incestuosa hipótesis sobre la construcción de las pirámides egipcias. Laiseca es un estudioso de la literatura de terror si de él sólo conocemos Beber en rojo (2002). Pero sobre todo, Laiseca es un artista que escribe (hace casi cuarenta años) abonando el terreno donde erige el imperio de su voluntad.
¿Está escribiendo actualmente?
Para contestar, Laiseca entorna los ojos e imposta la voz áspera y honda de Vittorio Corleone:
- No te preocupes por Tataglia. Barzini es el jefe de todo. No lo supe hasta recién.
Jajaja, El Padrino. ¿El cine es materia prima para su literatura?
Sí, pero te confieso que no soporto ver tragedias ni películas serias. Por eso veo películas de terror, porque no se las puede tomar en serio, entonces me divierto muchísimo –e imposta una voz aguda que envidiarían muchos actores profesionales-: “’Ja, voy a descuartizarte querida’ ¡¡¡¡¡Aggjjjj!!!!!”
¿Ahí no está definiendo su literatura: el horror desde el humor?
Es que el humor es lo único que puede hacer soportable el horror, querido amigo. Vos sabés muchacho que cuando estés mal –mirá que yo nunca le doy consejos a la juventud, pero este me parece acertado-, cuando te vaya como el orto, vos tenés que decir: “qué conchaza tenía la vieja / todas las noches en ella guardaba el piano / luego de haberlo plumereado y envuelto en celofán”. Es mágico, mirá. Te vas a poner casi mejor. ¡¡Aggrrr!!”
Jaja [Ese es un tango de moda en la Tecnocracia, país donde transcurre Los Sorias,...] Me enteré de que ahora han hecho la cumbia del Monitor [déspota tecnócrata]
- Sí, el discipulario.
¿Es su principal interlocución, el discipulario?
Te diría que sí, ya que prácticamente me he quedado sin amigos, quedan los discípulos para charlar. Otro consejo para la juventud, perdoname, hoy estoy aconsejador: nunca prestes dos mil quinientos dólares -Y de pronto canta como payador-: “Un padre que da consejos/ más que padre es un enemigo/ por eso ainsí les digo/ que cuando el Soria los quiera aconsejar/ me le vacíen un cargador completo con la M 16. ¡¡Grrjjgggjj!! Es que siempre hay que mantener el equilibrio ontológico. Aunque sea a tiros, con la M 16, casco de acero, borceguíes, patrullando la selva...
Jajaja... ¿Cree que hay poco atrevimiento en ese sentido en la literatura local? ¿O será nomás que bajo el influjo laisequiano el resto parece sacralidad?
Puede ser, no lo había pensado. No han aprendido la virtud de divertirse un poco.
¿Ud se ríe mientras escribe?
Bastante, sí. Hay momentos en que me descompongo de risa.
Al mismo tiempo Ud se expone mucho en su obra, está su vida allí...
Sobre todo en esta obra [el Manual]. Al final termina con una historia de amor. Yo empiezo haciéndome el duro, el prepotente, ¡ja! y termino pidiendo agua. El tipo quería hacer un manual sado maso, pero se enamoró. Cometió la debilidad de ser feliz, como dice Aynd Rand, escritora estadounidense, de origen ruso, que me formó mucho. Una mujer muy reaccionaria, muy jodida, pero gran maestra.
¿Cómo se lleva ud con el hecho de ser un maestro?
Qué se yo, me da más oportunidades de acercarme a la gente, de que se me escuche lo que digo, de compartir mis cosas. Claro que un maestro aprende constantemente de los alumnos. Los discípulos te humanizan, porque tu profesión te obliga a mirarlos. Odio a las meseras y a los meseros que no escuchan, jamás van a ser buenos meseros. Tenés que repetirles el pedido cuatro veces, me pone muuuy nervioso. Porque yo era así pero cambié, lo que demuestra que ellos también pueden cambiar. ¿Por qué no se esfuerzan en cambiar? Decía Buda que el peor pecado del mundo es el desagradecimiento, puede ser, pero yo agregaría no mirar a los demás. El mundo está lleno de gente así.

Me levanto para ir al baño y miro el depto sólo fugazmente, por pudor. Veo manchas de humedad y que la cocina tiene suciedades típicas de hombre soltero. Laiseca es un rockero de sesenta y largos. En el baño continúa el tono amarronado general, pero de golpe un elemento disonante refulge, límpido, ante los ojos: un blanquísimo papel higiénico de tissué, con dibujitos infantiles impresos en celeste. “La Bestia sabe con qué ser suave”, le comento a Lai y se ríe gozosamente. Intento aprovechar su humor para ver si puedo sacarme una duda respecto de su biblioteca, que está detrás de la cama. La hizo él mismo con tablones apoyados sobre ladrillos. Ocupa dos paredes y todos los libros comparten una extravagancia: están forrados en blanco. Escuché dos versiones al respecto: una dice que para Lai así son inmunes a las malas energías; la otra que piensa que así son inmunes al robo de sus visitantes, porque la gente no roba libros por el gusto de robar sino de un libro en particular. ¿Alguna será cierta? Le pregunto y contesta:
- “Es que mirá, hacen tanta leyenda sobre mi vida que ya ni yo sé.”
Otra curiosidad:
¿Con el ambiente del rock tuvo relación?
Sí, bastante, en mi época under. Además, yo me acuerdo bien de cuando era pibe, lo tengo todo ahora, viste, yo tengo todas las edades. Me acuerdo de todo. Tardes que van cayendo, luces, tonos de voz, escucho hablar a mi familia. Recuerdo las cosas que yo creía cuando era chico.
¿Y cómo le cae aquel Alberto?
No, mal. Sufría mucho, fue muy maricón, tendría que haber sido más fuerte. Pero bueno, se hace lo que se puede. Y lo que no, se compra hecho. Con el rock sí, tuve relación en mi época underground. Me acuerdo, esas cosas que tienen los ingenuos, había llegado a Buenos Aires hacía cosa de un mes y estaba trabajando como peón de limpieza. Pensaba “bueno, ya conseguí trabajo, ahora tengo que conseguir artistas para relacionarme”. Y empecé ir al bar Moderno, donde iban muchos artistas. A los grandes del rock no los conocí, Pappo y los demás, pero sí teníamos amigos en común. Gente que ya ha muerto. El que no murió de Sida murió en un enfrentamiento, o de sobredosis. Era muy lindo el Moderno, en la calle Maipú. Ahora hay un estacionamiento, creo.
¿Se imagina una biografía de Laiseca?
Je, no lo había pensado. Pero a mis alumnos siempre les digo que para entender bien a un escritor no basta con leerlo, hay que conocer su vida. Poe, por ejemplo, se casó con su prima hermana cuando ella tenía catorce años, la amó con locura y ella, que era idiota y muy linda, hasta su muerte de tuberculosis seguía llamándolo el primo Edgard.
Pregunto porque hoy día quedan pocos escritores cuyas vidas aumenten tanto la credibilidad de sus obras. ¿Siente orgullo por aquellas decisiones radicales que tomó por la literatura?
Sí, estoy orgulloso de eso. Pero de todas maneras estuve demasiado tiempo en el underground. Tenía que haber estado menos. Para no padecer tanto económicamente, nada más. Yo me movía con dineros muy escasos, era como una especie de soviético en Bs As, no por ideología sino por infraestructura. Una vez una amigo muy querido que había conocido en el Moderno, me dijo: “mirá Lai, tengo que hacer unas cuantas llamadas, porque no me acompañás a mi casa, me aguantás un poco y después nos vamos a tomar unos vinos por ahí”. Bueno, le digo, está bien. Entramos a su departamento, y yo ya sabía que esas cosas existían, pero una cosa es saber la teoría y otra ver la práctica: el tipo agarró su teléfono y empezó a llamar, ¡qué opulencia, tener un teléfono para vos solo! Solamente un jefe del CONSOMOL puede tener; yo era totalmente soviético.
¿Hasta cuándo duró esa precariedad?
Estuve dos años en las cosechas y siete como peón de limpieza. Después estuve seis años en Teléfonos del Estado, diez años en La Razón, y ahí me movía con un poquito más de plata. Aunque no tenía teléfono propio, seguía siendo medio soviético a nivel económico, había mucho sacrificio, muchas privaciones, pero estaba en el paraíso respecto de lo que era antes. No sabés lo que fue antes. No tener guita para arreglarte los zapatos que tienen un agujero grande así, ¿entonces vos que hacés?, le ponés cartón, para no tocar el piso con la piel del pie. Por eso en Los Sorias cuento que con las lluvias no hay pobreza que no salga afuera. Se te mojan los cartones, y ahí te quiero ver, escopeta mal cargada. Al pedo que te busques otros cartones porque sigue la lluvia, ¿entendés?
¿Le quedaron criterios de esa vida soviética? Antes no tenía teléfono y ahora no tiene computadora.
No tiene que ver con eso. Yo odio la computadora porque, a lo mejor exagero, pero tengo miedo de que termine con la imaginación. Y ahí se va a hundir la sociedad, porque ni siquiera la economía puede salir adelante sin la imaginación. La economía sobre todo. Son vasos comunicantes: ¿para qué sirve el arte? El arte sirve para que exista la física teórica, para que exista la economía, la química, todo. Son vasos comunicantes, lo importante es la imaginación, también en literatura, porque después lo formal se va perfeccionando. Pero es como la carta robada: es muy difícil hacerle entender a la gente lo que es evidente. Eso me recuerda la frase de Wilde: en este mundo todo puede probarse, incluso lo que es cierto.
En usted, ¿de qué depende la imaginación? En Los Sorias parece brotarle a raudales.
A veces me bloqueaba y estaba dos o tres días pensando cómo resolvía un problema, y después me salía en tanta cantidad que mientras escribía tenía otros papeles a los costados para anotar las cosas que se me ocurrían para suceder después, así no me las olvidaba. Es incomparable la angustia de olvidarse esas cosas.

Cierra la nota con dos propuestas: Laiseca dice que para escribir, “hay que leer mucho, escribir mucho, y vivir mucho”; un colega suyo en la literatura maximalista, Rubén Mira, que “una sociedad sana tiene que proteger a sus excéntricos”.
CARNE ARGENTINA - DON LEONARDO OYOLA
“’Seguime, pibe, seguime, que nos vamos a perder los dos’, suele decir Laiseca. El una de las cosas que te enseña es a perderte en tus mundos y ser capaz de hacer perder en ellos al lector. Sin él yo no hubiera existido como narador”, cuenta Leonardo Oyola, el discípulo laisequiano con mayor presencia editorial: en 2005 Gárgola editó el policial histórico Siete y el Tigre harapiento; en 2006 Salto de Página publicó en España Chamamé y cuentos suyos aparecieron en las antologías Buenos Aires escala 1:1 (Entropía) e In Fraganti (Mondadori); este año Salto de Página editará Gólgota, Sudamericana Hacé que la noche venga, y la novela Cuando las palomas lloran dará inicio a la saga Víbora Blanca, que, a cargo del Tigre Oyola, formará parte del sello policial Negro Absoluto, dirigido por Juan Sasturain.
“El Conde es un maestro muy generoso, no quiere clones. Busca, alienta y logra que cada uno encuentre su propia voz y su propio imaginario, lo que se ve en las diversas propuestas de los discípulos que hemos publicado”, dice Oyola en referencia a Selva Almada, Osvaldo Rodríguez y Alejandra Zina (editores de Carne Argentina), Natalí Tentori y Leandro Ávalos Blacha, cuya nouvelle Berazachussettes ganó el premio Indio Rico, organizado por Estación Pringles y Entropía con César Aira, Daniel Link y Alan Pauls como jurados. “Laiseca –concluye Oyola- abandera el concepto de monstruo, no como aborto de la naturaleza sino como único en su especie. Y él mismo es monstruoso: no tiene par”.


3 comments:

Anonymous said...

"El Manual Sado Maso porno es un libro de grandes hojas de papel grueso y brillante"

tenias razon, la palabra "satinado" no era tuya.

que feo que te editen y te hagan firmar palabras detestables.

Anonymous said...

El sentido del humor de Laiseca es el estandarte de su literatura, genial e incomparable...coincido en casi todo lo que expresa en el reportaje. Es destacable que no transo, como transan casi todos esos malditos mercenarios...

Samurai Kitayama said...

Cómo resolver la (¿aparente?) contradicción de un artista que se presenta como voluntario para marchar a pelear, y del lado equivocado, en la guerra de Vietnam.