Derrumbe, su última novela, relata en tono autobiográfico las consecuencias inmediatas que la ruptura familiar tuvo en un artista resentido con el lugar que el mundo da a su obra.
Por Agustín J Valle - Publicado en Debate, Marzo 2008
En la era de la espectacularización del yo, la literatura argentina se ve labrada por una pulsión autobiográfica. Desde las generaciones más jóvenes que en varias antologías han ejercido cierto anecdotismo de cuño blogger, hasta escritores de alrededor de cuarenta como Fabián Casas y Pablo Ramos y de alrededor de cincuenta como Alan Pauls y Sergio Bizzio, la construcción del relato literario se nutre y repone las propias vivencias. En esa línea se inscribe Daniel Guebel (1956) con Derrumbe, distribuido recientemente por Mondadori (con un diseño de llamativamente pocos caracteres por página que aumenta el cuerpo de un libro muy breve y veloz), donde el fracaso como tema vital es abordado justo tras la partida de la esposa y la hija.
Hace tiempo que la filosofía dice de mil modos que habitamos el fin de los grandes relatos, no refiriéndose a una inexistente mediocridad de nuestros escritores sino al ocaso de la era donde un aparato y un discurso –estatales- organizaban la grilla de lugares sociales, otorgando (imponiendo) a cada bicho humano carácter de miembro. Agotada esa donación de existencia subjetiva, ese relato que te narraba, emerge en la literatura el valor de contarse a sí mismo. El auto relato como vía de existencia. Antes había que contarse para no ser contado por otros; hoy lo contingente de la experiencia le da valor de peculiaridad.
El libro testimonia un derrumbe conyugal pero cuenta a la vez varias historias casi sueltas, ¿despegan un poco la novela de su vida personal?
Hay una galería de artistas fracasados, excedidos por la idea de generar lo que no hay, lo nuevo, o resignarse para mantener a su familia, artistas que se convierten en héroes burgueses o en fracasados solitarios y sin responsabilidades. Una especie de alternancia convencional. Pero esa galería, ¿es el eje de la novela? ¿O bien el eje de la novela es el de un presunto alterego mío que cuenta sus derrumbes sentimental y familiar, su fracaso como artista, que exasperado porque el mundo no responde a sus anhelos arroja mierda y la recibe a mansalva? No sé cuál es el eje. Es un libro brevísimo que no sé si es una novela pero que contiene varias novelas en sí mismo. Tampoco podríamos resolver apresuradamente qué es una novela hoy.
Cuando decidió escribirlo, ¿cuál era el eje de su impulso?
Recuerdo que sobre la frase de Picasso yo no busco, encuentro, Lacan ya viejito dijo “yo no sé si encuentro, lo que sé es que busco”. O sea, lo que sé es que quiero escribir. Derrumbe es un libro que puede ubicarse muy atrás en mi vida de lector y muy cerca en cuanto a mis acontecimientos subjetivos, la partida de mi ex y mi hija. Fue un impulso de escritura, no un impulso testimonial. No estaba planeado, apareció de golpe con la violencia de una demanda inmediata. Me dije: “tengo que hacer algo con esto”. Pero la pulsión más inmediata responde también a cuestiones formales y de género. Yo siempre me pregunté por qué no había escrito ni un diario ni un ensayo. Entonces me senté a escribir un diario, pero de inmediato comprobé para mí caso el fracaso del registro de lo privado. Yo me puse a escribir un diario no como un registro de lo que me pasó sino como registro de lo que me estaba pasando. Y de inmediato deriva hacia otros lados: por un lado ciertos rasgos ensayísticos autobiográficos (qué clase de escritor soy, cómo funcionan mis textos), lo que rápidamente se tiñe de ficción, porque aprovechando mi estado de perturbación personal potencio un personaje exasperado, malhumorado. El diario resultó un género completamente impuro dentro del marco de una ficción más amplia. Y por otro lado hay un plano de cierta inmediatez.
¿En qué sentido?
Yo hace cinco años que estoy escribiendo un libro, El absoluto, que narra la historia de una familia de artistas geniales en Europa entre el 1700 y mediados del 1900. Y escribir un libro durante años, aunque siempre me desvíe a otros libros, no deja de plantear sistemáticamente la pregunta ¿no sería mejor abandonar este libro?, no estaré perdiendo ganas? Porque las ganas no son constantes, no hay Viagra para la literatura. Entonces me pregunto si no estaré escribiendo un libro cuando ya me he convertido en otro escritor, la ilusión de ser siempre otro, ¿no?, como escritor. Que convive por otro lado con el anhelo de escribir una novela como si fuera una unidad espiritual única. Por eso Derrumbe me hubiera gustado escribirla en quince días, no en dos meses. Quería que fuera un texto claramente emocional. Es un diario, pero un diario de escritor, no de la vida de una persona; un diario de las cosas que me permitían escribir. En fin, el libro se llama Derrumbe, no autoconfesión. Reivindico el carácter ficcional de cualquier cosa que toque un escritor. Porque la autobiografía es un género literario como cualquier otro. Y el recorte del padecimiento tiene estructura de relato. Entonces, cualquier cosa será desviada.
¿Entonces no cree que pueda haber tal cosa como un “giro autobiográfico” general más allá del género propiamente autobiográfico?
Suponiendo que algo de la literatura es siempre pura autobiografía, en todo caso lo netamente autobiográfico en mi literatura es sólo un momento. Hay otros autores que trabajan eso en forma absoluta, como el caso de Alan Pauls, la literatura ya no como máquina de ficción narrativa en el sentido convencional, como podrían pensarla Bioy o Borges, sino que lo trabaja en una zona más informe y más ligada al estilo. Los que ahora se ven como los popes de la literatura autobiográfica, Bizzio, no es un escritor autobiográfico, como tampoco lo soy yo. Alan sí. Me parece que Derrumbe, si bien puede formar parte puntual de cierta emergencia de una literatura autobiográfica... A dos días de que terminé de escribirla hablé con Bizzio y él justo había terminado Era el cielo en esos días [NdelaR: también narra la crisis post-separación]. Pero este libro forma parte de mi plan estético, y lo lleva escrito como en ningún otro: escribir todos los libros, trabajar todos los géneros, como una apuesta absurda -pero legítima desde el punto de vista literario- de reconfigurarme, reencarnarme y ser en el fondo inmortal. Contra lo que escribió Quintín en su blog, no creo pagar ninguna libra de mi carne para ser reconocido. No he escrito nada para impresionar al lector sino sólo para seguir alimentando mi deseo de escribir. Es un libro escrito contra la pomposidad del narrador, anti cortazariano.
¿El narrador-protagonista expone sus miserias como una forma de descarga?
El personaje es casi una ilustración cómica de las ilusiones desatinadas de un escritor respecto de la importancia de su obra. Es una extensión ilícita de su subjetividad proyectada sobre el mundo. Aunque por otra parte el hecho de que el mundo no considere un valor extraordinario los libros de los escritores permite que los escritores que están desafiando al mundo sigan escribiendo.
Retomando el tema de la tendencia autobiográfica, ¿cree que las generaciones literarias pueden depender menos de la edad de los autores que del momento de creación de los libros?
Claro, yo no soy un escritor joven, ¿pero mi literatura no es joven? A mí me pasa que tengo impulso de mostrar lo que hago a escritores jóvenes, a ver qué piensan ellos. A los de Perfil [NdelaR: donde Guebel es editor de Espectáculos], que hay varios. Y es una constatación como de mercado, ellos no me habían leído, y constato que ingreso en el programa de lectura de las jóvenes generaciones. Digo, mi libro anterior, Carrera y Fracassi, pasó completamente inadvertido por todo el mundo salvo por las personas a quienes se lo regalé. Hay reacomodamientos de las zonas de lectura, y estoy más a la moda que hace dos años. Por otra parte, es un libro que muestra lo permeable que soy a la modernidad. A géneros relacionados con la confesión y la exposición, cuya existencia me entero lateralmente, sé que están (en la tele, el teatro, internet) pero no las consumo y aún así se sobredeterminan con ciertas zonas de mi escritura. Ahora, escribir para el mercado no, ojalá pudiera. Durante mucho tiempo soñé con montar una fábrica de best-sellers, se lo propuse a editores, pero no puedo hacerlo.
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