"Yo escribo libros, no mercancías"
DATA BASE
Es el novelista argentino vivo que más vende. Nacido en 1963, se recibió de psicoanalista y atendía pacientes mientras escribía, aún inédito, hasta que comenzó a ganar concursos literarios. El más resonante fue el de la Fundación Fortabat, en 1996, con El anatomista: aunque cobró los 15 mil pesos, Amalita suspendió el acto de entrega por considerar que el libro (relata la historia de un “descubridor del clítoris” medieval) “no contribuye a exaltar los valores más elevados del espíritu humano”, tal como publicó en solicitadas en los principales matutinos del país. Finalmente El anatomista salió por Planeta -en cuyo premio había resultado finalista-, fue traducido a más de treinta idiomas y vendió millones de copias. Desde entonces Andahazi publicó seis novelas masivamente compradas; con la última, El conquistador, ganó el premio de la editorial que hoy lo publica, al que se presentó bajo seudónimo.
Se hizo masivo envuelto en un escándalo que tenía en su centro al clítoris y hoy publica una Historia sexual de los argentinos. Distribuido por Planeta, Pecar como Dios manda continúa la vocación historicista de Andahazi y las críticas a la Iglesia que desplegó por ejemplo en La ciudad de los herejes, pero llamativamente cambia de género: el narrador best seller ofrece ahora un libro de investigación, “lo que para un novelista, es decir un mentiroso profesional, significa un cambio de registro en relación con la verdad”. El libro aborda las costumbres sexuales ejercidas en la tierra hoy argentina desde las poblaciones precolombinas hasta la Revolución de mayo; se completará con dos tomos futuros.
¿Cómo serán los próximos tomos?
De la revolución de mayo al golpe de Uriburu, y de la década del treinta a nuestros días. La contemporaneidad siempre presenta dificultades, puede llegar a haber problemas legales. Perón va a tener un lugar muy destacado. También Fortabat: cómo la sexualidad se mezcla con los negocios, cómo a partir de ciertas prácticas se puede gestionar un imperio económico. No quiero adelantarme mucho... Y por supuesto todo lo que significó el menemismo, los vínculos sexuales entre el poder y otras esferas. A mí me gustaría que los políticos actuales tuvieran la honestidad respecto del sexo que tenían otrora. Por ejemplo, hay una carta de puño y letra de Sarmiento en la que le cuenta a un amigo que había estado en casa de Mariquita Sánchez de Thompson y en un momento tuvo que pararse a mirar los cuadros porque se había calentado con la mina y no podía disimular la erección. Le dice: “vos no sabés hermano las ganas que tenía de violarla contra la pared”, de puño y letra. Y entre los gastos que declara en sus viajes, entre los ítems “traslados”, “comidas” y demás, hay uno, también de su puño y letra, que es “orgías”. Esto habla de otra forma de pensar la cosa pública.
¿Usted buscó que Pecar... fuera un libro provocativo, incomodador?
Yo lo escribí porque estaba trabajando en una novela negra situada en la Buenos Aires colonial y me encontré con una llamativa ausencia de documentos sobre la actividad prostibularia. Había un vacío sospechoso respecto de la historia sexual de los argentinos, nadie la había contado. Si este libro no estaba escrito hasta ahora es por alguna razón, y si no lo escribía yo lo haría otro. Va a incomodar, porque la condición de la sexualidad es que incomoda. La propia historia de una nación surge de una constelación de relaciones sexuales; la forma en que se repartió este país en pocas manos fue a través de una endogamia oligarca, una política sexual que fue política de Estado. No se puede entender la historia de un país sin entender su historia sexual.
¿Ese “vacío sospechoso” se correspondió a la hora de investigar con falta de fuentes?
De toda la etapa precolombina hay mucho material porque los españoles se dedicaron a describir las costumbres sexuales de las poblaciones originarias con mucha minucia; claro que con el velo de su moral judeocristiana. Ninguna institución se ocupó tanto de la sexualidad como la Iglesia, con tanto detalle. Dijo siempre qué se podía hacer y qué no, por dónde se podía y por dónde no. Porque ese discurso clerical, al pretender instalarse como una moral total, podía hablar sobre todo sin callarse. Yo creo que si la Iglesia compartiera todo aquel saber que acumuló en los monasterios y conventos, podría escribir el mayor tratado de sexología de la historia. La Iglesia enseñó escrupulosamente a pecar como Dios manda. Después, de la época colonial hay menos fuentes, se fue consolidando una moral hipócrita que ocultaba el sexo.
¿Y cómo trabajó?
Cuando no se puede apelar a la bibliografía hay que apelar a la arqueología. Buscando en la basura, el arqueólogo Daniel Schavelzon encontró unos preciosos consoladores de madera, de la tradicional familia Cobo Lavalle. Lo mismo en la época de la Revolución: pareciera ser que en todo proceso revolucionario cuando se persigue un ideal de orden social con libertades políticas, siempre hay un retroceso en el orden de las libertades sexuales. Pasó en la URSS, en Cuba, y en la revolución de Mayo. Parece que la disposición a la lucha armada hace que las pulsiones sexuales se reencaucen por otro lado.
¿Cuál cree que es el lugar de un libro así en nuestros días, cuando el sexo más que reprimido está declarado en todas partes y cualquier producto se publicita con una mujer semi desnuda?
Me parece que allí también funciona un doble discurso. Porque si la sexualidad fuese un ejercicio transparente al cual nos acercáramos con absoluta naturalidad, tampoco ocuparía ese lugar. Yo tuve el privilegio de conocer países que nunca había pensado conocería. Y me impresionó muchísimo cómo es la vida, por ejemplo, en los escandinavos. Una vez participé de un congreso en un pueblo bien al norte de Finlandia. Eramos cientos de escritores. A la mañana y a la tarde se hacían las ponencias, y a la nochecita íbamos en rebaño al sauna. Yo estaba siguiendo una polémica desatada más temprano, discutía bastante acaloradamente con una autora francesa, y en un momento me dije “acá hay algo raro, qué pasa acá”, y descubrí que estábamos todos en pelotas. Un grupo de escritores hablando de literatura en pelotas, y a nadie le sorprendía. Entonces allá no sé si podría venderse una gaseosa con una foto de una mina desnuda. Creo que nosotros seguimos siendo una sociedad hipócrita, prejuiciosa, homofóbica, bastante retrasada. Hoy se difunde la sexualidad como una suerte de producto, finalmente. Sexualidad a la venta; es una idea bastante mercantilista del cuerpo.
¿Espera que este libro forme parte de la masificación de la divulgación historiográfica?
Yo noto que efectivamente existe actualmente una gran curiosidad por la historia, por la sexualidad, y por la identidad argentina. Los argentinos hace tiempo estamos preguntándonos por nuestra identidad, lo cual pone de manifiesto que somos un pueblo joven.
Preguntaba porque para usted como autor es un paso de novelas best sellers a otro rubro best seller.
Yo no sé pensar como editor. Hay que olvidarse de los cálculos editoriales. Yo era un escritor inédito que comenzó a presentarse a concursos de cuentos y para mi sorpresa gané todos. Después gané el premio Fortabat y me enteré de que iba a ganar el Planeta, siendo nadie. Entonces quiero mantener ese lugar subjetivo del autor inédito que fui. Por eso nunca voy a firmar un contrato anticipado, ni acepto tomar cafés con editores. Si un libro tiene que convertirse en una mercancía, que lo haga después de que yo lo escribí; yo no escribo mercancías, yo escribo libros. Hay cuestiones que en otros campos son discusiones terminadas pero por alguna razón en literatura siguen apareciendo los prejuicios de que si vende mucho es malo y si vende poco es bueno; sabemos que nunca fue así, que esas fórmulas fáciles no funcionan. Este libro está escrito con una prosa que tiene que ver con la narrativa. Yo tengo muy presente al lector a la hora de escribir. No hay que aburrirlo. Yo de aquellos escritores que dicen no escribir para el mercado me pregunto para quién publican Me pregunto también si renuncian a sus regalías; no creo: creo que no renuncian al mercado sino al lector. Por supuesto que un libro ni bien lo terminaste de escribir deja de ser una obra y pasa a ser una mercancía, esto lo sabemos, es la mecánica del capitalismo. Ahora bien, si uno renuncia al lector, renuncia por completo a la literatura.
¿Se imagina qué otros libros lee un lector de Pecar...?
Este libro seguramente será leído por mis lectores fieles, pero también espero nuevos lectores que son lectores de ensayo. No estoy seguro de qué leerán, pero sí de qué no leen: seguro que no leen ni a [Jorge] Bucay ni a [Paulo] Coelho [Nota del autor: en el sitio de librerías Jenny los compradores de El Anatomista también lo son de El Zahir, de Cohelo] . Por la sencilla razón de que mis libros en algunos países se venden en forma más o menos masiva, hay quienes, sin haberme leído, tienden a compararme con Coelho.
¿Después de haber publicado libros de tanto éxito, va reconociendo qué cosas hacen a la circulación masiva de un libro?
No, la verdad que no. Es muy difícil de reconocer, calcular o predecir. Hay libros míos que han funcionado muy bien en algunos países y mal en otros. Creo que si alguien se propone escribir un best seller va a fracasar. Yo puedo entender por qué vende el Código da Vinci, a mí no me gusta pero puedo entenderlo...
¿Y por qué cree que funciona?
Y, esta vulgata de la historia, esta cuestión policial, esta cuestión de que hay como una suerte de escritos ocultos; uno puede entender por dónde pasa. Pero con Coelho yo te juro que no entiendo, pero no entiendo. Me quise tomar el laburo de leer algunas cosas de Coelho y realmente es incomprensible que eso funcione. Es incomprensible. Por eso, ya ves que no hay fórmulas. No emito juicios, pero sencillamente no entiendo qué encuentra la gente en Coelho.
¿Y escritores argentinos vivos, algunos lo entusiasman?
Tenemos muy buenos autores. Por primera vez se está regenerando algo del tejido que había desaparecido con la dictadura. Aunque noto un panorama bastante insular, no hay un grupo de escritores discutiendo cuestiones relativas a la literatura, a la política. Hay un fuerte signo de la firma, del individuo, por sobre la generación o el grupo. No hay nada que nuclee escritores. Yo soy muy lector de Jorge Consiglio; [Pablo] De Santis es un buen autor; uno podría mencionar a [Leopoldo] Brizuela; tantísimos otros. Creo que es una generación, a diferencia de lo que sucedió en otros momentos, caracterizada por la heterogeneidad. No hay un movimiento sino que cada escritor es un movimiento en sí. Yo confío que poco a poco se vaya consolidando esta cadena.
¿Y a usted le interesa ser leído por los pares?
A mí me leen mis pares.
Sí, ¿pero es algo que le interesa cuánto, cómo?
Yo me siento muy reconocido. Provengo de los premios literarios, me premiaron mis colegas, Liliana Hecker, Juan José Manauta, Héctor Tizón, Luisa Valenzuela, Tomás Eloy Martínez, Juan Forn. Podría mencionarte cuarenta o cincuenta escritores que me han reconocido premiándome. Claro que también hay algunos que no están dispuestos a tolerar que a alguien le vaya bien, eso es muy notorio. Yo en cambio me alegro mucho cuando le va bien a un escritor argentino, porque me gustaría que nuestra literatura vuelva a ocupar el lugar de peso que tuvo en el pasado.
¿En qué sentido es muy notorio? ¿Usted se siente criticado?
No, a mí la crítica me ha tratado mucho mejor de lo que merezco. Lo que siento concretamente es que así como cuando yo era inédito muchos colegas me palmeaban la espalda dándome ánimos, ahora, digamos, muchos me siguen golpeando la espalda pero mucho más fuerte. En otras áreas hay menos prejuicios, en música, en cine, mientras que en literatura, yo mismo reconozco que guardo prejuicios. Los tenía, por ejemplo, con Stephen King; se me fueron leyéndolo. Lo que el tipo hace en Misery, por caso, plasma tan bien los fantasmas de un autor... Me ha pasado vivir una historia semejante. Yo había terminado de escribir Las piadosas, que cuenta las historia de unas trillizas. Y en un momento, tal como pasa en el libro, todos los días aparecía en el parabrisas de mi auto una flor. Hasta que un día salía con mi hermano de La Academia, en Callao y Corrientes, y cuando estaba por entrar al auto apareció una mina que se me vino encima a golpearme y me tiró agua caliente. Me reclamaba que cómo me había atrevido a escribir su vida con sus hermanas. Eso es lo que relata Misery: la identificación con el autor de algo que el autor ignora. Cuando el delirio de alguien empalma con lo que el libro cuenta. Después me enteré de que mi vida había estado en peligro, la mina estaba realmente pirada.
¿Los peligros de ser un hombre famoso?
Los peligros de contar historias. Yo pasé de ser inédito a ser masivo. Cuando salió El anatomista, me tomaba el subte para ir de mi consultorio a mi casa. Y un día como todos los días me lo tomo y había sentada una señora leyéndolo. Entré en pánico, ¿qué estará entendiendo esta mujer?, me pregunté. Me pasé de vagón. Pero allí había dos personas leyendo el libro, entonces me volví a pasar a otro y resultó que en ese había tres leyéndolo. Ahí me di cuenta lo que es que algo se convierta en masivo. ¿Qué estará entendiendo cada uno? Jamás puede saberse. Alguno en algún momento te puede llegar a vaciar una jarra de agua caliente en la cabeza.
La historia sexual de los argentinos, ¿Cree que da para una investigación más exhaustiva?
Cuando uno hace un trabajo de investigación se propone eso, que otro retome lo que hizo para ir más allá. Esa generosidad creo que se perdió. Freud todo el tiempo decía cosas como: “espero que esta modesta investigación sirva en el futuro para que alguien siga...”. Freud. Hoy por hoy hay una suerte de afán por escribir la obra final. No se puede pensar así en el terreno intelectual, hay que intentar sembrar una pequeña semilla para que otros la trabajen con mayor exhaustividad. Yo me propuse escribir una obra inaugural.
Es el novelista argentino vivo que más vende. Nacido en 1963, se recibió de psicoanalista y atendía pacientes mientras escribía, aún inédito, hasta que comenzó a ganar concursos literarios. El más resonante fue el de la Fundación Fortabat, en 1996, con El anatomista: aunque cobró los 15 mil pesos, Amalita suspendió el acto de entrega por considerar que el libro (relata la historia de un “descubridor del clítoris” medieval) “no contribuye a exaltar los valores más elevados del espíritu humano”, tal como publicó en solicitadas en los principales matutinos del país. Finalmente El anatomista salió por Planeta -en cuyo premio había resultado finalista-, fue traducido a más de treinta idiomas y vendió millones de copias. Desde entonces Andahazi publicó seis novelas masivamente compradas; con la última, El conquistador, ganó el premio de la editorial que hoy lo publica, al que se presentó bajo seudónimo.
Se hizo masivo envuelto en un escándalo que tenía en su centro al clítoris y hoy publica una Historia sexual de los argentinos. Distribuido por Planeta, Pecar como Dios manda continúa la vocación historicista de Andahazi y las críticas a la Iglesia que desplegó por ejemplo en La ciudad de los herejes, pero llamativamente cambia de género: el narrador best seller ofrece ahora un libro de investigación, “lo que para un novelista, es decir un mentiroso profesional, significa un cambio de registro en relación con la verdad”. El libro aborda las costumbres sexuales ejercidas en la tierra hoy argentina desde las poblaciones precolombinas hasta la Revolución de mayo; se completará con dos tomos futuros.
¿Cómo serán los próximos tomos?
De la revolución de mayo al golpe de Uriburu, y de la década del treinta a nuestros días. La contemporaneidad siempre presenta dificultades, puede llegar a haber problemas legales. Perón va a tener un lugar muy destacado. También Fortabat: cómo la sexualidad se mezcla con los negocios, cómo a partir de ciertas prácticas se puede gestionar un imperio económico. No quiero adelantarme mucho... Y por supuesto todo lo que significó el menemismo, los vínculos sexuales entre el poder y otras esferas. A mí me gustaría que los políticos actuales tuvieran la honestidad respecto del sexo que tenían otrora. Por ejemplo, hay una carta de puño y letra de Sarmiento en la que le cuenta a un amigo que había estado en casa de Mariquita Sánchez de Thompson y en un momento tuvo que pararse a mirar los cuadros porque se había calentado con la mina y no podía disimular la erección. Le dice: “vos no sabés hermano las ganas que tenía de violarla contra la pared”, de puño y letra. Y entre los gastos que declara en sus viajes, entre los ítems “traslados”, “comidas” y demás, hay uno, también de su puño y letra, que es “orgías”. Esto habla de otra forma de pensar la cosa pública.
¿Usted buscó que Pecar... fuera un libro provocativo, incomodador?
Yo lo escribí porque estaba trabajando en una novela negra situada en la Buenos Aires colonial y me encontré con una llamativa ausencia de documentos sobre la actividad prostibularia. Había un vacío sospechoso respecto de la historia sexual de los argentinos, nadie la había contado. Si este libro no estaba escrito hasta ahora es por alguna razón, y si no lo escribía yo lo haría otro. Va a incomodar, porque la condición de la sexualidad es que incomoda. La propia historia de una nación surge de una constelación de relaciones sexuales; la forma en que se repartió este país en pocas manos fue a través de una endogamia oligarca, una política sexual que fue política de Estado. No se puede entender la historia de un país sin entender su historia sexual.
¿Ese “vacío sospechoso” se correspondió a la hora de investigar con falta de fuentes?
De toda la etapa precolombina hay mucho material porque los españoles se dedicaron a describir las costumbres sexuales de las poblaciones originarias con mucha minucia; claro que con el velo de su moral judeocristiana. Ninguna institución se ocupó tanto de la sexualidad como la Iglesia, con tanto detalle. Dijo siempre qué se podía hacer y qué no, por dónde se podía y por dónde no. Porque ese discurso clerical, al pretender instalarse como una moral total, podía hablar sobre todo sin callarse. Yo creo que si la Iglesia compartiera todo aquel saber que acumuló en los monasterios y conventos, podría escribir el mayor tratado de sexología de la historia. La Iglesia enseñó escrupulosamente a pecar como Dios manda. Después, de la época colonial hay menos fuentes, se fue consolidando una moral hipócrita que ocultaba el sexo.
¿Y cómo trabajó?
Cuando no se puede apelar a la bibliografía hay que apelar a la arqueología. Buscando en la basura, el arqueólogo Daniel Schavelzon encontró unos preciosos consoladores de madera, de la tradicional familia Cobo Lavalle. Lo mismo en la época de la Revolución: pareciera ser que en todo proceso revolucionario cuando se persigue un ideal de orden social con libertades políticas, siempre hay un retroceso en el orden de las libertades sexuales. Pasó en la URSS, en Cuba, y en la revolución de Mayo. Parece que la disposición a la lucha armada hace que las pulsiones sexuales se reencaucen por otro lado.
¿Cuál cree que es el lugar de un libro así en nuestros días, cuando el sexo más que reprimido está declarado en todas partes y cualquier producto se publicita con una mujer semi desnuda?
Me parece que allí también funciona un doble discurso. Porque si la sexualidad fuese un ejercicio transparente al cual nos acercáramos con absoluta naturalidad, tampoco ocuparía ese lugar. Yo tuve el privilegio de conocer países que nunca había pensado conocería. Y me impresionó muchísimo cómo es la vida, por ejemplo, en los escandinavos. Una vez participé de un congreso en un pueblo bien al norte de Finlandia. Eramos cientos de escritores. A la mañana y a la tarde se hacían las ponencias, y a la nochecita íbamos en rebaño al sauna. Yo estaba siguiendo una polémica desatada más temprano, discutía bastante acaloradamente con una autora francesa, y en un momento me dije “acá hay algo raro, qué pasa acá”, y descubrí que estábamos todos en pelotas. Un grupo de escritores hablando de literatura en pelotas, y a nadie le sorprendía. Entonces allá no sé si podría venderse una gaseosa con una foto de una mina desnuda. Creo que nosotros seguimos siendo una sociedad hipócrita, prejuiciosa, homofóbica, bastante retrasada. Hoy se difunde la sexualidad como una suerte de producto, finalmente. Sexualidad a la venta; es una idea bastante mercantilista del cuerpo.
¿Espera que este libro forme parte de la masificación de la divulgación historiográfica?
Yo noto que efectivamente existe actualmente una gran curiosidad por la historia, por la sexualidad, y por la identidad argentina. Los argentinos hace tiempo estamos preguntándonos por nuestra identidad, lo cual pone de manifiesto que somos un pueblo joven.
Preguntaba porque para usted como autor es un paso de novelas best sellers a otro rubro best seller.
Yo no sé pensar como editor. Hay que olvidarse de los cálculos editoriales. Yo era un escritor inédito que comenzó a presentarse a concursos de cuentos y para mi sorpresa gané todos. Después gané el premio Fortabat y me enteré de que iba a ganar el Planeta, siendo nadie. Entonces quiero mantener ese lugar subjetivo del autor inédito que fui. Por eso nunca voy a firmar un contrato anticipado, ni acepto tomar cafés con editores. Si un libro tiene que convertirse en una mercancía, que lo haga después de que yo lo escribí; yo no escribo mercancías, yo escribo libros. Hay cuestiones que en otros campos son discusiones terminadas pero por alguna razón en literatura siguen apareciendo los prejuicios de que si vende mucho es malo y si vende poco es bueno; sabemos que nunca fue así, que esas fórmulas fáciles no funcionan. Este libro está escrito con una prosa que tiene que ver con la narrativa. Yo tengo muy presente al lector a la hora de escribir. No hay que aburrirlo. Yo de aquellos escritores que dicen no escribir para el mercado me pregunto para quién publican Me pregunto también si renuncian a sus regalías; no creo: creo que no renuncian al mercado sino al lector. Por supuesto que un libro ni bien lo terminaste de escribir deja de ser una obra y pasa a ser una mercancía, esto lo sabemos, es la mecánica del capitalismo. Ahora bien, si uno renuncia al lector, renuncia por completo a la literatura.
¿Se imagina qué otros libros lee un lector de Pecar...?
Este libro seguramente será leído por mis lectores fieles, pero también espero nuevos lectores que son lectores de ensayo. No estoy seguro de qué leerán, pero sí de qué no leen: seguro que no leen ni a [Jorge] Bucay ni a [Paulo] Coelho [Nota del autor: en el sitio de librerías Jenny los compradores de El Anatomista también lo son de El Zahir, de Cohelo] . Por la sencilla razón de que mis libros en algunos países se venden en forma más o menos masiva, hay quienes, sin haberme leído, tienden a compararme con Coelho.
¿Después de haber publicado libros de tanto éxito, va reconociendo qué cosas hacen a la circulación masiva de un libro?
No, la verdad que no. Es muy difícil de reconocer, calcular o predecir. Hay libros míos que han funcionado muy bien en algunos países y mal en otros. Creo que si alguien se propone escribir un best seller va a fracasar. Yo puedo entender por qué vende el Código da Vinci, a mí no me gusta pero puedo entenderlo...
¿Y por qué cree que funciona?
Y, esta vulgata de la historia, esta cuestión policial, esta cuestión de que hay como una suerte de escritos ocultos; uno puede entender por dónde pasa. Pero con Coelho yo te juro que no entiendo, pero no entiendo. Me quise tomar el laburo de leer algunas cosas de Coelho y realmente es incomprensible que eso funcione. Es incomprensible. Por eso, ya ves que no hay fórmulas. No emito juicios, pero sencillamente no entiendo qué encuentra la gente en Coelho.
¿Y escritores argentinos vivos, algunos lo entusiasman?
Tenemos muy buenos autores. Por primera vez se está regenerando algo del tejido que había desaparecido con la dictadura. Aunque noto un panorama bastante insular, no hay un grupo de escritores discutiendo cuestiones relativas a la literatura, a la política. Hay un fuerte signo de la firma, del individuo, por sobre la generación o el grupo. No hay nada que nuclee escritores. Yo soy muy lector de Jorge Consiglio; [Pablo] De Santis es un buen autor; uno podría mencionar a [Leopoldo] Brizuela; tantísimos otros. Creo que es una generación, a diferencia de lo que sucedió en otros momentos, caracterizada por la heterogeneidad. No hay un movimiento sino que cada escritor es un movimiento en sí. Yo confío que poco a poco se vaya consolidando esta cadena.
¿Y a usted le interesa ser leído por los pares?
A mí me leen mis pares.
Sí, ¿pero es algo que le interesa cuánto, cómo?
Yo me siento muy reconocido. Provengo de los premios literarios, me premiaron mis colegas, Liliana Hecker, Juan José Manauta, Héctor Tizón, Luisa Valenzuela, Tomás Eloy Martínez, Juan Forn. Podría mencionarte cuarenta o cincuenta escritores que me han reconocido premiándome. Claro que también hay algunos que no están dispuestos a tolerar que a alguien le vaya bien, eso es muy notorio. Yo en cambio me alegro mucho cuando le va bien a un escritor argentino, porque me gustaría que nuestra literatura vuelva a ocupar el lugar de peso que tuvo en el pasado.
¿En qué sentido es muy notorio? ¿Usted se siente criticado?
No, a mí la crítica me ha tratado mucho mejor de lo que merezco. Lo que siento concretamente es que así como cuando yo era inédito muchos colegas me palmeaban la espalda dándome ánimos, ahora, digamos, muchos me siguen golpeando la espalda pero mucho más fuerte. En otras áreas hay menos prejuicios, en música, en cine, mientras que en literatura, yo mismo reconozco que guardo prejuicios. Los tenía, por ejemplo, con Stephen King; se me fueron leyéndolo. Lo que el tipo hace en Misery, por caso, plasma tan bien los fantasmas de un autor... Me ha pasado vivir una historia semejante. Yo había terminado de escribir Las piadosas, que cuenta las historia de unas trillizas. Y en un momento, tal como pasa en el libro, todos los días aparecía en el parabrisas de mi auto una flor. Hasta que un día salía con mi hermano de La Academia, en Callao y Corrientes, y cuando estaba por entrar al auto apareció una mina que se me vino encima a golpearme y me tiró agua caliente. Me reclamaba que cómo me había atrevido a escribir su vida con sus hermanas. Eso es lo que relata Misery: la identificación con el autor de algo que el autor ignora. Cuando el delirio de alguien empalma con lo que el libro cuenta. Después me enteré de que mi vida había estado en peligro, la mina estaba realmente pirada.
¿Los peligros de ser un hombre famoso?
Los peligros de contar historias. Yo pasé de ser inédito a ser masivo. Cuando salió El anatomista, me tomaba el subte para ir de mi consultorio a mi casa. Y un día como todos los días me lo tomo y había sentada una señora leyéndolo. Entré en pánico, ¿qué estará entendiendo esta mujer?, me pregunté. Me pasé de vagón. Pero allí había dos personas leyendo el libro, entonces me volví a pasar a otro y resultó que en ese había tres leyéndolo. Ahí me di cuenta lo que es que algo se convierta en masivo. ¿Qué estará entendiendo cada uno? Jamás puede saberse. Alguno en algún momento te puede llegar a vaciar una jarra de agua caliente en la cabeza.
La historia sexual de los argentinos, ¿Cree que da para una investigación más exhaustiva?
Cuando uno hace un trabajo de investigación se propone eso, que otro retome lo que hizo para ir más allá. Esa generosidad creo que se perdió. Freud todo el tiempo decía cosas como: “espero que esta modesta investigación sirva en el futuro para que alguien siga...”. Freud. Hoy por hoy hay una suerte de afán por escribir la obra final. No se puede pensar así en el terreno intelectual, hay que intentar sembrar una pequeña semilla para que otros la trabajen con mayor exhaustividad. Yo me propuse escribir una obra inaugural.
Por Agustín J Valle
Publicado en Debate, Marzo 2008
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