Paula Sibilia, antropóloga
“En esta sociedad, se es o post humano o sub humano”
Por Agustín Valle
“En esta sociedad, se es o post humano o sub humano”
Por Agustín Valle
“Lo grande del hombre es que es un puente y no una meta”, decía Zarathustra. Hoy se aprecia cotidianamente lo fabulosa que es la potencia de los hombres en la creación de prácticas que los llevan más allá de sí, paradigmas de funcionamiento “post humanos” donde lo orgánico del cuerpo queda obsoleto y sólo vale en tanto y en cuanto tiene capacidad de engancharse al “tecnocosmos digital”.
¿Cómo se explica, en el gran mosaico de la historia, el primer transplante de cara? ¿Puede el bicho humano perder la forma humana? ¿Y qué relación tiene este desarrollo técnico de lo orgánico con los mecanismos de poder actuales?
La técnica, en principio una herramienta para relacionarse con el medio, ha adquirido una posición dominante. Eficaz y prepotente, sería el paradigma desde el que se diseña todo lo humano: he allí la genética como recodificación informacional de la esencia humana.
Como las transformaciones inducidas por la tecnología y su correlato científico no han alcanzado aún toda su magnitud, sino que su dinamismo es galopante, investigar qué formas de humanidad forjan es una tarea política.
Justamente a una “reflexión crítica sobre las bases filosóficas de la tecnociencia actual” apunta El hombre post orgánico, que la antropóloga argentina Paula Sibilia en Brasil (donde la Folha de Sao Paulo lo eligió como uno de los mejores seis libros de 2005).
¿Cómo caracterizaría la ciencia y técnicas actuales a diferencia de las del paradigma positivista?
En el saber moderno, el énfasis estaba en la ciencia como conocimiento puro. Era una voluntad de descubrir la verdad de las cosas. Ahora, no se busca encontrar la verdad más que como medio para producir efectos, controlar los fenómenos, y la técnica ya no es un complemento de la ciencia sino el fundamento. Es lo que llamo la vocación fáustica, el impulso de controlar lo aleatorio, de poder infinito sobre las cosas, de resolución del misterio mismo de la vida y la muerte.
En el libro plantea que esa vocación inaugura un nuevo tipo de totalitarismo, término en desuso y aparentemente caduco en los últimos años. ¿Cómo sería la totalidad resultante?
Lo que tiene la tecnociencia es un ansia de totalidad, de controlar todos los términos de la vida, incluso la muerte. Por otro lado, los mecanismos contemporáneos de control se depuran, se pulen, y como micromecanismos de poder buscan que nada quede fuera de su dominio. Las paredes de las instituciones se derrumban, pero su poder, en vez de derrumbarse también, se libera y extiende hacia fuera. Todo el mundo es como una gran empresa, y se controla sin la necesidad de confinar, de encerrar. En ese contexto se forja al hombre postorgánico.
¿Cómo se articularía con esa totalidad la evidencia de las millones de personas excluidas?
Todo bajo control significa todo lo que interesa controlar. Estrictamente, lo excluido no está fuera de control sino fuera de interés, out of target. Lo que sucede es que eso choca con la paranoia de la seguridad. Los excluidos no interesan, pero son peligrosos: pueden invadir el mundo de los incluidos. Pero con ese peligro se alimenta una nueva industria y unos nuevos servicios, la proliferación de dispositivos de seguridad: alarmas, guardias, sensores, rastreadores, medicamentos para el pánico.
¿O sea que el mercado les da a sus excluidos una dimensión de presencia en función del circuito de consumo?
Claro, tienen lugar como estimulantes externos del circuito de producción de seguridad, y en ese sentido son productivos para el capital.
La exclusión e inclusión del circuito de consumo tecnodigital, ¿forjan distintos tipos de cuerpos?
Completamente. Por no ser target del upgrade tecnocientífico (la actualización constante de técnicas y conexiones), los marginados cada vez son menos post orgánicos. En esta sociedad, los que no pueden transformarse en post humanos corren el riesgo de transformarse en sub humanos. Y a veces son excesivamente orgánicos, en el sentido de que la falta radical de confort y sistemas de salud les hace padecer su propia organicidad
¿Cuáles son los criterios que definen las “propuestas de diseño de la especie humana” que señala en el libro?
Básicamente, los valores mercadológicos. El riesgo de todo proyecto eugenésico es que algunos rasgos serán potencializados y otros condenados a desaparición. La vejez, la gordura, la baja estatura, por poner los ejemplos más extendidos, comienzan a ser considerados errores en el diseño físico, pero esa consideración sólo es posible por la chance real de diseñar a gusto el cuerpo, ideal tornado posible desde el proyecto genoma.
En Estados Unidos, por ejemplo, un laboratorio y una empresa tecnológica desarrollaron una droga para niños con enanismo, basada en una hormona de crecimiento. Por su gran inversión, recibieron el goce de monopolio por diez años. Fue un boom de ventas, y vieron que también la usaban chicos simplemente petisos, sin enanismo, o deportistas, para aumentar su musculatura. Entonces hicieron una campaña, con los médicos y las instituciones de salud, para redefinir la baja estatura como una enfermedad, la patologizaron y se definió como algo “no normal”. Eso es promocionar el diseño tecnocientífico del cuerpo.
¿Podría anidar allí un nuevo mecanismo de serialización, distinto por un lado de paradigma fabril y por otro de la promoción publicitaria de la pluralidad?
Es que allí hay una paradoja: el mercado estimula a ser distinto porque deglute todas las diferencias. Es decir, la singularidad está completamente codificada: singular hacia adentro del mercado.
Si lo esencial del hombre es la información que lo diseña, ¿qué le pasa a la perspectiva emocional?
Hay experimentos que intentan digitalizar las emociones. En el libro cito el trabajo de un investigador inglés que, dicho básicamente, conecta el sistema nervioso a una computadora y graba las emociones como señales eléctricas, las digitaliza como tipo de información, y luego las reenvía al sistema nervioso de la persona, para ver si vuelve a sentir la emoción. También lo hacen cruzadamente: graban la digitalización de mi miedo y te lo inyectan a vos. Más allá de los resultados que puedan tener, el punto es que es pensable hacerlo, se lo intenta, es patrón de funcionamiento que sueña con todo el sistema nervioso traducido como software a un lenguaje binario.
El libro plantea, por un lado, que la tecnociencia y su promoción de la actualización es “tirana”, y por otro que los usuarios “auogestionan” lo que compran para rediseñarse, ¿cómo se explica esa doble faceta en apariencia contradictoria?
Podríamos decir que los usuarios son suavemente intimados a hacerlo. Los dispositivos de poder están cada vez más aceitados. El totalitarismo de esta sociedad es seductor, terrible, porque convence de que es deseable, persuade a los oprimidos a rogar su opresión. Porque es un tipo de poder que produce placer, y apunta específicamente al cuerpo.
2 comments:
Mi nombre es Jorge Sgrazzutti, soy profesor de Historia en Rosario y quería preguntar si es posible contactar a Paula Sibilia, con el fin de consultarla por su investigación acerca del espectáculo, gracias.
jorge, escribime un mail, aparece direccion en mi "profile"
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