La primera novela de Eugenides (con tal
apellido, para qué usar el nombre), Las
vírgenes suicidas, de 1993, tuvo tantas resonancias que Sofia Coppola la
hizo película; la segunda, Middlesex,
de 2002, ganó el premio Pulitzer. La publicación de La trama nupcial en 2011 (recién publicada con traducción ibérica)
tenía enorme expectativa; nacido en 1960 (Detroit), Eugenides es postulado como
uno de los grandes de la literatura estadounidense y, ergo, mundial. La novela,
con más de quinientas páginas, comienza en 1982 en un campus universitario
(Brown, donde estudió el autor en esos mismos años) y repone la posibilidad de
una trama de amor clásico, trágico, victoriano, contra el imperio de la
posmodernidad, ese gran manto de sofisticado cinismo que cuenta entre sus
cadáveres al romanticismo.
Con la New Wave como background, la
protagonista, Madeleine, está licenciándose en Literatura cuando se ve presa la
pasión. Ella ama los sentimientos francos que encuentra en Jane Austen y George
Eliot, y la inundación de la semiótica posestructuralista francesa en Estados
Unidos, con Derrida al frente, la asfixia hasta que puede volver a “sentirse a
salvo en una novela del siglo XIX” donde “habría gente, a la que le pasarían
cosas en algún lugar parecido al mundo”. En el sarcasmo que Eugenides
vehiculiza a través suyo contra la moda de entonces se halla lo mejor de la
novela; Madeleine “súbitamente entiende”, por ejemplo, que “la semiótica era la
forma que había adoptado en [su profesor de seminario] la crisis de la mediana
edad”, que “en lugar de comprarse un coche deportivo, se había comprado
deconstrucción”. La trama nupcial está
regada de chistes graciosos, y escrita con una solvencia admirable.
Sin embargo, el mundillo sentimental de un
campus universitario estadounidense puede resultar colegial para un lector de
estas pampas; y las posiciones que ocupan los tres personajes principales en la
trama se basan más en lo que el narrador dice de ellos que en lo que hacen o
dicen (especialmente el varón bipolar e irresistible, Leonard, cuyos “estados
de ánimo sombríos habían constituido siempre parte de su atractivo”). Y, sobre
todo, amen de un final casi se diría regalado, la reivindicación de la
posibilidad del amor que hace Eugenides presenta una figura femenina pasiva,
sujeta a lo que hacen y deshacen los hombres y los padres; su mayor fortaleza
es llegar a que no se le note el llanto y termina siendo mucho más débil que un
personaje femenino del siglo XIX.
[RS septiembre 2013]
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