En paz descansa
Es frecuente que a la muerte de un gran
escritor siga una profusa publicación de textos inéditos encontrados en sus
archivos, de calidad inferior a la obra publicada en vida: no es el caso de
este libro póstumo de Rodolfo Enrique Fogwill (1941-2010). El autor había
dejado el original impreso al grupo de arte plástico Mondongo, que avisó a la
familia, y fueron encontradas las versiones digitales de lo que resultó un
libro preparado para publicar, con una nota introductoria (“Claro que vivo”) y
hasta dedicado a los cuatro psicoanalistas que “desordenaron” los sueños fogwillianos
de 1963 a 1981.
La práctica de anotar sueños en cuadernos fue
sostenida durante décadas por el autor de Los
Pichiciegos, pero solo en sus últimos años empezó a convertirlos en obra.
El libro tiene sueños pero también muchas reflexiones sobre esos sueños, sobre
el ejercicio de soñar, y sobre el ejercicio de reponerlos también. Sueños de
navegación y de cementerios, sueños de regreso al mundo infantil, sueños de
verse al espejo y encontrar la imagen del propio padre con una calvicie que
nunca tuvo, sueños de pipas y de erotismo amoral, sueños donde el soñador es un
langostino de rutilante desempeño universitario. No son tomados como algo
privado personal, sino como “la materia prima de la contemporaneidad”; “tal vez
los sueños sean lo social en estado puro”. Y no son “analizados” para ver la
realidad que hay detrás. No trata Fogwill a sus sueños como serviciales de una
verdad que se oculta. Sobre la práctica analítica dice: “Cuando se ha
abandonado cualquier propósito de conocimiento o de cura interesa más el goce del sueño que la producción de muestras
para las biopsias del alma o del deseo”.
La ventana de los sueños es una ventana al
mundo, claro, solo que con códigos que se nos escapan. Fogwill, novelista
certero, polemista exitoso, poeta relativamente desatendido, ofrece en estas
páginas una colección de relatos que son “obra del sueño u obra del dueño,
siempre más original que cualquier ficción”. La honestidad, la transparencia
con que están contemplados y relatados los sueños, está despojada de cálculos
de utilidad, de objetivos de combate. El puro sentido de la curiosidad motoriza
el recordar y contar, y la fascinación por el funcionamiento de la mente y los
sentidos, liberada de la necesidad de demostrar su inteligencia, de pergeñar
una historia genial, nos deja un Fogwill sereno, un final feliz de Fogwill,
mucho más hedonista que peleador. Acaso sean sus páginas narrativas con mayor
valor poético; acaso no hay mejor modo de contar los sueños que con una voz
proveniente del descanso eterno.
[publicado en RS julio 2007]
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