“El humor es mi único enemigo”
Publicado en Debate, enero 2008
“Cuando llegué, dos hombres violaban a mi mujer”: así empieza la nueva novela de Sergio Bizzio, Era el cielo (editada por Interzona), séptima que publica quien también es poeta, dramaturgo y guionista de cine y televisión. Su relación con la pantalla va en aumento: un cuento de su libro de relatos Chicos fue la base sobre la que su pareja, Lucía Puenzo, dirigió la película XXY, recientemente premiada con el Balance de oro en Pinamar y representante argentina para el Oscar y el Goya, mientras que Rabia, su anterior novela, será filmada en España con producción del mexicano Guillermo del Toro, cuenta Bizzio con orgullo. Por otra parte el personaje central de Era el cielo es guionista televisivo: un “neurótico perfecto” del que Bizzio nos cuenta fundamentalmente la separación de su esposa (con quien había regresado poco antes de la violación) y el consiguiente distanciamiento de “lo único bueno que tiene”, su pequeño hijo. La soltura narrativa permite una lectura muy fluida de un relato fracturado, intermitente y con vaivenes temporales que muestran la “explosión” de la ruptura familiar; es un libro entretenido e inteligente, con humor algo cínico y acercamientos poéticos a la angustia y la belleza en torno al amor.
Escribió este libro hace tiempo, ¿en qué producciones está más metido ahora?
A mitad de año la editorial Mansalva va a publicar una antología de toda la poesía que publiqué hasta ahora, corregida, aumentada y con bastantes cosas nuevas. El volumen se va a llamar Te desafío a correr como un idiota por el jardín, que es un título que me dio mi hijo, que titula como los dioses. Sigo escribiendo poesía y ojalá siga siempre. Además grabé un disco. Yo no toco ningún instrumento, pero siempre, con cualquier instrumento que agarro, saco algo, encuentro algo. Fui doce veces a un estudio de grabación, tres horas por vez, y toqué y toqué, y después, con un ingeniero, lo editamos y articulamos de alguna forma. Grabé doce temas. El disco se llama Música para pensar sentado, un título que a algunos amigos les parece una pedantería y a mí un chiste. Tocar es mucho más divertido y relajado que escribir. Escribir es un trabajo, un verdadero sacrificio.
¿Este libro fue mucho trabajo?
Primero escribí el capítulo de la violación, lo dejé un tiempo y luego lo retomé y seguí hasta el final. Habrán sido seis meses en total.
¿La novela empieza sacándose de encima el peso de que pase algo argumentalmente fuerte?
Yo no tengo nada contra las historias. A mí las historias me gustan. Pero la historia sin embargo es la menor de las fuerzas que me llevan adelante, comparado con la construcción de las frases, las historias mismas de la escritura, el dibujo panorámico de la idea que en ese momento circula por mi cabeza, sobre la forma de las cosas, y hasta por el largo de los capítulos.
¿Usted planificó para esta novela cierta relación entre el dolor y el humor?
La historia de Era el cielo es bastante trágica, ¿no? La narración está salpicada de humor, es verdad, pero no fue un cálculo que apuntara a hacer más digerible el dolor del protagonista. A mí el humor es algo que se me impone, no lo busco, más bien diría que lo rechazo, y que es en ese rechazo donde mejor se pavonea. No puedo con él. Me maneja, me domina. Y lo odio. El humor es mi único enemigo verdadero.
Hay varios personajes secundarios muy llamativos y algo desconcertantes (una japonesa libidinosa, un misterioso hombre de saco a cuadros), ¿qué función juegan?
La verdad odio pensar en términos de “función”, aunque hay muchísimos colegas que son como relojeros de su propia obra, que saben dónde va cada pieza en el mecanismo, cómo la pusieron, por qué, y que dan la impresión de haber hecho un cálculo de probabilidades sobre su aceptación en el mercado, sobre su eficacia. Creo que la función que cumplen los personajes secundarios (mantengo la palabra “función” sólo para responder la pregunta) es la de dibujar como partículas el estallido que yo cuento, son esquirlas. La estructura de la novela es la de una separación vivida muy dolorosamente, vivida como un rompimiento de todo, no solamente de la familia o de la cotidianeidad. Y entonces empiezan a aparecer historias que no tienen ni comienzo ni final, personajes que entran y salen. Yo no veo a esta novela como una partitura musical; más bien la veo como un dibujo. Ayer estaba releyendo una novela de la que soy fan, La boca del caballo, de Joyce Cary, escrita a mediados de los años cincuenta, que cuenta la historia de un pintor genial y maldito. Ahí las frases están escritas como si fueran pinceladas. Hay una relación pictórica, me parece, entre La boca del caballo y Era el cielo.
¿Tiene guiños la novela? Por ejemplo, hay un personaje Láinez con una hija Alejandrina.
Seguro que cuando lo tuve escrito pensé en Mujica Láinez, pero nada está pensado como guiño cuando se me ocurre. Es verdad que uno después corrige, trabaja sobre lo que hizo, es la etapa más “calculadora” del proceso de escritura. Aunque no pienso en el lector cuando escribo, el lector es una abstracción. Por ahí se me aparecen determinados lectores, gente que conozco, pero siempre después de haber escrito; termino un capítulo y me digo “esto puede gustarle a tal persona”, del mismo modo que un disco que me gusta me imagino que puede gustarle a tal amigo.
Por ejemplo, la escena en que se meten en una pileta con un tiburón...
La pasé muy bien escribiendo esa escena. No sólo porque me daba escalofríos, sino porque además hacía muchos años que tenía esa idea en la cabeza, y ahí por fin estaba. Es como un cuento, ¿no?
Es una escena temeraria para un personaje temeroso, pero después envidia a la novia por haberse metido, plantea que la felicidad es “que tus intereses por las cosas sean lo más amplios posibles”.
Sí, es un poco lo que quiere él. Y Vera, la novia, es así. Pero al mismo tiempo hay un costado de hiperactividad en Vera que es parte de lo que lo hace irse a él y volver con su mujer. Es un personaje que ya no se siente tan cómodo como pensaba que iba a sentirse en el universo del impulso. Ya no es tan joven, aunque el impulso no tiene nada que ver con la edad. Conozco a un montón de jóvenes semimuertos que van todas las noches a bailar, que van a los festivales de cine, que viajan de acá para allá por el mundo como pulgas, que no se pierden nada de nada. Y en el fondo no son más que pedos en la niebla general de una vida. Mi personaje quiere otra cosa, mi personaje asocia felicidad con estabilidad emocional, social, económica, creativa, lo que quieras. Y yo estoy de acuerdo con él. Lo único que extraño de la juventud es el pelo, después está todo bien. Me gusta más escribir ahora que cuando tenía veinte. ¡Hay tantas distracciones cuando uno tiene veinte años! Oscar Wilde decía: “La vida sería llevadera si no fuera por las diversiones”.
En literatura, ¿hay cosas que esté con ganas de escribir a futuro?
Tengo ganas de escribir una novela sobre la dispersión. Me gustaría que sea larga, muy larga, algo casi imposible de leer completo. Una novela pensada para ser leída fragmentariamente, en páginas abiertas al azar. Es mi gran proyecto, yo que no proyecto nada. Y es más: ya empecé, tengo varios capítulos escritos. El narrador se distrae permanentemente. Está con un hombre que sube a un colectivo, se sienta al lado de una señora y el narrador la sigue a ella, que entra a su casa, se encuentra con su hijo, y el narrador se va con él, que sale a la calle y se encuentra con su novia, y el narrador se va con la novia, y así hasta el final. Tengo ganas de hacer eso. Ya lo estoy haciendo. Seguramente voy a escribir otras novelas en el medio ¿por qué no? El tiempo de mi novela sobre la dispersión va a ser el tiempo de mi vida. Voy a escribir esa novela hasta mi muerte. ¡Y después que se arreglen los lectores! Yo ya no voy a estar.
Friday, February 01, 2008
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