La fábrica de la
infelicidad
El entramado. El apuntalamiento técnico del
mundo. Ed Godot
Christian Ferrer
[Rolling Stone, Octubre 2012]
¿Es un poeta, Christian Ferrer? Es evidente que
no, porque escribe ensayos sobre subjetividad contemporánea en prosa corrida y
con significado cristalino –pero un cristal prismático, que descompone la llana
luz blanca en líneas de colores con sentidos abiertos-; porque se apoya, aunque
sin ostentar, en un profuso conocimiento de la historia humana, y, sobre todo,
no es poeta porque no es poético su móvil; su intención es política: conmover
el lazo emotivo y material del lector con el mundo señalando poderes donde
pareciera haber espontaneidad. Una y otra vez, cuando habla de las grandes
deidades contemporáneas –el espectáculo, la tecnología, la mega industria, la genética-,
recurre a puntos de la historia remotos para mostrar el sentido del presente
respecto de una diversidad posible –desde la “breve hoja de parra que bastaba a
la mujer habitante del Edén para disimular su ardor” hasta el Imperio Mongol o
los anarquistas cubanos de fin de siglo XIX-. Podría vérselo como un
francotirador, que se cuida a resguardo de las oleadas del ambiente desde un
punto de mira donde puede atisbar la organización y avance del enemigo para
lanzar sus estocadas; pero la imagen es infiel a un pensador que si algo no
toma como herramienta neutral es la técnica y su vinculo con la muerte. La técnica
es acaso su campo de estudios primordial; baste recordar la revista que fundó e
integra, Artefacto, o su libro Mal de ojo. Crítica de la violencia técnica.
Pero Ferrer despeja, mas bien, al tecnicismo, al determinismo tecnológico, de
los análisis. Internet, dice por ejemplo, no solo no es la vía a un paraíso utópico
de la red horizontal, sino que ni siquiera es un invento novedoso: viene preparándose
hace siglos, mediante la conversión de las cosas todas en informaciones
codificables, mensurables, y mediante el adiestramiento centurial del sentido
de la vista, acaparada por pantallas ahora pero que en realidad nació en la
vida corporal no por una compulsión a mirar, sino un llamado de lo visible –las
formas de la luz- a ser visto.
Las formas de la felicidad son el problema
primordial de este libro, y su gesto político fundante: la felicidad no es una
meta a ser alcanzada sino una pregunta a ser habitada, sopesada y
experimentada. Es un libro de sabiduría, sin citas bibliográficas pero con
nutrientes claros –Nietzsche, la tradición anarquista, el situacionismo, por ejemplo-, que
desnaturaliza los deseos obvios de nuestra vida, y no da respuestas ni salidas,
exponiendo, así, nuestra necesidad de recetas, píldoras de alivio.
Para esta labor en cierto punto aguafiestas, Ferrer
escribe con palabras siempre sometidas a una exigencia de belleza, como si no
fuera verdadera la palabra exenta de compromiso poético; problemas hondos y
conclusiones hasta pesimistas, pero siempre, si se habla, tiene que ya causar un regocijo, porque la formulación
del problema es el espacio para libertad.