Vida para el muerto
Darío Santillán. El
militante que puso el cuerpo.
Ariel Hendler/ Mariano Pacheco/ Juan Rey
“Alguien que honró la vida como pocos es
conocido solo por su muerte”, empieza este libro estremecedor dedicado a biografiar
al militante del MTD de Lanús asesinado por la espalda por la Policía Bonaerense en la estación Avellaneda,
donde había entrado para ayudar a las víctimas de la cacería policial; estaba
de rodillas junto a caído Maximiliano Kosteki, a quien no conocía: ¿Qué vida es
la que muere así, en ese acto último de solidaridad absoluta, y objeto de la
saña de los agentes armados del statu quo?
La historia argentina bien podría contarse a través
del desfile de sus cadáveres públicos, y la construcción de ese relato es una
disputa: qué muertos cuentan, cuaales quedan anónimos, cómo se significan las
vidas que mueren públicas. Los desaparecidos transformados en puras caras de
foto 4x4, los pibes de Cromañón vistos como “cerebros infraalimentados”
(Spinetta dixit), Axel Blumberg como hijo proodigo del país blanco, o los
muertos en la represión del 19 y 20, de los que nadie recuerda nombres, mucho
menos cuáles vidas, cuáles imágenes de vida, fueron asesinadas ahí. Kosteki y Santillán
son los muertos a partir de los cuales la gobernabilidad en Argentina tiene
vedada la salida represiva. Pero este libro se dedica a la vida. Cae
repetidamente en la gramática del ejemplo y el culto a la personalidad. Tiene sin
embargo tanto caudal de testimonios e información empírica, que se impone la carnalidad
de un pibe común, de barrio humilde, convencido de su fuerza y de que puede
construirse un sueño colectivo desde abajo y cada día, que tenía veintiún años
cuando lo mataron y que había dedicado su cuerpo y alma a la línea de creación
de derechos que más lejos llegó en su impugnación del orden neoliberal.
Por AjV para Rolling Stone