"Macanudo intenta humanizar a la gente"
Su tira Macanudo es el último fenómeno de la historieta argentina, con un espontáneo séquito de admiradores que no cesan de sorprenderse. Estudió y dejó derecho y publicidad para lanzarse a ofrecer sus “dibujitos”, y hoy quieren editarlo en España. El talento del absurdo y la ternura de un tipo a quien, asegura, la suerte agarró trabajando.
Si la lógica social valora los actos con el único criterio de la rentabilidad del capital, entonces Liniers desborda lo dado: con sus dibujos, hace sentir, hace pensar. Macanudo, su tira diaria en La Nación, es un universo tierno, triste, gracioso, delirante, poblado por duendes, pingüinos con paraguas, una niña solitaria, “gente que anda por ahí”, entre algunos de los personajes que salvan de la saturación cotidiana la delicadeza de lo simple.
Artista de la generación post dictadura, Ricardo Liniers Siri dibuja hombres con moño y sombrero y mujeres con pollera. El culto en torno suyo generó la publicación (por De la flor) de dos volúmenes de Macanudos seleccionados, que una editorial española ya quiere lanzar, y la inminente aparición del compilado de Bonjour, la tira que hizo en el suplemento No de Página 12. Además de fotologs y foros virtuales donde sus lectores comparten impresiones.
Con sensibilidad lúcida en sus pinceles, registra desacomodos, plenitudes, extrañamientos con el mundo, y así ofrece herramientas para mirar de otro modo a las personas y a la ciudad. Un cachetazo tierno al estado de ánimo, cada vez más elegido para empezar desayunos.
La historieta es un arte que combina artes. ¿Desde dónde pensás los chistes?
La historieta tiene lo mejor de dos mundos que me encantan, la plástica y la literatura; al mismo tiempo, algo de cine, de lo que también soy fanático. Las influencias vienen de todos lados, incluso de la música. Pero no tengo una forma establecida de trabajar, más bien al contrario: me baso en explorar todas las vetas y mecanismos que se me ocurran. Cada vez que vislumbro una arista diferente de humor, intento hacer un personaje para explotarla.Su tira Macanudo es el último fenómeno de la historieta argentina, con un espontáneo séquito de admiradores que no cesan de sorprenderse. Estudió y dejó derecho y publicidad para lanzarse a ofrecer sus “dibujitos”, y hoy quieren editarlo en España. El talento del absurdo y la ternura de un tipo a quien, asegura, la suerte agarró trabajando.
Si la lógica social valora los actos con el único criterio de la rentabilidad del capital, entonces Liniers desborda lo dado: con sus dibujos, hace sentir, hace pensar. Macanudo, su tira diaria en La Nación, es un universo tierno, triste, gracioso, delirante, poblado por duendes, pingüinos con paraguas, una niña solitaria, “gente que anda por ahí”, entre algunos de los personajes que salvan de la saturación cotidiana la delicadeza de lo simple.
Artista de la generación post dictadura, Ricardo Liniers Siri dibuja hombres con moño y sombrero y mujeres con pollera. El culto en torno suyo generó la publicación (por De la flor) de dos volúmenes de Macanudos seleccionados, que una editorial española ya quiere lanzar, y la inminente aparición del compilado de Bonjour, la tira que hizo en el suplemento No de Página 12. Además de fotologs y foros virtuales donde sus lectores comparten impresiones.
Con sensibilidad lúcida en sus pinceles, registra desacomodos, plenitudes, extrañamientos con el mundo, y así ofrece herramientas para mirar de otro modo a las personas y a la ciudad. Un cachetazo tierno al estado de ánimo, cada vez más elegido para empezar desayunos.
La historieta es un arte que combina artes. ¿Desde dónde pensás los chistes?
Lo que sí tengo claro, a partir de leer y analizar muchas historietas, es que la parte gráfica es esencial. En la primera mitad del siglo 20 había un cuidado increíble, porque les daban una página entera, pero eso se fue perdiendo.
¿Cómo cuidás la calidad de la tira?
Incluso los dibujos simples son elaborados, porque pasé muchos años buscando la forma en que quería dibujar. Por otro lado, intento aprovechar la frecuencia diaria para hacer un trabajo de pensar, de diseñar la tira, los personajes, examinar todos los costados de la historieta que me puedan gustar.
De allí el nombre Macanudo: no menciona demasiado claramente a nada ni a nadie, no me ata y puedo poner un chico, historietas absurdas, un robot, a mí mismo, lo que fuere. Al principio era confuso, pero ahora mucha gente entró en sintonía.
¿Cómo te resulta ejercer el humor absurdo en un diario que, por decirlo de algún modo, mantiene las formas?
No sabría cómo imaginar al lector promedio del diario. Mi política es: cualquier idea que me aparezca en la cabeza que me parezca interesante, la tengo que hacer. Ni siquiera necesito que sea graciosa. Nunca subestimo al lector pensando que no puede entender algo que yo sí, me considero un tipo promedio, así que al menos la mitad entenderá.
Si bien el público es tan variopinto que no puedo suponer códigos compartidos a priori, también creo que lo conservador del diario potencia el efecto descolocante de la tira.
¿No necesariamente graciosa pero sí humorística? ¿Qué buscás hacerle a los lectores?
Más que hacer que la gente se ría, lo que quiero es cambiarle el estado de ánimo. Yo trabajo sobre los humores en general: bueno, malo, cómico, reflexivo, deprimido, etcétera. Ese humor es el que maneja la tira.
El efecto que más busco es el del final de Tiempos modernos: después de perder mil veces el trabajo, ella llora y él, que camina feliz de la vida, le hace un gesto para que sonría, y se van los dos riendo. Esa confusión emocional entre la ternura, la tragedia, la gracia, me pone la piel de gallina y creo que contiene toda la filosofía de Chaplin contenida.
¿Con qué otros humoristas hiciste experiencia?
Cuando apareció Alfredo Caseros con Cha Cha Cha, no podía creer lo que veían mis ojos. También Les Luthiers, Seinfeld, Ren & Stimpy, Monty Python, Fontanarrosa, Quino, muchísimos. La clave está en la sorpresa, es la que puede arrancarte la carcajada. Si ya sabés por dónde viene, la cachetada no sacude tanto. Mi trabajo de basa en la capacidad de sorprenderme.
¿Con Los Simpson tenés relación?
Ellos me enseñaron que hay que laburar a distintos niveles para que sea más rico el producto. Un capítulo suyo te encanta a los diez años y también a los treinta. Tienen referencias oscurísimas a personajes históricos, del arte clásico y moderno que, a quienes se dan cuenta, les suma, y a los chicos no les estorba, porque ya están enganchados con la animación y la historia.
Dejó de tener sentido la idea de dibujos para chicos; a ellos ya les gusta porque es dibujito, entonces es fácil hacerlo para todos.
¿Cómo buscás la sorpresa?
Recurro mucho a la infancia, cuando todo te sorprende. El día que me dieron una fotocopia por primera vez no lo podía creer, y me la llevé a casa y la guardé. De grande perdés esa sorpresa total. Yo la encuentro en el cine, en la historieta, en la música. Ya no en los adelantos tecnológicos, porque también estás esperándolos.
Los contrastes son muy importantes para generar sorpresa. Odio el chiste de la mala palabra, el humor tipo Canal 9 que consiste en decir “je je, culo”; no es gracioso porque sí decir culo. Lo hace muy bien South Park, donde está perfectamente equilibrada la ternura de los chiquitos, la inocencia asociada a la infancia, con las barbaridades que dicen.
¿Cuál es el papel del humor en el sentido de la vida, tanto de quien se dedica a él como de la gente en general?
Para mí la vida sería una cárcel sin humor; el mejor momento del día es cuando es clarísimo que me estoy divirtiendo. Me parece que van a pasar mil cosas espantosas, pero que la única manera de zafarla es si te reís.
Por eso también rescato el cinismo, Barcelona, por ejemplo. Me encanta el humor de los tipos que van con los tapones de punta, desaforados. Creo en la fórmula de Chaplin: humor es tragedia más tiempo.
No hay algo de lo que uno no pueda reírse, porque no necesariamente reírse es negarle importancia. Roberto Benigni hizo La vida es bella y no menospreciaba el holocausto, se reía como mecanismo de defensa. Había sucedido lo más siniestro que puede pasar; el ser humano no se hunde más abajo que un genocidio. Si te podés llegar a reír con eso, sobrevivís.
¿Es esa vitalidad del humor lo que hace que tanta gente lea Macanudo antes que las noticias?
Descomprime, porque las noticias siempre son gigantes y malas. La única buena es que un taxista devuelve tres mil pesos, pero no es noticia un día común y feliz de un tachero. Hay una afición a la mala noticia muy extraña. Personalmente, ya ni compro el diario, igual te enterás de todo.
Además, no sé si es sana esa obsesión de saber todo el tiempo lo que pasa en todos lados, no sé si las noticias son más importantes que Moby Dick o Salinger o si forman más parte de mi vida que el pájaro que canta en mi ventana.
Ahora, si bien busco enfocar en lo lindo que está cerca y olvidamos, también valoro señalar la llaga, fijarse en las cosas horribles que pasan a diario. Hay personas tiradas en el piso y nadie les ofrece una mano, podrían ser cadáveres y la gente tardaría en darse cuenta. Creo que es la dinámica de esta ciudad, y Macanudo también intenta hacerle una fisura, humanizar a la gente.
¿Descargas en la tira reacciones contra cosas que te molestan?
Sí, por eso dibujo tanto el campo y los árboles y muestro una ciudad usualmente hostil. Pero no estoy de acuerdo con que la afeen los graffitis, ni el stencil; lo que me afea la 9 de Julio es un fulano de cuarenta metros en calzoncillo, recién salido del gimnasio, con una rubia raquítica acercándosele, deseosa. No he visto en otra ciudad tan poca protección a la belleza urbana frente al marketing.
De las modelos también me río, no tanto por ellas sino porque, como dice Woody Allen, un buen termómetro para observar una sociedad son las figuras que elige celebrar. Con canales que pasan biografías de minas sólo porque son lindas, estamos en problemas.