Wednesday, January 23, 2008

Pedro Mairal


GENERACIÓN JOVEN
[Arranca Mairal:] A la que llaman nueva generación de escritores suele criticársele ser apolítica, pero ¿cómo se mide lo político de un acto? No es una generación militante. Aunque no sé, mucha gente de nuestra edad milita. Además, las palabras que elegís cuando escribís, la ropa que usás, todo tiene una dimensión política. No sé, el rol del escritor ha cambiado mucho. Todo se vuelve muy borroso. Ya nadie te va a llamar por teléfono para preguntarte tu opinión sobre los asuntos nacionales; el escritor dejó de ser un intelectual que opina sobre la actualidad. A los jóvenes se les inquiere quiénes son, qué piensan, qué van a hacer con el mundo, desde una mentalidad setentista.
Todavía hay alguna gente que cree que la literatura es una cosa prestigiosa, pero mayoritariamente no interesa. La literatura desde un punto de vista colectivo, aquel rol aquel de cristalizar en imágenes e historias una especie de inconsciente colectivo, no existe más. Durante el boom de los sesenta, la gente viviendo bajo las dictaduras se encontraba dicha por las novelas que leía de Cortázar, Vargas Llosa, eran libros que de algún modo enunciaban toda una experiencia general, o generacional. Ese público lector se diluyó, ahora mira sitcoms y Lost. Estamos librados, sueltos, y liberados, porque ser la voz de la conciencia colectiva es también un peso muy grande. ¿Vos qué pensás de esto de la nueva generación?
Para empezar, a vos te reclaman de dos generaciones....
Es un corte raro porque nací justo en el 70. Yo recién ahora me siento un poco parte de una generación, pero por la cuestión de jugar al fútbol juntos, encontrarnos en los blogs, más como una cosa de camaradería que de manifiestos en común. Después a la larga seguramente se verá cuáles eran los rasgos en común, pero me parece difícil de detectarlos ahora.
Daniel Freidemberg escribió en Ñ que para las generaciones jóvenes el texto importa menos que las reuniones que suscita.
Es genial la frase de Lamborghini: primero publicar y después escribir. Hay una cosa así de “armo un blog donde pongo cosas de mis amigos”, pareciera que no hay una obra detrás, pero no sé. Todavía se considera al blog como género muy menor, muy lateral, nadie considera que eso es palabra escrita, como si estuviera condenado a ser algo muy en borrador. Es un prejuicio enorme, para la opinión general ni siquiera es una rama bastarda de la literatura. Y cada generación tuvo sus estrategias de promocionarse, de mostrarse, circuitos, revistas. La generación de los surrealistas tenía la revista A Partir de cero, la generación de Pellegrini, Molina, Madariaga, también estaba Girondo. Siempre hay cofradías, tertulias, grupitos chicos. Quizá lo interesante ahora es que se trasladó lo que existía en los noventa en poesía a la narrativa, los ciclos de lectura, los encuentros. Quizá de lo que se dieron cuenta los narradores y ya sabían los poetas es que si no nos leemos entre nosotros no nos va a leer nadie. La idea del escritor masivamente leído, que vendía cinco mil ejemplares, no existe más, los libros ahora venden setecientos ejemplares y ya se festeja su incidencia en el campo cultural. Nos volvimos todos igualmente pobres a nivel llegada, y eso produce algo sano, un roce, un intercambio muy rico de leerse mutuamente, compartir textos cortos. Y Damián Ríos, que sí era de esa generación de poetas, cuando funda Interzona me parece que traslada esa dinámica de las lecturas, de la tribu poética, a la narrativa.


POLÍTICA, RUIDO Y SILENCIO
Además políticamente lo que pasa es mucho menos claro que en los setenta para todo el mundo, si te ponés a preguntar, algunos son medio chavistas, hay de todo.
Otra diferencia es que hoy cada uno tiene su opinión sin implicar una participación activa en un “proyecto de sociedad”, como en los setenta. Antes los escritores se inscribían en uno u otro “objetivo” .
Ahora no hay enemigos tan claros, ¿no? Hay como una violencia transpolítica. Los viejos que se mueren abandonados en sus departamentos, la soledad, los adictos a internet, una violencia de la falta de atención, del abandono del Estado si querés. Es un enemigo invisible. Es difícil escribirla, está pero es difícil de ver.
En El año de desierto escribiste ese fragmento donde un comatoso tararea, inconciente, la musiquita de telenoche
Es como si fuera parte de su banda sonora cerebral. El otro día estaba en la sala de espera de Medicus, y estaba la tele prendida, viste que ahora es muy difícil encontrar lugares sin tele prendida. Y pensaba que la gente cuya labor está vinculada a la palabra o a algún modo de expresión, elige su discurso; quizá está hecho de pequeños fragmentos de otros discursos, pero es un discurso propio, mientras que el que no hace eso, está atravesado por montones de discursos. La voz de Tinelli como banda sonora del mundo. La publicidad, el cine, estas series que empezaron con Gasoleros, Son de Fierro, la radio, todo el ruido del discurso que suena todo el tiempo, son discursos que los hablan y los dicen. Es el ruido del mundo.
Venía para acá y en el bondi sonaba la voz de Ari Paluch; esos tipos son las voces con autoridad actuales, en el sentido de en la escena donde hablan, legitimada por los miles de oyentes, tienen la última palabra.
El pensamiento de la gente está cruzado, conducido por esas voces. Hay un miedo general al silencio, se busca evitarlo, termina pareciendo violento el silencio, nada más violento que hacer un silencio en la tele. Cuesta mucho apagar todo, hacerse un silencio y tratar de pensar uno.

BLOGS, INMEDIATEZ Y CINTURA PARA ESCRIBIR
Hay que ver qué va a ir pasando con los textos que circulan en la web, que también están llenos de ruido, llenos de links...
Ah, dijiste “qué va a ir pasando” y yo entendí “qué byte pasando”.
Ja, sí, todo byte, no va a quedar nada más. Lo de los blogs no lo digo con un tono nostálgico. Creo que se va a generar algo nuevo a nivel discurso: mucho link, mucho copy paste, mucho texto en tercera dimensión que te lleva a otro texto.
Esa inmediatez con “lo que me pasó hoy”, no? En En celo un poco se ve ese hábito blogger como de diario, de escribir lo que a cada uno le pasó en el día.
Hay una cosa de inmediatez en el blog. Cositas chicas que pasaron. Y sí, está en el libro. Con asteriscos que separan fragmentos cortitos. Es distinto a la sensación de novela como el tiempo total, el concepto de la vida entera. A mí los cuentos que más me gustan son aquellos donde percibís que concentrada ahí está la vida entera de una persona. A veces eso lo logra la poesía en dos versos. Dylan Thomas dice “la pelota que tiré una mañana en el parque todavía no ha tocado el suelo”, y está ahí toda su infancia. Tal vez un riesgo sería quedarnos en una literatura anecdótica, casi atemporal, sin carga de tiempo, que a mí es lo que más me interesa en el mundo en el arte.
Ojo que lo anecdótico también puede tener un peso muy grande, buenas observaciones. Después, el riesgo de caer en una literatura hiper coloquial. Salinger escribe El Cazador oculto de manera muy coloquial, pero en una entrevista el decía que esa coloquialidad le tomó mucho trabajo, no es simplemente una transcripción directa de la forma en que habla la gente, sino captar lo que hay de gran capacidad expresiva en lo coloquial.
Y después como otro polo está la literatura autorreferencial, aburrida, polvorienta, que se mira el ombligo, escrita para estudiantes de la UBA, para Puán...
Monografías disfrazadas.
Sí, monografías disfrazadas que creo que hasta Piglia llegan bien, lo hacen bien. La línea de cruzar ensayos con narrativa, Macedonio, Borges. Hasta Aira lo tolero, porque además Aira es capaz de autodestruirse: mete un ensayito en medio de una novela y luego lo autodestruye. El polo ese sería una literatura que pretende ser muy intelectualosa en el peor sentido de la palabra. Marcelo Cohen la llamó hiperlitaratura.
En mi caso, habiendo tenido una educación bastante clásica, de la estructura del cuento, de la escritura bastante correcta, me viene muy bien un poco más la infraliteratura, una especie de exorcismo. No porque yo pueda escribir como la hiper literatura, no es un peligro para mí, pero sí hacer textos muy acartonados, aburridos, ya encorsetados dentro del corredor de la literatura.
Esos serían los dos polos. Pero todo el tiempo se está jugando esa dinámica. No estás en un línea fija. Dentro de un mismo texto te movés. Es darle lo que pida la historia. Si pide algo sesudo, intelectual, permitirlo; tratar de que entre todo con naturalidad. Si de golpe viene una parte brutal, carnicera, que venga también. Como una disposición, estar dispuesto. Che, me están dando ganas de escribir, a ver si lo puedo hacer, porque en la teoría parece bárbaro. Tener cintura, pasar de un registro a otro.

PORNOSONETOS
¿Un ejemplo en los Pornosonetos, donde se abraza una sofisticación muy fina con una mundanidad corporal?
Yo lo siento como el lugar en poesía donde me sentí más capaz de llevar a los extremos esto que hablamos. Está el costado clásico y el costado vulgar, grotesco. Yo venía de a poco permitiéndome cruzar esas fronteras, en Consumidor Final me permití meter marcas de productos, pero muy de a poquito, y yo veía que los poetas de los noventa lo había hecho a pleno. Yo venía con mis endecasílabos, mis versos de catorce, de once, alejandrinos, y cómo meter eso ahí, era como una lucha. Además tenía un imaginario de poesía natural, tipo Neruda, Enrique Molina, y de golpe todo lo que me empezó a pasar que es lo que te pasa a partir de los veinte años, empezás a laburar, pagás impuestos, todo eso, y mi imaginario poético no servía más para eso, era inútil. Tuve que empezar a escribir de nuevo, inventar de nuevo una manera de decir. En Consumidor final un poquito lo conseguí. Pero cuando empecé con lo de los sonetos me resultaron como unas cajitas donde yo podía detonar ese choque. Fue una liberación enorme, porque está el verso de once muy pulido (la forma soneto es creo la más rígida de la poesía), una cosa incluso por momentos muy lírica, y de pronto esta cosa si querés vulgar, o tal vez lo actual, o chabacano, o berreta o incluso grosero. Que es una cosa que está dentro mío y nunca le había podido dar curso, por eso una liberación: todo ahí.
Al contrario de lo que se cree, que el soneto te limita, para mí fue una fuerza de salida de mí mismo, no un marco que me encorsetaba. Porque además la forma lo que tiene de raro es que dialoga con vos: vos proponés una cosa y la forma te dice “ah, esto lo podés decir pero así”. Entonces en un momento apareció Uruguay y de pronto me di cuenta de que estaba hablando de una mina que se fue a Uruguay y que escuchaba Jamiroquai. Aparece esa rima ridícula que a mí nunca se me hubiese ocurrido si no fuera porque me la dictó la forma. El surrealismo tiene una parte muy limitadora con la cosa de la escritura espontánea. En esa especie de pampa abierta que es la escritura automática, sin límites, hay una angustia muy grande también, porque nadie te responde nada. No hay eco. Da lo mismo cualquier palabra que otra. Y quedás limitado a vos mismo, a tu inconsciente, que en realidad es una cosa muy repetitiva, obsesiva, no? El inconsciente siempre está pensando lo mismo.
Uno llega a esa pampa abierta y ve al boludo corriéndose en círculos a sí mismo...
Ja, claro, en cambio la forma es mucho más liberadora, la sensación de poder salirte de vos mismo, una puerta de salida, la forma dialoga con vos y, como charlando con alguien, encuentro cosas que de a uno no hubiera pensado.
Bueno, igual ahora lo cerré al ciclo de pornosonetos. A lo mejor en diez años hago un tomo grande, agregando algunos nuevos.
También hay algo muy liberador en el blog, de desahogo muy grande. Cuando uno estaba atrapado en el papel era difícil hacer circular sus cosas, tenías que estar imprimiendo, repartirle a tus amigos, una cosa medio bochornosa, tal vez incomodabas dándoles eso. En el blog lo ponés y el que quiere se mete.

BLOG, INTERNET
Pero no estoy escribiendo poesía. Estoy escribiendo cuentos cortos. No sé si serán para un libro. Hay uno por ejemplo en que el personaje le pide perdón a una chica por algo que escribió en el blog, le dice que nunca se había imaginado que lo leería. ¿Cómo se pasa eso a papel, qué sentido tiene en papel? Ya están escritos para el blog.
Ahí sí se le está dando una entidad mayor al blog, hay una producción específica de ese formato, motiva un tipo de escritura.
Está escrito para eso. El disparador está también en esa especie de calentura performática de que lo escribo y lo muestro. Hay una especie de exhibicionismo si querés.
¿Eso te genera como contrapartida ganas de escribir algo durante un tiempo largo sin mostrarlo?
Sí, me dan ganas de volver a escribir una novela. Pero la novela es un género que no se puede trasladar a internet, por ahora es muy incómodo. Los formatos que hay todavía son muy torpes. Me parece que la publicación inmediata tiene que ver con la ansiedad, hay que ver si yo ahora me podría bancar la ansiedad de acumular textos. El año del desierto me quemó mucho también, un trabajo de tres años, uno escribiendo y dos corrigiendo. Lo disfruté muchísimo, pero fue mi etapa previa a la escritura online. ¿Qué pasa ahora con la escritura online, qué le provoca a la gente estar online todo el tiempo? ¿Qué sucede cuando tu hoja en blanco es todas las cosas que es ahora, tu música, tu correo, tu enciclopedia, tu video, tu televisión, tu pornografía? Todo está ahí invadiendo en eso que antes era la página en blanco. Hay que tener muchas ganas de escribir para apartar todo eso, todo ese entretenimiento, distracción. Cada uno tiene su circuito en internet, primero entrás a un diario, después a un blog, otro diario, una página inesperada, y así, podés pasarte todo el día haciendo eso, y no hiciste nada. Estás online.
Se cumple el mito griego del tipo que no alcanza a la tortuga porque siempre se le interpone llegar al punto medio.
La paradoja de Zenón. Internet es así, siempre hay un link que te distrae de donde querías llegar, estabas por llegar pero nunca llegás. Para mí estamos siendo parte de algo que va a cambiar mucho la forma de escribir. No sé para dónde va, pero para algún lado raro lleva. Y quizá la redacción en blog sea una manera de sobrevivir a esa lectura interrupta.
En principio, según charlamos, lleva a escribir menos novela.
Pareciera, por lo menos a mí. Hay que ver si un blog llevado con cierta regularidad, con personajes reconocibles, no es una novela que se está escribiendo. Hay algo que se está narrando. Sobre todo cuando dicen que la novela, a diferencia de la elegía que hablaba sobre el pasado, es la forma moderna de escribir sobre el presente, no sé, quizá los blogs están hablando sobre el presente, quizá hay un diálogo sobre el presente.
Tampoco funciona mucho lo de trasladar los blogs a papel, he visto algunos blooks y sentía que les faltaba el botón para encenderlos. Imaginate una novela donde una novela empieza cada capítulo con “el taxista recién me dijo...”, como un diario personal, no sirve para el libro.
Ayer escuché un dialoguito muy absurdo en una editorial, de dos empleados que hablaban de sus peceras, que me llevó a una reflexión de lo bien que está escrito el mundo, lo bien que escribe el azar, porque si quisieras escribir un buen diálogo creíble y vivo habría que copiar eso. Y me llevó a un cuento, pero el disparador fue ese comienzo anecdótico y creo que tiene que ver con la estructura del blog, una inmediatez con la experiencia. Y es verdad que eso llevado a libro es una pavada.

EL PASADO Y EL CINISMO EN LA LIT ARG.
¿Tenés relación cotidiana con libros?
Me está costando leer libros largos....
Uh, mirá, yo justo la semana pasada terminé El pasado.
¿Qué te pareció? ¿Es “la última novela argentina”, como dicen? ¿Te gustó?
Si tengo que decir sí o no, digo que no. Tiene muchísimas cosas muy buenas. Pero el contenido espiritual de la novela, la perspectiva de vida con la que me conecta, no me gustó nada: una novela canalla.
¿Canalla? ¿En qué sentido?
En el sentido de que hay personajes (la mayoría) creados sólo para ser ridiculizados, para ser burlados con cinismo.
¿El protagonista también?
No, si llega al patetismo es básicamente como víctima del padecimiento femenino. Hay una desproporción brutal en la conducta masculina y femenina [ver: ¿desproporción definida en el personaje Riltse?]
¿O sea que se trataría de una cosa no tanto formal como de lo temático?
Sí, aunque en varios puntos clave de la trama sentí que ese forzamiento del modo de ser y relacionarse de los personajes llevaba a la novela a romper su propio verosímil. Te pongo un contraejemplo: Tantas noches como sean necesarias, de Ricardo Romero. La humanidad de los personajes está labrada desde una profunda compasión, desde un respeto.
Sí, me acuerdo del cuento de un basquetbolista de no sé dónde que cayó en este país donde las canchas tienen uno sobre otro el trazado de líneas de varios deportes, handball, jockey, básquet. El basquetbolista de los ojos más tristes del mundo. ¿Leíste a Casas? Su prosa digo -aunque también es un gran poeta-, por la ternura con la que muestra ese pasado, medio desapegado a la vez porque tampoco se emboba, pero logra algo muy humano. Es raro encontrar eso: la literatura argentina tiene una carga muy fuerte de cinismo, de esa distancia muy grande con sus personajes. Estoy pensando en la crítica que le hizo Viñas a El Aleph, comparándolo con Nota al pie de Walsh, que tiene un progresivo vuelco a la humanidad del personaje, mientras que Borges, según Viñas, se burla de Daneri, tiene una cosa sobradora. Sería interesante investigar en la literatura argentina cuándo aparece esta línea del cinismo, cómo se expande.


EL AÑO DEL DESIERTO
Cuando te dije por mail que iba por la mitad de El año del desierto... me dijiste: “te declaro exento de leer el resto”. Bueno, me quedé intrigado.
Es el único texto largo que tengo y como decía Fontanarrosa, los escritores que escriben libros muy gruesos hacen abuso de confianza con el lector, por qué creen que el lector tendrá todo ese tiempo disponible para leerlo.
¿La novela explora el extremo de lo imaginable desde el miedo?
Sí, fue exagerar, agarrar la paranoia burguesa y llevarla a un extremo de delirio. Siempre bajo la idea de que las cosas iban hacia atrás en el tiempo. La empresa donde trabaja la protagonista se llama Suárez & Baitos porque Baitos fue el soldado de Pedro de Mendoza que se comió al hermano (evento relatado tanto por Mujica Láinez como por Ulrico Schmidl). Le saqué mucho de lo coloquial a la novela, yo me había copado con toda la minucia de la cotidianeidad de cada época. Mucho también sobre la caída de De la Rúa, que me parecía importante pero creo que Fogwill tuvo parte de razón cuando nos criticó que el 2001 fue importante para nosotros por ser el primer quilombito que vivimos, capaz en diez años se repite.
Pero sí fue un acontecimiento que rompió la idea de que nada pasaba; además es es una decisión triste enfocar en lo inespecífico que todo momento tiene, empobrece la vida, es argumento suicida...
Instaló la idea de que las cosas pueden terminarse, de que todo lo sólido se desvanece en el aire. Las cosas pueden no existir más. En esos días capaz llamabas a una empresa y no existía más.
Pero también me permití muchos delirios, en la medida en que el libro va avanzando y yo me fui desprendiendo de lo histórico, me fui soltando más. Hasta Rosas todavía no pude evitar hacerle a la protagonista decir comentarios tipo “escuché que decían que habían bloqueado el puerto”, ¿qué necesidad tenía yo de poner esas frases? Lo que disfruté mucho también fue transformar los momentos históricos en imágenes, hablar de los soldados de Rosas cuando vuelven de la batalla. Salir del big picture y meterme con cómo le repercutió la historia a ese tipo en el cuerpo. El gran cuadro te asfixia mucho, y yo tenía que hacer pasar todo ese telón de historia argentina por la voz de una mina, a lo largo de un año. Por eso me llevó como dos años corregirla.
Y salió en plena “reactivación”.
Sí, cuando estaban todos hablando de eso. La economía depende mucho de lo que creo que llaman el coeficiente de felicidad. No es tanto la guita que tiene la gente en el bolsillo sino la sensación que tiene de sí se va a caer todo o va a seguir teniendo trabajo el año próximo. Recuerdo en 2002 en mi trabajo se cortó internet y hubo uno que dijo “uy, se acabó para siempre”. Tipo: estuvo bueno, pero no hay más. Toda la ilusión de los noventas derrumbado de golpe.

El Quinteto de la muerte

LITERATURA ES ROCK
Publicada, con varias modificaciones, en Rolling Stone, Septiembre 2007

Romero heló toda la sangre presente con su relato verídico de dos sobrevivientes de un micro hundido en el Paraná. Funes lloró por “la muerte del gato Vicente”; Levín está concluyendo un capítulo de las curiosas desventuras de Igor: Canta a capella -con una copa en la que él se sostiene y un brillo que le arenga las pupilas- el tango que su personaje le dedica a Natschenka, la rusa petisa que ama.
La transmisión de literatura, sin la fría distancia consumista que suele revestir al objeto libro, puede ser una experiencia literaria. O, por qué no, rockera. Hay que ver al Tigre Oyola, ya imponente de por sí, envuelto en una vieja sotana franciscana, de esas con una cuerda que rodea la cintura, leyendo la batalla entre el Pastor y los travestis en el patio del penal (casi salpica sangre), o cantando el estribillo de Shakira con el que uno de los personajes de Chamamé goza a quien acaba de balear. O ver a Funes recibir un tortazo de chocolate en plena trucha y leer, sin limpiarse, su libidinoso cuentito, humorizando los obstáculos de la narración en vivo.
“Pensamos el momento de mostrar nuestro trabajo como una celebración”, dicen los integrantes del Quinteto de la muerte, una banda de cinco escritores jóvenes que, heterogéneos en sus estilos, coinciden en la forma de transmitir su obra: leyendo en vivo con liturgia rockera.
“Si a la hora de escribir somos artistas, a la hora de exponer la producción escrita no podemos volvernos 'personalidades de la cultura'”, dicen. “Desde las primeras lecturas dejamos de lado el perfil de escritor sentado, escritorio, micrófono y vaso de agua”. Entonces usan maniquíes, narices de payaso, baldazos de agua fría, caracterizaciones teatrales: los recursos que el texto requiera. Hasta cocinan en escena (y regalan la comida). Apelando a los cinco sentidos, sus relatos pasean al público por las más diversas emociones.
Pero si lo rockero es la diferencia, en esta profusión de recursos el más rockero sería Molina. Se sienta discreto y lee monocorde sus narraciones minimalistas; describe escenas sin exponer la interioridad de los personajes, interioridad que así queda abierta a la sensibilidad del oyente.
Ignacio Molina, Lucas “Funes” Oliveira, Ricardo Romero, Leonardo Oyola y Federico Levín son individualmente riquísimos escritores, cada cual con su universo. Pero el Quinteto no se reduce a sumarlos: el Quinteto muestra un acontecimiento en la forma de vivir la literatura hoy acá.
¿La era Internet renovó el poder de la transmisión oral del relato? Casi todos los escritores que circulan en estos espacios tienen también vida blogger; alianza entre lo virtual y lo presencial. Para el Quinteto, su blog “no es un espacio de producción, sino una invitación y nada más”.


Los cinco tienen sus libros (y están escribiendo venideros): Funes –nato gestor- autoeditó Papel; Oyola publicó Siete y el Tigre harapiento (Gárgola) y, en España, Chamamé; Levín publicó Historias higiénicas (a los 16 años) y recientemente Igor (Gárgola); Romero su novela Hacia ninguna parte (De los cuatro vientos) y el volumen de cuentos Tantas noches como sean necesarias (Gárgola); Molina, el conjunto de relatos Los estantes vacíos (Entropía). Además, participaron en varias antologías de cuentos.
Pero “al convocar a los lectores, El Quinteto hace caer la fantasía del escritor aislado y el lector anónimo”, explican. “Además, a diferencia de la mayoría de los escritores, cuya vida gira alrededor de los libros y si leen en público es para promocionarlos, en nuestro caso en vivo el texto se enriquece muchísimo. Sobre todo cuando vamos leyendo una novela en proceso, como pasó con Chamamé, que cuenta el largo ajuste de cuentas entre dos chorros con un ritmo narrativo para el que fue clave la devolución inmediata en los recitales de 2006, en que Oyola iba leyendo capítulos”.
Si el libro da eternidad a la obra literaria, el recital de narrativa le devuelve la intensidad de lo efímero. Cada lector deja al público preso de una emoción, y como si fuera poco, entre cada texto pasa al frente el asombroso guitarrista que acompaña al Quinteto, un tal Facundo Gorostiza, que a sus 25 años toca como con la sabiduría de un viejo de 70 y la gozosa inocencia de un niño; las noches del Quinteto son casi demasiado. La entrada es gratuita; el sentido, no monetario.

Juan Sasturain

“Los libros te salvan cotidianamente”
Publicado en Debate, Abril 2007


Fútbol, literatura y medios masivos: tres grandes cosas entre las que danza gustosamente Juan Sasturain desde hace décadas. Su impronta algo hemingwayeana será la encargada de difundir, nada menos que por la pantalla de Telefé, el pacer y la utilidad de la literatura, en un programa por ahora llamado S.O.S. Libros, donde las recomendaciones se harán desde “el lugar real que tienen en la vida: el placer”.
“Fue una idea de Claudio Villarruel, quizá inspirado en El show de los libros, el programa del escritor chileno Antonio Skármeta”, dice Sasturain con su aura entrañable de tipo que sólo demuestra haber trabajado pensamientos cultos cuando recoge sus frutos en el llano.
El autor de Manual de perdedores, guionista de la célebre historieta Perramus (dibujado por Alberto Breccia) y actual editor de Deportes en Página 12, dirigirá desde mayo una emisión de libros por el canal de más audiencia, en una apuesta para promocionar no sólo el gusto de leer sino la gran utilidad práctica de los libros en la vida cotidiana.

“Al final del secundario yo vivía en Coronel Dorrego, y jugaba al fútbol ahí, era delantero en Independiente de Dorrego; hasta el año 62 –estamos hablando de hace muchos años- jugábamos en la liga de Tres Arroyos y en el 63 se armó la liga de nuestro pueblo y salimos campeones.”
Qué lindo momento.
Y qué te parece, salir campeón es siempre la mayor alegría posible, juegues donde juegues, y las ligas de los pueblos se viven con mucha intensidad. Pero bueno, cuando me vine a Buenos Aires a estudiar literatura me fui a probar también, a ver si jugaba al fútbol. Estuve algunos meses en San Lorenzo, en Independiente, no desentonaba demasiado, y quedé en Lanús. Lo que pasa es que ya era grande, tenía 18 años, a esa edad tenés que ser un crack para quedar, y yo venía a estudiar, entonces largué la pelota. Aunque seguí jugando en el equipo de la facultad, teníamos un buen equipo los de filosofía en los sesenta, contra lo que se podría pensar de esa manga de barbudos, trolos y trasnochados. No obstante, hicimos callar más de uno.
¿Y cómo fue su llegada a los medios?
Terminé la carrera en el 69, pero ya trabaja en Galerna, desde su fundación. Al recibirme empecé a laburar como cualquiera dando clases en un secundario; después en el 73, hasta el 75 que nos corrió la triple A, trabajé en la facultad. Dicté literatura argentina en la UBA y teoría literaria en Rosario. Nos echó la triple A, no fueron necesarios ni los milicos, y nunca volví. En el 83 podría haber vuelto, pero nunca más di clases.
¿Ahí se encontró con el oficio de periodista?
No sé, más que oficio de periodista, diría laburar en los medios. Yo vocación periodística la verdad nunca tuve. Digo que me gusta escribir en los medios, mezclar la escritura periodística con la literaria, eso siempre lo hice. Empecé en La Opinión con Timerman (Juan Gelman dirigía la parte cultural), y luego en Clarín haciendo crítica de libros: como todos, haciendo primero lo que deberíamos hacer último. Porque antes de escribir libros uno ya está criticando los ajenos. También en el suplemento de Cultura de Clarín, año 71, que dirigía Osvaldo Bayer, lo primero que hice fue una crítica de un libro de Pasolini. Del libro no entendí un carajo de nada, pero la crítica me salió redonda: citaba a Todorov, a Barthes, quedé como un duque. Después, durante la dictadura, no escribí más: del 75 al 79 trabajé en Clarín como corrector. Fue un buen laburo, porque me permitió sobrevivir esos años. Mientras, en mi casa, escribí bastante literatura.
O sea que su interés era la literatura y desde ahí llego a los medios, pero sin embargo recién mucho después publicó libros.
Totalmente. La primera versión de Manual de perdedores, mi primera novela, estaba terminada el día que cumplí treinta años, en el 75. Todos nos proponemos cosas para ese momento, y yo la terminé el mismo día de mi cumpleaños. Tengo la copia original, pero tardé como diez años más en publicarla, por suerte, porque esa primera versión era bastante desastre. De hecho en la última edición de Sudamericana hay una especie de crónica de la historia del libro.
¿Y cómo llegó a Gárgola, que ha editado sus últimos libros?
Ellos han sido muy generosos conmigo. Hay un muchachito muy emprendedor ahí, Ricardo Romero. Me preguntó si tenía algo para publicar, y como tengo todavía compromiso con Sudamericana sobre las novelas largas, propuse hacer una compilación de artículos publicados. Pero cuando estaban haciendo la selección, les conté que tenía un libro de poemas atravesado hacía muchos años. Bueno, lo publicamos, me dijeron; ¡que te publiquen poemas, y encima de garpen por eso, en la reputísima vida! Me gusta mucho ese libro, Carta al Sargento Kirk, estoy contento de haberlo publicado porque tenía mucho miedo, son textos escritos durante muchos años. Pero ya está, lo hice, y como siempre uno verifica que para bien o para mal, nunca pasa nada. Escribís una novela de 400 páginas que es una obra maestra y no la lee nadie; escribís cuatro pelotudeces y sos Gardel. Uno nunca sabe el destino de los textos.
Qué duro.
No sé si duro, es así, y está bien. Porque eso te cura de muchas cosas. De las vanidades excesivas (todos los que estamos en esto tenemos nuestra vanidad), y te quita presión. Eso es lo bueno del periodismo, lo saludable que la cosa tiene que salir, hay que hacerlo, mal o bien sale y punto.
Como el fútbol: cuando te sale el marcador, algo hay que hacer.
Exacto, hay que resolver, y a veces saldrá mejor y otras peor. En la literatura muchas veces uno no hace nada por miedo, porque siempre podría ser mejor. Por eso mezclar registros está bueno. Después siempre hay soluciones, que en realidad son soluciones parciales, equilibrios inestables. Fijate el caso de Gelman: es un muy buen periodista, y cuando escribe periodismo es periodismo, transparente, y al mismo tiempo su poesía no está contaminada en absoluto por su oficio periodístico.
Con la diversificación de los registros mediáticos, ¿cree que existe el periodismo como género de escritura?
La verdad no lo sé, ni la menor idea: nunca he pensado en eso. Yo he tenido la suerte de poder escribir en los medios lo que se me canta, sin restricciones de medios, fines, fondos. En ese sentido Página ha sido muy rico para mí. Nadie te mira por encima del hombro cómo escribís. Me tiran un tema y yo capaz lo resuelvo con un poema, escribí por ejemplo sonetos sobre Menem, poemas sobre De la Rúa
¿Con qué plumas siente afinidad?
Con mucha gente. Generacionalmente creo que hay un montón de autores que tenemos algunas cosas en común, las experiencias de la niñez y la primera juventud, los que nacimos entre el 40 y el 50, el Gordo Soriano, el Negro Dolina, Carlitos Trillo, Feinman incluso, Saccomano que es un poco más chico, el negro Fontanarrosa ni hablar, todos nos formamos leyendo las mismas revistas, tuvimos la misma experiencia de la aventura, leímos cosas parecidas. Armamos no sé si una generación, pero sí un sector; tipos muy distintos con cosas en común: todos tenemos una relación no prejuiciosa con los medios masivos, entramos a la literatura por diversos lugares, coqueteamos con el policial, la aventura, el humor, la historieta.
¿Usted no ha vuelto a escribir historieta?
No, sólo en los 80 con Breccia. Es muy difícil escribir guiones. A mí no es lo que me sale, yo me quedo mucho con las palabras; puedo contar con imágenes, de hecho Perramus no tiene narrador, son todas imágenes y diálogo, pero me cuesta, no es lo que naturalmente me sale, soy muy palabrero, le busco demasiadas vueltas al asunto; por eso Perramus es tan recargada, porque tiene demasiadas cosas.
¿Hoy hay más aceptación para escribir sobre fútbol?
Sí, pero ese cambio un fenómeno externo a la pasión. Hoy el consenso lo dan los medios, que son la única autoridad, los únicos dadores de existencia: ser es ser percibido. Y como indican que hablar de fútbol es socialmente correcto, aquel desdeñamiento por alienante de la práctica deportiva, Sebreli, ha quedado un poquito aislado, ahora esa es la posición incorrecta. Son avatares del tiempo, hoy está de moda escribir de fútbol, no es un progreso, son épocas de las convenciones, Sebreli en algunas cosas tiene razón y en otras yerra como la pera. Pero hoy también hay toda una parafernalia, un aparataje crítico que descubre la pólvora como si fuera nuevo que mirar fútbol es una experiencia estética. Antes ciertas zonas de la experiencia entraban en lo escribible, hoy otras, pero no es un progreso, son vaivenes de lo convencional. Como decía Borges sobre no recuerdo quién, “le tocó, como a todos los hombres, vivir épocas difíciles”.
El programa en Telefé, ¿Cómo nació?
Claudio Villarruel quería hacer un programa de libros y pensó que yo podía hacerlo. Probablemente tenía en la cabeza algo como El Show de los libros, el programa del escritor chileno Antonio Skármeta. Este será no sobre escritores sino sobre libros, y por ahora se llama S.O.S. libros, pero el título no apunta a salvar a los libros, sino a que los libros te salvan, en términos prácticos. Tendrá un abordaje descontracturado, va a ser en primera persona, yo actúo de yo y me voy encontrando con gente, conversamos. Al comienzo de cada programa planteo un problema que tengo (ficticio), y ese problema me hace pasar por distintos libros. Por ejemplo: tengo que hacerle un regalo a mi hija, entonces pensar qué libro regalarle me permite hablar de Salinger, Hemingway, de Conrad, de Prevert, cada uno por distintas razones; me encuentro con el librero Marcelo Birmajer a comer unos fideos y charlamos sobre regalarle libros a las minas, con cuáles le fue bien, cosas así; voy al psicoanalista, voy al bar.
O sea que no es un programa de estudio.
No, vamos a distintos lugares, es un programa de media hora con mucha producción, tres cuatro días de filmación por cada episodio de media hora, visualmente muy lindo.
Es notable que el canal de más rating tenga espacio para eso.
Sí, el 11, que es una pantalla muy muy popular, con una audiencia masiva y amplísima, abre espacios distintos en su programación: el programa de cortos, por ejemplo, que es muy lindo, o el programa de jazz. El mío será un programa que si tiene tres o cuatro puntos, está bien. El piloto salió bien, me gusta, es una cosa digna; es una linda cosa. Yo tengo control sobre lo que voy a hablar, no hay ningún tipo de condicionamiento sobre editoriales, best sellers, nada de eso, elijo los libros, de qué hablo, cuento un cuento o recito un poema si me acuerdo.
Más de uno envidiaría que la experiencia de lectura, tan rica de por sí, sea además fuente de trabajo.
Es lindo, porque es una charla informal, como si te recomendara ahora un libro a vos, pero no desde el lugar de la erudición sino el vital, desde el lugar real que ocupan los libros en la vida que es el placer. Eso quiero transmitirlo todo el tiempo. No hay obligación ni necesidad; de hecho se puede vivir sin leer. Hay muchos mitos y discursos aparatosos sobre la literatura. Por ejemplo, que uno escribe para mostrar; en realidad uno escribe para enterarse. No todo se reduce a demostrar aquello que yo ya pensaba. En el caso de Sebreli y el fútbol, uno no le critica las conclusiones, que después de todo son opinables, sino el mecanismo: las conclusiones son previas al análisis, porque tenía el prejuicio arraigado y fue a buscar fuentes para ratificar aquello que ya había supuesto. Uno escribe para enterarse, si es sólo ejemplificar la tesis previa es literatura didáctica, que puede ser de izquierda, de derecha o feminista; aunque sean textos bien armados, la literatura es otra cosa: es ir avanzando para ir encontrándote con la cosa.
¿Cómo funciona eso específicamente en su ficción?
Yo escribo policiales, género que en teoría no te permite demasiado porque la trama tiene rigores que se te imponen, pero bueno, yo tuve la experiencia (por no poder hacerlo de otra manera) de no saber a dónde iba: aparecían los cadáveres y yo no sabía quién era el asesino. Entonces escribía para enterarme. Uno se regala mucho cuando escribe, si trata de que sea verdadero.
Nuestros grandes escritores son ejemplares en ese sentido, un Borges, un Bioy, incluso el mismo Cortázar, con esa mezcla de placer, gusto y revelación, siempre como una iluminación, siempre te están transmitiendo esa cosa hermosa que tiene la literatura de alguien que descubrió algo y te lo está transmitiendo; es hermosa la conmoción que te produce sorprenderte por lo bien que pensó y lo bien que escribió un tipo.
También sospecho de los que leen poco para que las influencias no los toquen, esas huevadas tipo “no voy a leer a Gelman, mirá si se me pega algo”, ¡ojalá que se te pegue todo! Si te molesta parecerte a tu viejo frente al espejo, te cambiás el bigote, pero te parecés, qué vas a hacer. Creo en las virtudes de la tradición, en la sensación de pertenecer a eso que no se puede describir desde afuera porque no se puede salir de tu tiempo. Los gestos demasiado aparatosos de las vanguardias de romper con su tiempo son los más marcados por la época y los que primero caen.
Lo mismo con ese discurso de pavor frente a la inmensidad de la literatura, de que no podremos leer todo, ¡buenísimo!, ¿no es hermoso que haya tanto que nunca puedas llegar a leerlo todo?, sería horrible si se pudiera y después te quedaras sin nada. Es como comer: qué suerte que siempre hay milanesas, siempre hay whisky. No podemos reconstruir por qué se escribió, bajo qué idea; lo único que queda es la obra, los textos, que no se definen por la intención, tienen vida propia; ya sabemos que el texto es poderoso en tanto no hay lectura que lo agote; pero al mismo tiempo cuando se escribe a propósito para quedar abierto a cualquier lectura, se siente que la teoría determina tu texto y entonces sólo se lo puede leer desde esa idea de la apertura o indeterminación como condición primordial de todo texto.

Fernando Peña

“No me considero apto para drogas”
Publicado en Debate, Octubre 2007


Peña básico
Aunque su padre Pepe era periodista deportivo, sólo tras doce años trabajando en servicio de abordo aéreo Fernando Peña, o más bien la cubana delirante que personificaba por micrófono para los pasajeros, llamó la atención de Lalo Mir, quien lo llevó a la radio, medio en el cual hoy lo escuchan 120 mil personas cada mañana (en Metro) y al que pocos pueden sacarle tanto jugo como él, con su genio esquizoide y sus muchas criaturas que discuten a través de una misma boca. Hizo pública su relación con la cocaína, su homosexualidad y su portación de HIV, temas que no quiere que lo agoten. En los últimos cuatro años hizo diez piezas teatrales y busca crecer como dramaturgo; además, está por lanzar un programa donde oficia de entrevistador en Canal A, El otro: “es un lindo desafío, con lo que a mí me cuesta salir del foco”.


No saluda con un apretón ni con un beso: junta las manos a la altura del pecho como rezando y asiente estilo japonés. “No es con vos, soy así, no me gusta. No me gusta tocar a la gente. Después voy y me chupo veinticinco pijas, sí, pero para el saludo no me gusta”. Fernando Peña no es una persona usual. Ya su biografía es notable, pero de movida él me pide que por favor “no hagamos mucha historia. Estoy –dice- un poco cansado de hablar de cómo empecé, si lo de Lalo fue verdad. Todo lo que escuchaste, fue así.”
Hablemos del presente entonces. Radio todos los días, presentaciones en el interior y Capital de Sit down tragedy [NdelaR: título que parodia las Stand up comedy]...
Yo trabajo de actor. Pero siento que en estas latitudes todavía ser actor es visto como algo hippie, te preguntan si sos actor de qué vivís. Y es un trabajo, punto. Además yo escribo mis obras. Estoy interesado cada vez más en dejar la actuación y volcarme a la dramaturgia. Ojo, yo siempre que planeo lo hago de acá a cinco años, aunque al mismo tiempo yo no planifico nada, es como una visión en mi cabeza porque sé que quiero cambiar mucho de acá a seis o siete años, no quiero estar a los cincuenta actuando en un escenario, o sí, pero una vez por semana o cuando yo quiera. Apunto a tener varias piezas escritas por mí.
¿Qué dramaturgia le gustaría investigar?
Me interesa mucho la raza humana, las conductas humanas, cada vez me asombra más que cada ser humano sea tan enormemente astuto e inteligente y torpe y estúpido, y encima funcionar una sociedad, cada vez me asombra más. Por eso me cuesta cada vez más relacionarme con gente, porque para mí ustedes ya son como bichos de observación que yo no elegí, yo no elegí el bicho que somos, obviamente tengo que convivir conmigo porque si no me muero, pero si yo pudiera ser mosca manteniendo el intelecto que tengo, lo hago, no me quiero mezclar más entre ustedes.
¿Nosotros las personas?
Sí, ustedes las personas. Tengo un gran resentimiento, una gran desilusión, creo menos que antes en la amistad, aunque tengo mis amigos, es una cuestión filosófica, no cotidiana. Vivo a través de una gran desconfianza, sé que el que hoy me llama genio mañana me mata. Cada vez tengo menos inocencia y por lo tanto menos ganas de interactuar socialmente, siento que nunca es genuino lo que se está diciendo, siempre hay un mensaje trastocado.
¿Es un estado de tristeza?
Sí, conlleva una tristeza, pero ya la tengo bastante digerida porque es algo que me pasa hace bastante. Por eso escribí, por ejemplo, mi obra Mugre, que habla del fondo mugroso que en realidad tenemos todos.
¿Por qué para esa investigación quiere dejar de actuar y escribir más?
A mí hablar menos me hace descubrir más al ser humano. Cuando estoy solo se me van ocurriendo párrafos de mis próximas obras de teatro. Todo me dispara a la dramaturgia. Cuando estoy contemplativo, metido en el caparazón, se me ocurren muchísimas cosas para escribir, y es porque estoy pasivo, en cambio si estoy actuando estoy activo, tengo menos perspectiva.
Pero su tristeza no será rotunda si todavía tiene sentido escribir y después mostrar, ¿no?
Sí, obviamente, no creo que haya un Peña vencido, hay un Peña harto, desilusionado y con poco tiempo para la estupidez. Hace pocos años que estoy dándome cuenta de que estoy envejeciendo, sabiamente. Hace cinco años no me sentía así, me sentía un muchacho maduro, pero no un viejo sabio. No me refiero a sabiduría de información. Cada uno tiene que tener la habilidad para saber en qué es ducho.
¿Sabiduría es haberse encontrado con usted mismo?
Sí, mucho. Saber muy bien qué no quiero más.
¿Hay cosas de usted que no quiera más, aparte de los otros?
Sí, miles. Si pudiera tacharlas con una lapicerita, cambiaría quinientas.
Ja ja, eliminar partes de la memoria de lo que uno es, como en el cuento de Macedonio Fernández, Cirugía psíquica de extirpación
Estoy listo para una cirugía psíquica auto diseñada.
¿Las drogas no se usan precisamente para eso? Era la idea de Lennon.
Sí, totalmente, totalmente, pero si las sabés usar. Es un tema muy delicado, muy delicado, a partir del cual muchos chicos jóvenes dicen “ah, sí, la droga”, y no, yo te estoy hablando desde un aspecto casi científico, burroughsniano, desde donde sí, las drogas y el alcohol sirven para esconder partes de uno o mejorarlas, lo que pasa es que es muy difícil y muy delicado hacer una afirmación así, porque el bobo que lo lee dice “ah, ves que hay que legalizar, está todo bien, Peña está de acuerdo”, y no. Son instrumentos letales que deben estar en manos de gente que sepa mucho del tema y de uno mismo, es para gente que se conoce mucho. Yo, que considero que me conozco bastante, todavía no me considero un ser apto para drogas. Ojo que yo no pierdo nunca el registro de lo que estoy haciendo, lo que estoy diciendo, cómo tengo la boca de seca, los ojos de abiertos, a ver si le pifio a una manija, pero así y todo no me considero apto. De todas maneras estoy un poco harto también de las drogas, de hablar de drogas. Últimamente veo que a mucha gente le parece algo cool, y no me parece a mí cool, me parece un evento no lejano a cagar o comer o coger o fumar tabaco, es algo más que demuestra lo mugroso que somos, y muchos jóvenes creen que los enaltece. Yo creo que la droga no tiene juicio de valor, es un dato eventual. Por consumirlo podés llegar a ser mucho menos o mucho más.
Como dice el Indio, “falopas duras en tipos blandos ahuecan corazones”...
Sí. Pero el rock and roll argentino hizo muy poco por las drogas y por los jóvenes. Solari sí es uno de los más respetados, pero para mí en el rock se toma el tema con bastante frivolidad, banalidad y poca información. Puede ser que después de estar diez o quince años quemado te salga una frase más o menos coherente, y así arrastran manadas de jóvenes que no saben la raíz cuadrada de nueve pero sí saben diferenciar distintos ácidos y dicen “eh, aguante” y rompen todo, que es la cultura argentina.
Está por publicar un libro, ¿verdad? ¿Cómo surge?
Sí. En las sobremesas yo hablaba siempre de mi vida como comisario de a bordo y la gente se maravillaba con esa conversación, incluso el más mataputos. Y un día vi muy oportuno dejar de hacerlo en sobremesas y hacerlo en el teatro, por una cuestión de facturación [NdelaR: la obra fue Gracias por volar conmigo]. Además era me pareció bueno para descansar un poco de esas obras mías que son puñaladas, enrostramientos, mirá lo soretes que somos, obras en las que yo sufro mucho porque quedo muy expuesto. Esta era para que venga mucha gente y yo descansar en el monólogo, llenarme de plata y divertirme. Agregando las anécdotas que quedaban fuera del monólogo, se hizo el libro.
¿Descansaba de usted?
Sí, del Peña de la denuncia, el justiciero. Era gasallesco, humor y se acabó.
¿El año que viene cómo lo imagina?
Soy muy malo planificando al corto plazo. Pero supongo que seguiré con la radio y haré teatro, seguiré viviendo. En el fondo no dejo de ser un burgués disfrazado de excéntrico.
Volviendo a su desilusión respecto de la especie, ¿cómo evalúa la gran cantidad de público que se engancha con su trabajo?
Me sorprende que se queden en las voces. Me irrita mucho eso, me pongo mal. Por eso cada vez estoy más encerrado. No pretendo vivir entre filósofos, pero sí que haya un poco más de sensibilidad, y de verdad, no hace falta ir a los libros, es un poco más de sensibilidad y salir de lo cómodo, lo pasatista, el sobrevuelo, la cáscara, que en este caso son las voces. En general la gente deja de lado la profundidad del personaje como reflejo social. Yo pretendo un filtro que no se establece. Se me llena el teatro de la gente incorrecta. Y ahí vienen los malos entendidos. Por ejemplo, Palito [NdelaR: es un personaje suyo que satiriza el habla “villera”] es una persona para quien la mujer es una persona que está para ser violada a los once, obvio, y si te nace un nene bueno, cosa tuya. Y si me preguntás a mí Peña si yo pienso eso y no, pero si la violaría, sí, pero yo tengo una cabeza con la que me reprimo y no la violaría. La realidad de Palito existe, la gente sin filtro, así como existe también la mujer de ultra derecha, todos son monstruos que no tamizan su pensamiento, manifiestan su capricho en la red social. Todos somos capaces de hacer cosas monstruosas. Pero la inteligencia es un instrumento represor muy valedero. Hemos aprendido un montón de palabras y las hemos prohibido; la represión es fabulosa, porque si no yo me violaría a una chica de once, y yo sé que en el fondo soy una persona conciencia, con corazón, con amor.
¿Valora la represión?
Auto represión. Una persona debe saber comportarse y expresar sus ideas. Esa es la libertad. Yo tengo que poder estar acá sentado con vos bajo armonía, porque estoy viviendo en sociedad. Eso que algunos llaman sistema para mí se llama libertad. Yo creo que debería estar libre el aborto, la droga, todo, porque ahí, cuando al ser humano le das todo libre, lo probás como ser pensante. Hacete responsable de tus actos. Hay que decidir libremente, sin represiones de leyes estúpidas, pero auto reprimiéndose, responsablemente.
Al mismo tiempo no sería de sorprender que alguien piense que Fernando Peña es una persona dada al escándalo.
Es escandaloso lo que yo provoco, pero yo no soy escandalizador. Mi trabajo es provocar, yo no hago bardo en un bar, en todo caso después hago un personaje con el que recreo esa situación desde un lugar provocador, pero me rescato al instante, salgo del personaje. Yo por ejemplo puedo tener o no las uñas pintadas, catorce aros y una pollera, y eso escandaliza, pero yo no estoy invadiendo a nadie. Por ahí pasa la diferencia entre ser respetuoso de las libertades y ser un tarado que merece ser encerrado porque perturba a los demás. Loco, sean jóvenes de verdad. Con más libertad, con más valentía. Es muy fácil escuchar Los Redondos todo el día drogándote, eso es de esúpido. Ahora, drogate, escuchá Los Redondos, escribí un libro, lee, se buen padre, lavate los dientes todas las mañanas, a ver si podés con eso, eso es libertad. Para mí, que fui el peor de todos, ser el más bardero no es ningún prestigio. El prestigio es el rescate. Para después morir. O volar al cielo, o lo que fuere; para ir elevándote tenés que rescatar, reprimir, ordenar. Para estar más libre.
Por lo que decía del filtro, ¿siente un conflicto entre masividad y desarrollo de un código propio?
Sí, todo ese conflicto está. Es muy frustrante cuando tu mensaje no sólo no es entendido sino que es entendido al revés, yo tampoco soy Artaud ni estamos en el siglo pasado, yo no estoy dispuesto a hacer un monólogo obvio, porque no haría más arte, sería un estúpido que denuncia, y no es lo mío. No estoy acá para denunciar, estoy para revolucionar. ¿Por qué no podemos ser un poco más sensibles?
La sensibilidad, según decía recién, ¿es una cuestión también de coraje?
Sí, por supuesto, la sensibilidad involucra la valentía. El que tiene coraje parte de la sensibilidad. El más corajudo es el más amoroso. El corazón de hierro es el más cobarde, el mafioso, el que manda a otro a hacer el trabajo sucio. Por eso cuando a mí me preguntan por mi sexualidad y por qué lo dije, y, porque para mí no tiene ninguna importancia, es un dato más, pasemos a otra cosa. Y siempre me vuelven a traer al tema. Cuando se da vuelta sobre eso también me frustro, parece que la homosexualidad fuera excluyente de la persona. Y siempre hay algo más, en todo. ¿Es necesario reducirnos a los roles de manual?
¿Su dramaturgia actual muestra estas ideas?
El primer monólogo de Sit down Tragedy habla del vuelco que hizo la sociedad: primero los militares y la homosexualidad ultra condenada, y ahora tan aceptado está todo que hasta los militares están bien vistos y está bien visto un militar puto. El número se llama Puto Militar, y el personaje, que se llama Peña Madre, empieza a hablar de eso y se enreda en su propio discurso, pero el mensaje es: ni putos ni militares, de una vez por todas seres humanos. Ni hijos ni aborto, voluntades. Yo estoy a favor de todo, incluso de los militares, pero con vocación y sentido común; madre porque sí, porque hay que ser mamá porque otra cosa no se puede, no, no sirve, es la que termina divorciada, con la cabeza quemada, al marido se le forma cuerpo de marido, los huevos se le llenan de leche porque tiene que coger con la misma mujer durante años. El que compra el personaje establecido, impuesto por la sociedad, ya sea militar, ya sea puto, porque ahora hay un montón de putos que a lo mejor no tienen que ser putos pero son putos porque es fashion ser puto, todo eso no sirve, empezemos a mirar qué queremos, cada uno. Ese es el monólogo.
¿Por un lado rescata la auto represión y por otro el respeto al propio deseo?

Hay que permitirse jugar con la idea de que uno volaría el aeropuerto de Ezeiza, incluso jugar a pensar dónde la pondrías y todos los detalles, para después volver, rescatarse. Pero no permitirse el buceo personal produce monstruos, que son después los que sí ponen la bomba. A eso apunta mi dramaturgia, y en eso estoy, exponiendo al ser humano como bicho, el orden y los falsos ordenamientos. Hay miles de pecados mal llamados pecados que por no ser llevados a una realidad se transforman en monstruos. Y disminuyen al ser.

Pablo De Santis

"El policial ha invadido toda la literatura"
Publicado en Debate, Noviembre 2007

En un año donde los escritores argentinos Martín Kohan y Ariel Magnus ganaron respectivamente los premios internacionales Herralde de Novela y La Otra Orilla (organizado por el grupo editorial Norma), Pablo de Santis se alzó con el Premio Planeta. La novela que lo hizo acreedor de doscientos mil dólares es un policial que transcurre parte en Buenos Aires y fundamentalmente en París en el año 1889: a punto de inaugurarse la torre Eiffel y durante la Exposición Universal. Allí se reúne la asociación de detectives más prestigiosa del mundo, para aportar su saber en la muestra total; el integrante argentino, fundador del grupo, no puede ir y en su lugar manda a su joven y nuevo ayudante, quien protagoniza la historia en cuyo curso se transforma en detective. El marco del relato está conformado por la tensión entre modernidad y tradición, entre el romanticismo esotérico y el positivismo. De Santis también traza distintos respaldos teóricos, platonistas y aristotélicos, para las formas de concebir el arte detectivesco -no exento del riesgo de caducidad acarreado por un cambio de época tan drástico-, y enfoca, en lo que propone como la originalidad central de la obra, en los adláteres, la figura del asistente del detective.
¿Qué sensaciones le genera un premio así a un escritor? ¿Más libertad?
Sí, por un lado sí. Pero yo siempre estoy en varias cosas a la vez y pensando en escribir. Lo que me desorganizó un poco mentalmente fue el tema de viajar, estuve meses presentando el libro en Latinoamérica. Acá no es tan frecuente pero en otros países la promoción del libro, que el autor acompañe el lanzamiento, es parte del trabajo.
¿La magnitud del premio ubica a este libro en un lugar preferencial sobre los otros en su perspectiva interna de su obra?
Yo tengo relación con la escritura, trato de no quedar pegado a la suerte, buena o mala, de mis libros. Tengo que seguir pensando en el libro siguiente. Hay gente que prefiere unos libros y gente que otra, nunca encontré consenso absoluto; tal vez en otros autores está más claro cuál es el libro fundamental, pero en mi caso varía mucho según lector.
Esta novela tiene dentro muchas historias, relata muchos casos, ¿es un homenaje al género?
Me planteé el libro con cierta veta “enciclopédica”, que hubiera muchos casos que ilustraran las distintas teorías sobre el hacer detectivesco. Después tuve que balancearla un poco, porque había tantos casos laterales que apartaban la atención de la trama principal.
El narrador también tiene momentos casi filosóficos, ¿esas reflexiones las encuentra en el género o ya forman parte de usted?
Forman parte del humor de la novela. El género permite todo. El policial, que apareció como algo un poco aparte de la literatura, la ha invadido toda, está presente en todas partes. Todos los escritores en algún momento se acercan al policial, el Nobel Coetze, Dostoievsky con Maestro de San Petesburgo, dentro de los ingleses Kazuo Ishiguro, Martín Amis, Julian Barnes, también Paul Auster, además de los grandes escritores de policiales, como James Elroy, que se ha convertido en uno de los grandes escritores de hoy, cuando antes estaba en un lugar un poco aparte.
¿Y hay algo de las formas de estructurar la narración policial que ha invadido incluso géneros no estrictamente policiales?
La idea del enigma estuvo siempre en la literatura. De alguna manera uno lee una historia para descubrir algo que no sabe, que puede ser el final de la historia, puede ser una historia anterior no cerrada. Ya la idea del enigma en la poética de Aristóteles, que habla del reconocimiento, en la tragedia, es el momento en que se sabe la verdad del personaje, que puede ser su identidad, algún secreto. Lo que hace la novela policial es poner en primer plano esta idea del misterio que hay en toda narración. Y le adjudica a un personaje, por lo menos los policiales clásicos, el detective o policía, ser el encargado físico de averiguar el misterio.
¿Ese personaje es el lugar del lector en la novela? En El enigma... sólo en la resolución el detective piensa algo sin avisárselo al lector.
Creo que sí, fijate que en el momento en que oculta algo, ahí es cuando se convierte en detective. Como ocurre en las novelas, uno ve a Sherlock Holmes que expone su razonamiento, pero el razonamiento verdadero, el que va a llegar a la solución del caso, no lo expone hasta el final, para que sea sorpresivo al lector, es algo que corresponde al código del género. Por otra parte, a mí siempre me había llamado la atención cómo se repetía en el género el tema de las parejas, el Watson, los adláteres. El género nace con el personaje de Poe, Dupin, donde a la vez hay un narrador que es amigo de Dupin, en Los Crímenes de la calle morgue lo presenta a Dupin como una especie de aristócrata caído en desgracia y éste se ocupa de darle alojamiento, le permite sobrevivir porque el otro es un genio que no sabe ganarse la vida. Además, el que es un genio, el que tiene el método, ese no escribe, no es el que cuenta las aventuras; el que no sabe es el que escribe, el asistente, que de alguna manera es un compañero del lector. Cuando los detectives aparecen hablando en primera persona, ya no son los genios, son hombres como cualquiera; genios son cuando los cuentan los otros. Yo pienso siempre mucho los argumentos, pero cuando me decido a escribir es porque hay algo más que el argumento, hay un centro, un núcleo que permitirá alimentar continuamente la historia hasta el final. Y en esta novela eso fue la cuestión de los adláteres, su complejo de inferioridad, sus ambiciones, etcétera.
¿Y la ubicación? ¿Qué lo atrajo de París en 1889?
Una novela siempre crea una ilusión espacial, así transcurra en Buenos Aires. Pero ese momento me gustaba por la Exposición Universal, por un lado, y también el tema del esoterismo, al que fui llegando por distintos autores. Los esotéricos se oponían a la construcción de la torre, eso que aparece en la novela era así. Y la torre siempre es un símbolo de centro del mundo.
Es un libro sin modismos argentinos....
Creo que siempre hay un modo de escribir y de hablar argentino.
En la novela dice: “los argentinos estamos condenados geográficamente a hablar demás”.
Sí, pero a la vez, en la escritura, a hablar de menos. El tono de escritura argentino es muy contenido. Comparando con España por ejemplo, nosotros usamos menos palabras. Y a la vez tenemos una especie de pudor ante lo demasiado literario, tratamos de construir siempre los textos sin palabras extremadamente literarias. Por más que sea un lenguaje tan poco coloquial como esta novela, tratamos que las palabras sean de alguna manera un léxico perteneciente al mundo de lo coloquial, nunca vamos a decir cosas como “atisbé por encima de mi hombro”, palabras que están sólo en los libros. Siempre el lenguaje oral está presente, por más que se trate de una novela de este tipo, que intenta eliminar todas las palabras vinculadas con el presente, lo cual es todo un trabajo. Es un poco como el juego de la literatura, uno pone reglas, construye un verosímil y tiene que manejarse dentro de ese mundo, evitar las contradicciones internas, pero siempre la literatura es una construcción ilusoria. Ponerme reglas, límites, me incentiva, no me frena. Por otra parte es lo que me gusta leer.
¿Qué libros fueron los que más le gustaron este año?
Este año me gustó un libro que se llama Jonathan Strange y el señor Morrel, de una escritora inglesa que se llama Susana Clarck. Es literatura fantástica, de dos magos ingleses que reaccionan frente a la amenaza napoleónica. Yo hace unos años que estoy haciendo una especie de enciclopedia de literatura fantástica, entonces leo mucho del género. La organizo por autores y por temas, no por libros. Voy armando borradores, notas. La idea es también analizar las teorías sobre el género, un libro largo.

Dani Buira - La Chilinga

“El arte es una revolución oculta”
Publicado en Debate, Septiembre 2007

La Chilinga es una banda y una escuela popular de percusión, en cuyo flamante cuarto disco, Raíces, que recorre varios ritmos de folclores afroamericanos con el tambor como protagonista, grabaron doscientos cincuenta personas. Es que el arte en La Chiligna es, ante todo, una herramienta de reconstrucción del tejido social: sus más de seiscientos alumnos a pagan entre cinco y treinta pesos mensuales. Con cuarenta docentes, la carrera completa es de seis años, pero “la gran mayoría termina y no se va, se quedan en la escuela como grupo de percusión”, cuenta Daniel Buira, fundador del proyecto hace doce años, cuando aún era baterista de Los Piojos. La escuela tiene tres sedes propias (en Palomar, Saavedra y Florencio Varela) y da talleres en varios centros culturales y las universidades de Lanús y La Plata. Cada curso funciona como “bloque” de percusión y constantemente tocan en apoyo a hogares infantiles, escuelas y organismos de derechos humanos.

¿El baile es parte de la situación musical?
Creo que en la raza negra sí. En Africa el que hace percusión también canta y danza. Pero en Buenos Aires la danza no es tan popular culturalmente. A la gente que viene a aprender a tocar a la escuela le cuesta mucho moverse. Esto tiene que ver con que acá en el sur la percusión tiene un pulso rítmico más ligado a las acentuaciones en tierra, mientras que ya en el Caribe las acentuaciones son más arriba, en el aire, e incitan a moverse más. En Cuba, Brasil, Colombia, ves tipos volviendo de trabajar en saco y corbata que si se cruzan con dos tocando el tambor se ponen a bailar. Nuestra cultura no está muy ligada al tambor. Aunque tampoco veo mucha gente bailando tango en la calle. Estamos lejos de esa soltura.
Ustedes son de tocar mucho en la calle, ¿por qué?
Tocamos mucho más en la calle que en escenarios. Fin de semana por medio lo hacemos, tal vez no circula mucho porque se arman con poca anticipación y es en apoyo a organizaciones, o en colegios, plazas, hogares, etcétera. Intentamos que los grupos que van a tocar aprendan a sensibilizarse desde la música hacia el fin. Que el chico que viene a aprender a La Chilinga no tenga como única meta un escenario, entonces los hacemos tocar en muchos otros lugares. En seguida los pibes descubren cosas que no sabían que podían hacer a través de un tambor yendo a un lugar.
¿A qué fin te referís?
No es muy común que un grupo de veinte chicos vaya a tocar percusión para los niños de un hogar, y los ves tan felices, tan contentos, saltando, que te sensibiliza en seguida. El fin es el regalo. El regalo que le estás dando a ese chico. Porque no sólo escuchan: después de tocar, los chilingos se ponen a enseñarles un rato. La cadena seguiría armando ahí luego un taller, y el siguiente eslabón sería armar un programa... Pero es muy difícil esa etapa y ya no depende de nosotros solos.
¿O sea que La Chilinga hace una doble labor sobre social, una con los alumnos y otra con los lugares donde tocan?
Sí. Hace unos años atrás te hubiera dicho que nos dedicábamos mucho a llegar siempre a los chicos en situación de riesgo. Pero hace tiempo es tan importante para nosotros el ocio creativo de los chicos de clase media como los pibes en situación de riesgo de clase baja. Porque está todo muy rápido, viste, la vida está muy a full. Es importantísimo que una persona de clase media rompa el esquema de ir del laburo a la casa y viceversa, aprendiendo una actividad artística. Ves desde doctores y abogados hasta chicos que venden cosas en colectivos, de todo, ahí dentro, y sin embargo se habla el mismo idioma. Según mi punto de vista, el arte es una revolución oculta. Podés tirar todas las bombas que quieras, pero al folclore no lo vas a parar nunca. Siempre está adentro esa cosa artística, y hay que dar condiciones para que se desarrolle. Y ya se sabe las cosas que se han hecho con una pluma, o con la música.
Aunque tal vez no cambie el mundo como tal, al que lo hace le cambia la vida.
Totalmente. Recuerdo una nota que leí sobre una tribu (creo que boliviana), cuyo dios era músico. Entonces todos los niños tenían que aprender a hacer arte, música, pintar, lo que sea. Me morí, qué ganas de conocer esa tribu. Para mí el arte es una forma de meditar. Es bajar un cambio de toda la porquería que hay hoy en día. A la velocidad que avanza el mundo, uno ofrece esta cosa artística que tiene que ver con lo primitivo, lo ancestral, y por ahí pasa esta revolución oculta.
¿La velocidad de las cosas atenta contra la producción artística?
Sí, pero además creo que no hay un incentivador artístico. No me parece que estemos en una política cultural como país. Son muy poquitos dentro del Gobierno los que pueden hacer algo culturalmente y no alcanza en absoluto. A mí me genera mucho desentusiasmo ver que hacen festivales al aire libre que salen 250 lucas, con esa guita hacés una escuela de arte. Están muy bien los shows de verano, pero me parece que hay que empezar desde más atrás, hacer escuelas. Que la gente aprenda, no sólo consuma. Los conciertos me parece que tienen más que ver con un país desarrollado.
Planteás que la percusión remite a lo ancestral, primitivo, pero su difusión en la música local en los últimos diez o quince años, ¿no empezó en gran medida mediante su presencia en bandas de rock como Los Piojos o los Cadillacs?
El rock es el disparador de montones de culturas por la fuerza que tiene la juventud. La juventud es el camino más rápido de los cambios culturales. Pero los tambores no sólo tienen que ver con lo primitivo, sino también con el cuerpo, mucho que ver con el percutir, el latido del corazón, toda esta cosa rítmica. Además es un fenómeno social: está en todas las marchas, estaba en las guerras, en las canchas de fútbol, eso no pasa con el bajo o el saxo. No diría que la percusión está de moda, la moda es Gran hermano.
¿Cómo fue tu proceso? ¿Te diste cuenta en un momento que La Chilinga se transformaba en una escuela?
No, de entrada armamos una especie de escuela. La Chilinga nace sobre la base de los chicos de Los Piojos: en esa época vivíamos juntos y ellos quizá fueron mis primeros alumnos. A las dos o tres semanas ya éramos quince o veinte. Por entonces yo viajaba mucho a Bahía, donde hay varias escuelas de percusión, y a eso quería apuntar. Entre el 95 y el 2000, que fueron los cinco años que estuve en Los Piojos y La Chilinga a la vez, la escuela creció muchísimo, a tal punto que era bastante complicado seguir con ambas. Desde por cuestiones de tiempo hasta políticas.
¿Políticas?
Bueno, Los Piojos siguen cuidando mucho su imagen, mostrarse poco, y yo en esa época necesitaba salir, estar. Obviamente mi alejamiento de la banda tuvo que ver con cuestiones personales, y también musicales. Ya era muy famosa y mi rumbo no era tan buscador de otra clase de amigos. La Chilinga apuntaba más a la calle de barro. No puedo entender cómo están un año y medio sin tocar, yo no puedo estar más de dos semanas, entonces bueno, cuando miro para atrás veo que eran caminos diferentes. Yo estudié toda mi vida, viajé por todos lados, y no quise que eso fuera para tener un show cada tres meses.
¿Y ahora? ¿Tu presente en La Chilinga es de felicidad?
Sí, la verdad que sí. Me cuesta un poco decirlo porque uno está tan tomado por miles de las tareas que cuesta un poco mirar en perspectiva, hay seiscientos y pico de alumnos y casi cincuenta personas que trabajan en la escuela, mi responsabilidad es grande.
¿Lo sentís una especie de militancia política?
Culturalmente sí. La política entra en todos los aspectos, sobre todo cuando estás diciendo algo. La Chilinga está claro dónde está y dónde no, hace doce años que acompañamos a las Madres, a las Abuelas, a HIJOS.

Marcelo Birmajer

"Las mujeres hermosas son como países petroleros"
Por Agustín J Valle - Publicado en Debate, Junio 2007

Marcelo Birmajer es uno de los más prolíficos escritores argentinos, con “al menos treinta” libros publicados, como dice, en menos de veinte años, y traducciones a nueve idiomas, aunque él aclara que “la cuantía no dice nada, no asegura calidad ni habla de un desprecio por ella. Yo vivo de escribir y además no sé hacer ninguna otra cosa, entonces produzco todo el tiempo”. Ha colaborado en más de cincuenta medios gráficos de habla hispana desde que comenzó en la revista Fierro, donde conoció al escritor Pablo de Santis, gracias a quien se acercó a la literatura para niños y adolescentes en la que tuvo gran éxito: su libro Un crimen secundario vendió, asegura, más de cien mil ejemplares.
Su flamante novela, Historia de una mujer, distribuida por Seix Barral, es para adultos, público para el que se permite levemente más digresiones y reflexiones que en la llaneza de las ficciones para chicos, aunque siempre se piensa como un contador de historias de fogón. Nuevamente más inmerso en la temática de los vínculos amorosos y sexuales de nuestra sociedad, Birmajer escribió sobre Isabel Mansalvi, “la Cleopatra argentina”, una mujer esclava de su belleza inmune al paso del tiempo alrededor de quien los hombres llegan a las más insólitas acciones. Siempre cuidando la diversión del lector, la trama sucede intrigas y volteretas desopilantes de humor sarcástico. “Hace mucho que no sentía tanta libertad al escribir”, explicó el autor.

¿La novela tiene cierto trabajo de ingeniería en el armado del suspenso? Y a medida que avanza usted se va soltando, ¿no?
Yo nunca dejo nada al azar en las novelas, cada piolín que tiro tiene que llevar a una madeja concreta, así que eso hay que reviso mucho, todo tiene que coincidir, no puede haber errores de filiación de los personajes, épocas, y sobre todo de trama. Cada acción tiene que respetar la coherencia integral de la historia.
Creo que es una novela desaforada. Como pocas veces en los últimos años en mi producción sentí esa palabra tan peligrosa que es libertad. La libertad puede conducir a la escritura automática, a un relato onírico, que para un escritor como yo, respetuoso de la estructura y que pretende ser tradicional, de pronto es un impulso que tiene sus riesgos. Pero lo disfruté, no me puse ninguna traba salvo mantener la linealidad y la coherencia interna de la historia, pero con exageraciones, con grotesco, con un costumbrismo falsificado, porque uso expresiones típicas de los porteños aunque no es una novela coloquial, es una novela más fantástica que realista a pesar de que no hay ningún dato demasiado fuera de lo común. La libertad fue no buscarle significado completo o conclusiones únicas a las cosas que se me iban ocurriendo.
En la novela impera el humor a veces de fondo y a veces abierto, pero también aparece una cara solemne, ¿cómo lo regula?
Sí, hay momentos melodramáticos. Sobre todo en torno al personaje del niño. Es cierto que el tono salta como una púa sobre un disco, pero es el mismo disco. La verdad es que este libro no me lo explico, ni por qué lo escribí ni por qué voy siempre en la cornisa entre realismo, la seriedad y la ironía. Que no es exactamente ironía; más bien sarcasmo, cinismo.
¿De qué figuras se ríe en esta novela?
Me río de todos, salvo del chico, de él no me puedo reír. De todos los demás me río; me río de Isabel, aunque mientras escribía la humillé mucho más que lo que salió publicado, me iba imaginando cosas más terribles con ella. Pero yo ya escribí historias pornográficas, para mi libro Eso no, y en otros textos míos aparece el sexo, y no me resultaba del todo atinado, me pareció que quedaba desajustado. El sexo concita demasiada atención, aparta al lector de la trama. Me parece peligroso el sexo en mi literatura. Es como la lucha armada: si vas a matar a alguien tenés que estar muy seguro del resultado previamente. Con el sexo lo mismo: si lo voy a poner tengo que estar muy seguro de lo que va a pasar. Yo a Isabel nunca la entrego. Pero volviendo a la pregunta, sí, me río de todos los personajes, que es un poco reírse de la condición humana; me río de mí mismo.
¿Se puede interpretar que Isabel a la vez víctima y a la vez causante de sufrimientos masculinos por doquier?
Es que ese es el sentido de la belleza, tiene una fisiología frágil; la belleza es por definición frágil. Yo no creo en la belleza masculina, creo que el hombre tiene otros atractivos, vinculados con la capacidad de mando, con el poder, por eso hay hombres mayores con mucho poder o gran capacidad de seducción que conquistan mujeres jóvenes y no sucede al revés. La belleza es intrínsecamente frágil, pero tiene un poder destructivo. Es como el vidrio: fácil de romper, pero puede matar. La fragilidad no es debilidad. Y eso lo comparten todos los seres humanos. Por otro lado, la amenaza de la propia desaparición tiene un impacto en el otro por muy poderoso que sea, y cuando una mujer bella dice “yo me puedo matar”, como Isabel en un momento, es la amenaza de perderla para siempre, y no hay con qué evitarla.
La belleza, especialmente en los argentinos, provoca dos afanes muy fuertes: el afán de posesión y el afán de destrucción. La mayoría de los hombres de a pie de la calle que uno ve, ante una mujer hermosa, lo que les surge es el impulso de lastimarla, hacerle sentir el poder, los comentarios frente a las vedettes son siempre agresivos: te quiero romper, te quiero matar, te hago mierda. No veo nada de condenable en eso, en tanto no se materialice un daño. Ahora bien, tampoco intenta mi novela ser una radiografía ni tener valor sociológico, pero sí algunos paralelos, observaciones superficiales sobre las relaciones entre hombres y mujeres. Hay muchas mujeres asesinadas en Argentina, y el cincuenta por ciento son muertas por sus maridos, amantes o novios. Ahí hay algo muy raro. Isabel en un momento asume internamente que se dejará golpear por su marido siempre y cuando sea con la mano abierta y no la haga sangrar; es el punto patético, porque a la vez tiene una completa incapacidad para decidir por qué está con ese hombre.
Ella no decide nada en toda la historia, o casi nada.
Yo creo que es como un país petrolero: sus dotes, sus dones, la hicieron incapaz de desarrollar cualquier otro recurso, especialmente el de la voluntad.
¿Qué anhela producir en sus lectores, qué efectos quiere de su literatura?
Creo que la literatura es inútil, pero que un libro tiene que ser útil. Tiene que ser un libro que se pueda entender. Tiene que ser un libro que te puedas llevar a la playa. Que te puedas sentar a leer. Y yo creo que la utilidad del libro es por un lado el conocimiento (que es la única riqueza que nadie te puede quitar), y por otro lado darle sentido a la vida. El sentido de la vida tal vez es comprensible, pero no explicable. Se puede sentir en una trama, pero no es inteligible y es muy difícil de transmitir. Creo que ahí también hay algo de por qué uno escribe: para darle sentido a la propia vida y, como único metalenguaje que puedo pensar, darle al otro ganas de vivir. Para mí la literatura perdurable surge de la discreción, no de los grandes enunciados vanguardistas. A mí me parece que del surrealismo quedó muy poco, mientras que de los textos clásicos sigue quedando lo que el surrealismo se proponía. El poder de los sueños está en los relatos tradicionales, y de la declamación de los sueños no queda nada. Todo cambia, menos las vanguardias.

José "Pepe" Nun

“Kirchner se dedicará a armar la fuerza nacional”
Publicado en Debate, Mayo 2007


Licenciado con honores en Derecho y Economía en la Universidad de Buenos Aires y luego de politólogo en París, José “Pepe” Nun dedicó su vida a investigar lo político, tanto en el Conicet como en diversos centros académicos de primera línea internacional, donde su obra es material de consulta permanente. Recién cuando Néstor Kirchner –a quien asesora desde que empezó su mandato- le pidió que sucediera a su bien conocido Torcuato Di Tella al mando de la Secretaría de Cultura de la Nación, a fines de 2004, a sus setenta años, Nun se embarcó por primera vez en una tarea de la gestión pública.
En estos casi dos años y medio se moldeó como un capitán ejecutivo de políticas estatales, de manera que enfatiza el relato detallado de la importante cantidad de acciones que realiza la Secretaría, pero también desenfunda, si es requerida, su profunda lucidez sobre la coyuntura política actual, desde la camiseta del gobierno al que pertenece.

Su gestión apuesta fuerte al Bicentenario ¿Le preocupa que no se genere fervor popular?
No, creo que lo vamos a suscitar. Estamos con mucha iniciativa y cada vez más gente, sobre todo de las provincias, se nos está acercando; está creciendo el interés por el bicentenario a ojos vista. Los argentinos no tenemos la tendencia anglosajona a planificar con una gran anticipación las cosas, y en los tres años que faltan vamos a ser capaces de generar ese fervor. Lo que usted me está preguntando en verdad es si nos sentimos en condiciones de fortalecer la identidad nacional, y yo creo que el bicentenario es un gran pretexto para lograr ese objetivo, para hacernos pensar cómo hemos vivido juntos hasta acá, cómo podemos seguir viviendo juntos. Reestablecer ciudadanía e identidad nacional es nuestro objetivo de máxima.
También las identificaciones políticas clásicas se han derrumbado. ¿Cómo se organiza, en año electoral, el tablero de opciones políticas, izquierda y derecha, malos y buenos?
La pregunta es tan importante como compleja. Lo único que uno puede decir con relativa seguridad es que en la Argentina no hay partidos políticos nacionales. Un partido político como el Justicialista en es realidad un agregado de partidos provinciales.
Chacho Alvarez hablaba de confederación de intereses.
Exacto, una confederación. Y el radicalismo ha quedado diezmado. Desde el momento en que hay cinco gobernadores radicales K repudiados por el resto del partido a su vez dividido entre los lavagnistas y los artacistas. El otro día Rosendo Fraga decía que el radicalismo es un partido sin fuerza política y el justicialismo una fuerza política sin partido. Creo que la frase es muy discutible, porque en algunos lugares el radicalismo tiene fuerza política y tampoco se puede hablar del justicialismo como una fuerza; dentro suyo hay todo un arco político.
Esa pluralidad oficial es acaso la que permite que usted esté ocupando este sillón.
Absolutamente. Ahora, esto no deja de generar problemas institucionales importantes, porque una cosa es que en la función pública se pueda descansar en el respaldo de un partido que provee cuadros convencidos de una visión común de la realidad, y otra cuando eso ha sido pulverizado. No está ocurriendo solamente acá, aunque tal vez aquí sea más marcado que en otros lados porque Argentina nunca tuvo realmente un sistema de partidos, eso es lo que nos diferencia fuertemente de Chile y Uruguay. Pero Brasil está en la misma situación que Argentina.
Considerando tanto esa ausencia de partidos como la crisis de la representatividad, ¿Cómo se relacionan actualmente los políticos y la población?
Hay que distinguir niveles de políticos. Está el puntero, que establece una relación eminentemente clientelística tratada peyorativamente en general ‘por los órganos de prensa bienpensantes, pero yo creo que debe ser tratada en forma bastante más matizada, porque la relación entre el puntero y su clientela es de doble vía y estable (los estudios al respecto de Javier Auyero son reveladores). Otro tipo de político es el que está inserto en el aparato del Estado, desde donde reproduce prácticas similares. Y después está el político que establece una relación imaginariamente personal con el votante, a través de los medios de comunicación. De allí la necesidad que hay de una exposición permanente, de estar hablando todo el tiempo. Y tratando de eludir temas que resulten urticantes o tiendan a hacer perder votos. Entonces se da una especie de fuerza centrípeta que lleva a que las posiciones de los candidatos se parezcan, mucho. Creo que es importante que haya presiones para que se pongan en evidencia los cortes, las diferencias.
¿Cuáles podrían ser los argumentos específicos del oficialismo para escapar de esa homogeneización?
En primer lugar, Néstor Kirchner reestableció la autoridad presidencial en la Argentina, que cuando asumió estaba absolutamente devaluada. Tuvo que reconstruir el papel del Presidente en este país. Después, su lucha auténtica por los derechos humanos. La Obediencia debida y el Punto final no desaparecieron por generación espontánea y la anulación de los indultos es un paso adelante enorme del país. Además ha conducido la economía con una mano muy firme que permitió una recuperación inesperada. Es una hazaña indiscutible haber disminuido la pobreza a la mitad. Lo que no significa que un veintitanto por ciento no sea bochornoso, por eso Kirchner dice que aún estamos en el infierno. Lo que hay que marcar es la tendencia. Se percibe en el aumento del consumo. Porque hay una dimensión que es la generación de empleo, otra que es la estabilidad monetaria, y no se puede apostar a las dos simultáneamente. El neoliberalismo siempre opta por la estabilidad monetaria, inflación cero. Ahora, si usted apuesta al crecimiento del empleo, imprescindible para la justicia social, para que el crecimiento se transforme en desarrollo, necesariamente va a pagar la consecuencia de un cierto aumento de precios, porque la demanda va a estar creciendo más rápido que la oferta. Nadie dijo que esto sea catastrófico. En realidad, estudios de la UNCTAD, el organismo de ONU dedicado a los temas de comercio y desarrollo, muestran que una inflación del 15 o 20 por ciento anual es un precio absolutamente lógico para pagar en un proceso de crecimiento rápido y de distribución del ingreso.
Me refería más a hacia dónde apuntaría usted los cañones en esta nueva etapa.
Hay una enorme cantidad de tareas pendientes. La reforma impositiva, que es la condición para una redistribución del ingreso necesaria para reducir las enormes desigualdades que existen en el país. Es muy difícil, como lo prueban las reacciones desmedidas contra las retenciones a los ingresos por exportaciones agropecuarias, que, quiero señalar, son inferiores en un 50 por ciento a las que durante Onganía impuso Krieger Vasena.
La reforma judicial es un tema mucho más complicado; se hace mal, creo, en llamarla reforma, porque necesariamente se trata de una transformación de todo el poder, donde salvo que hubiera habido una revolución no se puede cambiar a piacere a los jueces. Es un proceso necesariamente largo. Fíjese que cuando el Presidente hizo un comentario absolutamente legítimo cuestionando las demoras inusitadas de la Cámara de Casación, uno de los diarios más influyentes del país tituló su editorial del día siguiente “El fin de la República”. Quiero decir: es un terreno minado, donde se tiene que avanzar con mucho cuidado.
Aquí hay un tema de la mayor importancia que es el tema comunicacional. Soy un convencido de que si a la población se le explica cómo son las cosas, qué es lo que se quiere hacer y por qué, en su mayoría está en perfectas condiciones de entenderlo. Hay que trabajar más en materia comunicacional; creo que el gran motor de las transformaciones que tienen que producirse es el apoyo de la opinión pública.
Sin bien hay muchas complicaciones para poder predecir el voto, en el caso de un gobierno tan exitoso como este, que además va a promover una figura de fuerte impacto popular, sea el Presidente o su esposa, están obviamente dadas las condiciones para un triunfo muy claro. Particularmente si se tiene en cuenta la desarticulación de la oposición.
¿Sigue prefiriendo la candidatura del Presidente para aprovechar su experiencia adquirida, como expresó en Julio pasado?
Bueno, yo desde entonces he matizado ese juicio, tomando en cuenta otro elemento, un análisis que no me parece desatinado. Si quien se presenta a la elección es nuevamente el Presidente, a los dos años se va a transformar en lo que los anglosajones llaman un pato rengo: todo el mundo sabrá que le quedan dos más y allí termina sí o sí. Como consecuencia pierde autoridad y la cuestión es a favor de quién. Si tuviera un partido sólido detrás que lo respaldara, se haría cargo de robustecer esa autoridad que el Presidente podría perder por su alejamiento inminente de la escena. Ahora, si lo que tiene detrás la confederación de la que hablamos antes, esos dos años pueden volverse dos años de terribles enfrentamientos que debiliten profundamente la gestión del gobierno. Por supuesto esto no tendría por qué ocurrir si el éxito de ese segundo mandato fuera tan espectacular como el primero, pero es hacer una apuesta muy fuerte, uno no controla la innumerable cantidad de variables de la situación política nacional e internacional.
Entonces, desde esa perspectiva, un gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, quien está claro que está amplísimamente calificada para desempeñarlo y en estos años también adquirió una gran experiencia, tendría la gran ventaja adicional de que a los dos años no sería un pato rengo, tanto por su posible reelección como porque su propio marido podría ser candidato.
Yo estoy convencido, lo dije varias veces, que el Presidente es el mejor político en actividad que hay en Argentina. Tiene una intuición y una sensibilidad políticas que no tiene ningún otro. Y creo que esta ecuación de aprendizaje en la función versus pato rengo sin partido de respaldo la intuyó rápidamente y es lo que tuvo en cuenta cuando comenzó a hablar de la candidatura de su esposa.
En la era Merkel, Bachelet, Hillary, ¿la candidatura de Cristina gana prestigio de modernidad?
Cristina tiene una sólida trayectoria legislativa de muchos años, lo que también le ha dado un gran aprendizaje acerca de la cosa pública. No es que el país tenga que optar por ella para modernizarse, no creo que eso esté tan en juego como la continuidad del proyecto. Particularmente, para que el Presidente pueda dedicarse a armar ese partido político que falta. El se dedicaría entre otras cosas a recorrer el país para construir esa fuerza política de consistencia orgánica nacional que el Frente para la victoria hoy no es.
O sea que la fuerza se construye desde arriba hacia abajo, al contrario del modelo tradicional donde se crece hasta llegar al poder.
Sí, es cierto, pero la historia argentina es muy particular y ha llevado a esta situación. Hoy lo que surge más bien de abajo tiende a fortalecer los liderazgos locales, que son los que no encuentran articulación con un movimiento nacional, que es lo que ahora hay que poner en marcha. Y soy un convencido de que en esto una idea fuerza como la del bicentenario puede jugar un papel de enorme relevancia, si uno lo considera no solamente como una celebración que tendrá lugar en el 2010 sino como la posibilidad de un momento de gran entusiasmo colectivo en que se revisan la manera en que convivimos los argentinos, en que asumimos nuestra identidad nacional y en que le damos soporte para que pueda desplegarse. Creo que el Presidente está pensando en esa tarea, su obra del bicentenario es dotar a la Argentina de una fuerza política organizada de nivel nacional, articulada, de la que carece. Sería una tarea histórica.

Horacio Fontova

“Una vez me echaron de la comisaría”

Publicado en Debate, Julio 2007

Fontova Básico:
Nació en 1946 en una familia donde todos, desde los abuelos, eran músicos clásicos profesionales. Dibujante nato, desde 1976 fue director de arte de la revista Expreso Imaginario. Entre el 82 y el 91 publicó siete discos, con Fontova trío y luego Fontova y sus sobrinos; en el 89 llenó el estadio Obras bajo la consigna “Fontova Presidente”. En TV coprotagonizó Peor es Nada con Jorge Ginzburg, y formó Delicatessen con Fabio Alberti y Diego Capusotto. Protagonizó el film El regreso de Peter Cascada, y publicó el volumen de cuentos Témpera Mental.

Lleva en la sangre mate y peperina, quiere una novia pechugona y esas son sólo dos de las cosas inolvidables del Negro. Luego de surfear en la gran laguna del hippismo en los setenta -que hoy analiza desde una perspectiva crítica-, durante la década del ochenta fue el principal investigador del rock y la música rioplatense como espacio humorístico, “porque si no te reís, morís, dicen los gauchos”, lo que comenzando los noventas lo llevó a la masividad televisiva de Peor es Nada, junto a Jorge Ginzburg, donde mostró sus dotes actorales interpretando a Sonia Braguetti, la bigotuda que hizo a Maradona, como a tantos otros, relatar en público su debut sexual. “Eso me desvió un poco de la música, porque la televisión te chupa”. Estuvo –entre más tele, teatro y películas- trece años sin editar discos; en su regreso con Fontova 2004. Negro participaron León Gieco, Peteco Carabajal, Daniel Melingo, Liliana Herrero y Skay Beilinson (ex guitarra redondita de ricota).
Fontova es un artista inseparable de su sensibilidad: le gusta que la guitarra le saque su cara de “gaucho rabioso”, dejarse llevar por la escritura –está en vías el sucesor de Témpera Mental-, asombrarse dibujando y, sobre todo, encontrarse sobre las tablas de cara al público “a puro huevo y corazón”. Con su trío (José Ríos en bajo y Puki Maida en batería) prepara un nuevo disco de zambas y chacareras, porque “hoy el folclore es la resistencia cultural” y, sobre todo, porque le encanta.
Amigo de Carlos Perro Santillán y recientemente nombrado padrino de la casa del Che Guevara en Alta Gracia, su sensibilidad le impide cegarse frente a la política, y recientemente fue una de las caras culturales de apoyo público a Daniel Filmus. Lejos del optimismo rozagante del hippismo y el regreso democrático (cuando cantaba que “aquí en Buenos Aires, ya se ve en las caras, sobra pura vida”), hoy Fontova es antropofóbico: “el mundo es un bajón”.
Un mundo que ya no tiene lugar para el bigote que le dio esa estampa también inolvidable. “Homenajeaba a Alfredo Palacios. El último duelista, fue Palacios. Pero eso se fue perdiendo, la imagen del guerrero, todo se fue haciendo muy marica, a través de las tranzas, los acuerdos. Ahora la propuesta de Macri es una gran operación político económica disfrazada de no política. Ya pasó con Boca, se transformó en Boca company.”
¿Cómo fue que lo contactaron para la campaña de Filmus?
Se fue dando en base a que la gestión de Kirchner me parece un poco más honesta, política. Ahora dicen que las convicciones no sirven para nada, devuélvannos la seguridad, dicen. Los del cacerolazo no sé, tienen miedo, es muy maricón todo. Es el síndrome de la gata flora, se la ponen grita se la sacan llora: estaba De la Rúa, que era una especie de tarado, y lo criticaban; apareció uno más cojonudo, decidido, respetable sobre todo en materia de derechos humanos, y lo tildan de déspota. Acá compraron otra vez espejitos de colores.
¿Participó con la tristeza del mal menor o la alegría del poder hacer algo?
Poder hacer algo. Recuerdo cuando mi croqueta fue cambiando en ese sentido. En el año 78, después de haber sido director de arte del Expreso Imaginario -un lugar de culturas alternativas, un proyecto donde los animales del proceso no se daban cuenta de que dábamos respuestas que la gente no podía tener-, me fui a vivir a Colombia. Pero extrañaba y en el 79 volví. Ahí empecé a darme cuenta de otras cosas, a ver cómo era el asunto de las Madres, los que la habían peleado, y se me prendió un nuevo casillero en la cabeza. No dejé de ser hippie, jamás dejaría de serlo, porque es lo que más soy. Pero si puedo apoyar en algo políticamente, me juego. En la política las cosas tienen que ser muy claras, como Alfredo Palacios, después las medias tintas y las imaginaciones que queden a cargo de los artistas, los filósofos.
¿Cómo recuerda la época del hippismo?
Fue un momento de una creatividad de la puta que lo parió. Cuando se encendió el hippismo tenías en Gessel el paraíso de los veranos, donde en cada esquina sonaba Manal o Almendra y andábamos todos de lo más tranquilos. Y acá estaba la Plaza Francia donde había toda una unión, no sé cómo se habrá dado, amor y paz, mucha comunicación, escucharse, compartir ideas. Había cosas muy curiosas, como los recitales de rock los domingos a las once de la mañana en el Coliseo. Ahora un domingo a las once funcionan los after hour; en esa época íbamos los hippones a escuchar rock and roll.
Un mundo distinto.
Pensá que era una época donde podías caminar por Buenos Aires en patas. ¡A mí me echaron una vez de una comisaría! De la quinta, una cosa alucinante. Yo nací y me crié en Plaza Lavalle, y siempre paré en Corrientes. Cada tanto venían los canas y hacían razzias de rutina, sin peligro de tortura ni nada, a lo sumo pasar una noche en el calabozo. Yo había ido tanto a la quinta, que una vez que me levantaron del bar La Paz, llego y el comisario me ve y me dice “¿qué hacés acá de nuevo?” Juntó a todos los canas y les dijo “¿ven este negro de mierda? ¡No lo quiero ver nunca más!”. Nunca me pegaron una piña en la cabeza y una patada en el culo con tanto cariño. “!Fuera boludo”!, y no me levantaron nunca más, después los saludaba por la calle. Muy diferente era todo.
¿Habla de los años digamos entre el Cordobazo y Cámpora? ¿Los reinterpreta ahora?
Sí, esa brechita. El hippismo se originó como respuesta a Vietnam, en Estados Unidos, y sus premisas eran paz y amor, que son premisas hermosísimas, las del verdadero Cristo, no el del Vaticano dorado. Pero mi teoría es que esas premisas tan lindas también fueron una forma de apaciguar a toda una generación en potencia guerrera, que podría haber respondido de otra manera mucho más sangrienta. Qué se yo, tuvo sus pro y sus contras.
¿Y cómo comenzó su carrera musical? Porque se hizo un lugar con una propuesta festiva poco ortodoxa, no desde el virtuosismo.
Es que no pasa por ahí. Uno ve tocar a un virtuoso como Salinas y se da cuenta de que está enamorado, el tipo flota, y ese instinto es lo que te nutre como una vitamina. Yo desde niño aprendí piano formalmente. Luego una prima mía me me enseñó a tocar la viola y zambas y chacareras. Me llevaba a tocar folclore a un programa de radio de ciegos, y ahí empecé a conectarme con el afuera como músico.
Estaba en esa, hasta que llegaron los Beatles. Y el cerebro me cambió para siempre. Ojo, amo el folclore y de hecho con mi trío actual hago puro folclore. Pero los Beatles, a mí como a millones, yo no sé qué efecto mágico tenían esos hijos de puta. Recuerdo que en el 72 yo estaba haciendo la colimba en Azul. Una noche de guardia en el campo, como a las cuatro de la mañana, tenía una radio, en medio de la nada, y por primera vez en mi vida escuché Lucy in the sky with diamonds. Te juro que me produjo una cosa que me alucinó, me puse a saltar solo por los árboles, fue como que me dieran una pepa por la oreja.
¿Hoy los géneros nacionales tienen algo de la resistencia cultural que tenía el rock antes?
Un poco sí, más que nada en las provincias. Acá en Capital el tango fijate que se hizo muy fashion, está disponible para actores y actrices y cualquier persona que se pone a cantar. No lo critico, pero lamentablemente tiene una tintura medio for export. En cambio el folclore no, tenés que hacerlo en serio, es más resistencia cultural. En el interior todas bandas son re folclóricas, de pendejos, folclore hippón, no están disfrazados de gauchos. En el interior es el movimiento anti sistema, de resistencia, el grito.
Con su trío actual tocan sobre todo en el interior. ¿Cómo ve en Capital la situación post Cromañón?
No fue que a partir de ahí se establecieron bien las reglas de seguridad como corresponde. No, sencillamente, ya no hay lugares. Pero ya venía una tendencia, los cafés concert, que antes inundaban la Capital, fueron desapareciendo a manos de los mega conciertos, los mega festivales. Cromañón fue una tragedia espantosa con derivaciones políticas repugnantes. Ibarra fue elegido dos veces por la gente y lo tiraron a la hoguera; para mí antes de condenar a un Jefe de Gobierno tenés que pasar por cuatrocientos tipos, fue un juicio político ridículo. Por supuesto que es jodido que se te muera un hijo, pero un ejemplo de cómo reaccionar decente y valientemente son las Madres de Plaza de Mayo.
¿Cómo pueden los jóvenes de hoy nutrirse de la herencia cultural setentista sin esclavizarse a un paraíso perdido?
Es difícil, ha cambiado tanto todo. En esa época sacamos el Expreso con Jorge Pistocchi y no había casi nada, entonces la ponías en un lugar y ya estaba, existía. Hoy para poner algo, qué se yo, hay tanto de todo, millones de cosas, saturación total. Pienso que habría que volver a lo amateur. El arca de Noé la hicieron amateurs, y el Titanic profesionales. Con el progreso nació la catástrofe. Amateur es corazón y huevos; si buscás poner una mega productora al servicio de tu corazón, se te enfría en la red.
Nosotros el último disco lo hicimos independiente simplemente por darte el gusto de grabar lo que quieras, que participen todos los amigos que vos quieras, grabar lo que se te canten los huevos. Mucho más artesanal que lo que te posibilita estar enganchado a la gran red. No se cómo será, no sé cuál costo tendrá, porque nunca estuve ahí, al amparo del sistema. Nosotros tenemos que volver a juntar guita para sacar otra tirada de copias.
Creo hay que insistir y volver a las peñas folclóricas, las reuniones, las metas en común. Los síntomas de buena resistencia nueva son los centros culturales de barrio, donde las señoras de ochenta años en vez de estar en un geriátrico van a pintar, o a tejer y a escuchar a uno que zapatea o toca la viola, o algunos pibes a lo mejor zafaron del paco porque tuvieron acceso a otra actividad; esos lugares son purificadores. Y a otro nivel más alto, las empresas recuperadas, que son muchas más de las que nadie se imagina, y los micro emprendimientos, que salen para adelante como si hicieran música.
¿Lo afectan más las cosas alegres o las tristes, es decir, qué sensación le da el mundo?
El mundo es bajón mal. La resistencia cuesta, siempre costó, y cada vez cuesta más. En este momento hay una crisis humana en todo el mundo que es alucinante. Las angustias más grandes que yo tengo son existenciales, me parece que el ser humano está haciendo agua.
Eso explica un poco su libro, ¿no?, cuyos cuentos son protagonizados casi todos por animales.
Sí, yo siempre digo que los bichos, los animales, son la vanguardia, los dignos habitantes de este planeta.
Hace dos décadas su espíritu era “a pesar de todo me siento bien”. ¿El mundo fue para otro lado que el que usted esperaba?
Nunca tuve demasiada esperanza. El otro día estaba viendo un planisferio, que es como la cáscara de la tierra así toda planchada, estirada. Siempre me gustaron los mapas. Y empecé a ver que todos los puntitos, las grandes capitales, no tenían una dispersión armónica sobre la superficie, y me dio la sensación de que todos estamos apiñados, cagados de miedo entre nosotros, recluidos en ciudades. Y que por ahí cuando el hombre se hizo sedentario se le pudrió toda la cosa. La posta la tenían los nómades. Ahora el nomadismo hay que empezar a hacerlo desde el propio lugar, empezar a salir un poco. Creo que hoy el antinomadismo es esta cuestión maniática de la seguridad. La seguridad no existe en la raza humana.
¿Alguna vez pensó en tomar un camino un poco más al estilo que llama mariconeado, es decir con más garantías y menos cuidado de su deseo genuino?
No, porque sinceramente nunca confié en mi propia mariconería, creo que hay que luchar contra ello. Todos somos muy maricones, pero un guerrero tiene que luchar contra el miedo. Si te ganó el miedo cagaste; creo que con el miedo hay que no digo hacerse amigo, pero mirarlo de cerca como diciendo “¿cómo te va, bien?, bueno, acá estoy yo, no me vas a cagar”. Muchas veces me analizo y siento que tengo mis mariconismos, pero trato, cuando encuentro mi eje, de decir no, hay que salir para afuera. Y lo hago con la música, que para mí es lo más lindo del mundo.
¿El momento de mayor conciliación con "el sistema" fue Peor es nada?
Por ahí sí. Pero el paliativo fue cómo nos cagamos de risa, todos esos años, con el petiso Ginzburg. Más que nada los reportajes eran maravillosos. Yo con Sonia me chuponeé hasta a Alfonsín. Una vez fuimos a la cancha de Velez, y en el entretiempo, con el estadio lleno, me lo chuponeé a Chilavert en el medio del campo. Chilavert, un orangután, pero se lo tomó bien. Muy pocos reaccionaron mal ante Sonia: Mirtha Legrand, Ricardo Montaner. Los políticos se cagaban de risa. Siempre hay que tener humor.
En Delicatessen hacían delirios basados en la improvisación. ¿Cómo fue reemplazar a Rabinovich en una gira por España con Les Luthiers, un humor tan guionado?
Esa fue una cosa que no la pude creer en mi vida. Son los maestros del humor diseñado. Yo estaba por estrenar una obra en La Plaza y un día sonó el teléfono, era Munstock: “Negro, nos tenés que hacer un favor, ¿te animás a actuar en la gira de Grandes Hitos?” Postergué la obra. La relación entre ellos no se puede creer, son una especie de tribu. Siempre estaba la cuestión de buscar el lugar donde se iba a morfar todos juntos después de la función, o de tal vinito o quesito que había que probar juntos, o a dónde se iba a pasear al día siguiente todos juntos. Y encima son la finez total, son maravillosos: unos hippies elegantes.